viernes, 9 de abril de 2010

UN MUNDO CONTRA NATURA





"Otro rasgo no menos característico de la reluciente decadencia de esta época (los últimos años de la república en la antigua Roma) es la emancipación del mundo femenino. Hacía ya mucho tiempo que la mujer se había independizado económicamente... . Pero la mujer no se veía desembarazada de la tutela económica del padre o del marido. Los amores de todas clases estaban constantemente a la orden del día... Viendo a estas mujeres de estado maniobrar en la escena de un Escipión o de un Catón, y a su lado al joven petrimete con la barbilla bien rasurada, la voz delgada y el andar menudo, cubierta la cabeza y el pecho por pañuelos, con camisa de puños y sandalias de mujer, copiando en todo a las muchachitas desenfadadas, debía de sentirse lástima de aquel mondo contra natura en el que parecían trocarse los papeles de ambos sexos."


THEODOR MOMMSEN




El irreversible cambio orgánico que posibilita el ascenso de la ciudad a metrópoli cosmopolita trae consigo diversos cambios sociales, de claro tinte subversivo. Entre ellos, uno de los más destacados es el anhelo del "pensamiento libre". En efecto, la urbe se emancipa definitivamente del campo que la vio nacer. Este acontecimiento se traduce en la progresiva desvinculación que sufre el individuo de todo aquello que signifique "naturaleza viviente". Su pensamiento, surgido de la petrificación espiritual que se respira entre múltiples calles y edificios artificiales, concibe la vida y el mundo como una sucesión racional, mecánica, de causas y efectos. Entonces aparece por primera vez la mujer segura de sí misma, independiente, libre. Lejos quedan los tiempos en que la maternidad era su única razón de ser; ahora es la hembra un patético monigote que orienta todas sus energías en emular en todo lo posible a los varones, reclamando allá donde va la "razón de su humanidad"


Resulta sugestivo comprobar como en la Roma imperial se compusieron estos versos anónimos, que tanto evocan a la mujer occidental de nuestros días:


"Incluso, por cierto, la hembra paría siguiendo nuestro ejemplo


y en aquel tiempo todas eran madres


Ahora corrompe su vientre aquella que quiere parecer hermosa


Y es rara en esta época la que quiere ser madre"


Desde la Revolución Francesa, corolario de los diferentes movimientos emancipatorios que cimentarán los pilares del pensamiento moderno, la capacidad crítica de la sociedad se ensañará con los ideales de feminidad ensalzados en siglos anteriores. La mujer sumisa, obediente, proclive siempre a una inocente ingenuidad, serán los símbolos elegidos para representar alegóricamente la infamia de una cultura que no se atrevía a superar su retrograda adolescencia.

Pero así como la inteligencia racional lleva aparejada la pérdida de la intuición y el sentido común, junto a la independencia de la mujer aparece la infecundidad y la aberración sexual. El mismo Séneca llegará a escandalizarse de semejante relajación moral: "¿Hay ya vergüenza de cometer adulterio, una vez que se ha llegado al extremo de que ninguna mujer tenga marido sino para excitar al adúltero? La castidad es hoy síntoma de pusilanimidad".


Al respecto, Spengler se muestra en extremo contundente: "¿Qué más da que la infecundidad sea debida a que la dama americana no quiera perder una temporada, o que la parisiense tema la ruptura con su amante, o a que la heroína ibseniana "se pertenezca a sí misma?" Todas se pertenecen a sí mismas porque todas son infecundas"


En un ambiente absolutamente desnaturalizado, el espíritu de la urbe se hunde languideciendo en su propia miseria, mientras que la infecundidad, símbolo del rechazo metafísico hacia la vida, se adueña de los moribundos restos de la cultura.




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