jueves, 29 de enero de 2009

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE


"El régimen democrático, con su opresión sistemática y creciente, nos ha enraizado ya en el alma el sentimiento de la opresión, hasta el punto de que va convirtiéndose en un temor enorme, en el que todo nos parece inconveniente y subversivo; así nos aplana, nos embrutece, nos disminuye, y de aquí la degradación, el rebajamiento de los caracteres, la decadencia progresiva, la mediocridad en todo, la lenta degradación de todos los valores culturales.. .”


VICENTE RISCO




Hace ya más de 90 años desde que Oswald Spengler publicara la que a la postre sería su más importante obra, y es, por tanto, de vital importancia que ahora, en estos tiempos de brumosa incertidumbre, lancemos una mirada retrospectiva que ha de extenderse sobre casi un siglo de hechos singulares y acontecimientos decisivos. Cierto es que Occidente sigue hoy dominando el concierto político y económico del resto del planeta, pero esta valoración posee unas intrínsecas connotaciones harto engañosas; sobre todo, si tenemos en cuenta que muchas civilizaciones del pasado iniciaron su etapa hegemónica de conquistas y expansiones imperialistas justamente como reacción al decaimiento vital que asoló a los pueblos y naciones que la sustentaban.


Para quienes, desde una enfoque tradicionalista, hemos observado con atención el devenir de las sociedades occidentales en las últimas décadas, resulta incuestionable la de cada vez más acentuada pérdida de costumbres, gustos y valores que hasta hace relativamente poco tiempo parecían constituir las bases más elementales de toda civilización.


Las señales son evidentes: desde una concepción económica que, enlazando con el utilitarismo del siglo XIX, se ha consolidado bajo el llamado "capitalismo" de orden puramente especulativo en pleno siglo XX, hasta una visión hedonista y poco menos que materialista sobre las dos actividades más dependientes de la salud espiritual humana: la sexualidad y el trabajo.


Aun más desalentadora es la circunstancia de que, lejos de estabilizarse, estas tendencias han sido últimamente objeto de una desenfrenada propaganda por parte de quienes han sabido explotar para sí los innumerables vicios y perversiones de una sociedad que, como hemos reiterado en diversas ocasiones, parece herida de muerte; así pues, tales enfermedades, que encuentran en los medios de difusión (y consecuentemente en la opinión pública) un ambiente idóneo para campar a sus anchas, se extienden como un cáncer sin respetar ideologías ni estratos sociales.


Por todo ello, he creído conveniente publicar un video en el conocido portal Youtube en el que expongo sin ambages mi postura sobre una situación actual que, a mi entender, habla por sí sola. Digan lo que digan la mayoría de los intelectuales, nadie podrá acallar la voz de quienes hemos asimilado en toda su profundidad el mensaje que Spengler se atrevió a lanzar a las futuras generaciones, un mensaje cuyas precogniciones empiezan ya a materializarse con sobrecogedora sincronicidad.

lunes, 19 de enero de 2009

SOBRE EL RELATIVISMO CULTURAL


"Antes del fin del siglo XVIII el hombre no existía"


MICHEL FOUCAULT




Pese a ejercer como docente en materias tan dispares como Historia, matemáticas, física o química, sorprende al profundizar en la filosofía de Spengler averiguar que se decantase por un relativismo cultural que aun hoy sigue generando una fuerte polémica entre filósofos y científicos, pero que pese a ello ha aportado una fecunda fuente de inspiración metodológica en los campos de la antropología, la sociología y, sobre todo, la epistemología.

Básicamente, Spengler sostuvo que cada cultura -y en este sentido Occidente no representa ninguna excepción- posee su particular forma de concebir e interpretar la religión, el arte, la moral, la ciencia e incluso las matemáticas, y que la precisa índole en la que se manifiestan y diferencian cada una de estas concepciones aparece determinada por un incomunicable sentimiento del tiempo y del espacio, el cual es, precisamente, el que da razón de ser al vocablo "cultura".

Contrariamente a la ya clásica suposición de Kant, para quien las intuiciones apriorísticas temporales y espaciales son las mismas en todos los individuos, elevándolas a la categoría de universales, Spengler trató de demostrar que, si en verdad existen tantos sentimientos espacio-temporales como culturas, esta circunstancia debía condicionar su perspectiva a la hora de desarrollar una física, ciencia o matemática propias. Estudiadas fisiognómicamente, la singularidad de estas creaciones podrían ofrecernos la clave para ahondar en el mundo simbólico del creador, revelándonos así el "alma" del mismo, esto es, su "cultura".

Centrándose en el problema de las matemáticas, Spengler expuso su revolucionaria tesis de que no puede hablarse de una matemática universal, y mucho menos de que existan matemáticas superiores a otras. Cada cultura ha elaborado su especial sentimiento del número, el cual fue gestado por la intuición espacial correspondiente. Así, por ejemplo, la conocida geometría de Euclides, que se constituyó merced a la matemática específicamente antigua, guarda una estrecha analogía con la arquitectura, la escultura, la concepción del Estado e incluso con la religión antiguas. Todas ellas poseen una común afinidad simbólica que resalta la predilección espacio-temporal de la Antigüedad por lo cercano, visible, absolutamente limitado e indivisible. En otras palabras, la geometría antigua es euclidiana porque toda el "alma" antigua también lo es.

En cambio, la matemática genuinamente Occidental (ya intuida por Descartes y en pleno desarrollo a partir de Leibniz y Euler), fundamentada en el número concebido como función y el cálculo infinitesimal, evidencia la disposición espiritual de nuestra cultura, inconscientemente orientada hacia el sentimiento de espacialidad infinita. Esto se corresponde a la perfección con la percepción del Dios judeocristiano (en contraposición a la total visibilidad y finitud "euclidiana" propia de las deidades del Olimpo), así como con la arquitectura gótica y su peculiar esfuerzo "ascendente" que parece anular la presencia de "techo".

Desde el punto de vista del sujeto, esta teoría adquiere dramáticas implicaciones, ya que contradice la visión tradicional que, desde al menos el siglo XVIII, aseguraba que la conciencia del individuo garantizaba su propia libertad y autonomía críticas. Si, por el contrario, el sujeto no es libre de objetivizar un hecho empírico o una representación abstracta, sino que su pensamiento es dirigido por diversos factores inconscientes que condicionan su particular objetividad, entonces deberíamos replantearnos la teórica faceta transcultural que se desprende a priori de los conceptos "hombre" y "ciencia".

Esta inquietante cuestión ha sido objeto de debate por diversos autores que a día de hoy ocupan un lugar preeminente en la ciencia de la epistemología , con Michel Foucault y Thomas Khun como principales exponentes. En efecto, ambos expertos cuestionan que el saber se desarrolle de forma coherente y progresiva, sino que, al menos en lo que concierne al conocimiento Occidental, las diversas hipótesis científicas y prácticas discursivas que se han sucedido a lo largo de la Historia están cimentadas sobre paradigmas o estructuras epistémicas que, tras entrar en crisis a causa de acontecimientos primordialmente históricos, son reemplazados por otros completamente diferentes. De este modo se pretende relativizar la presunta ausencia de dogmas que ha caracterizado la imagen científica de nuestros días, recuperando la actitud escéptica ante un mundo que hoy parece vacilar frente a las expectativas suscitadas en décadas anteriores.