¿Se repite la Historia? por Luis del Pino
Parte I
Si uno analiza la situación presente del mundo occidental y la compara con la del mundo grecorromano entre los siglos I a.C. y I. d.C., aparecen por doquier curiosos paralelismos. Algunos de esos parecidos son fundamentalmente circunstanciales, como por ejemplo los existentes entre la Guerra de Yugurta y las dos Guerras de Iraq; o entre la vida y muerte de los hermanos Graco y la de los hermanos Kennedy; o entre la Guerra contra los Piratas que amenazaban el suministro de grano a Roma y la lucha contra la Al Qaeda que amenaza el suministro de petróleo a Occidente.
Pero, al lado de esos parecidos circunstanciales, cuando se analiza comparativamente y con un poco más de perspectiva la evolución del mundo grecorromano y del mundo occidental, se pueden percibir paralelismos relativos a las tendencias de fondo de la sociedad que llevan a preguntarse si es que la Historia se repite de manera cíclica.
El mundo grecorromano vivió la misma evolución de las formas políticas que ha vivido nuestra sociedad occidental, pasando por el feudalismo, el estado de clases, el absolutismo, el napoleonismo y la democracia. Y la duración de cada una de esas fases resulta relativamente similar en ambos casos. Otras sociedades, como la antigua China y el antiguo Egipto, sufrieron también en su día el mismo tipo de evolución. Y no sólo en el campo político se mueven las sociedades siguiendo rutas aparentemente paralelas; en otros terrenos, como por ejemplo el de las formas artísticas, también sucede lo mismo.
Es ese paralelismo en la evolución de las sociedades el que ha llevado a muchos historiadores a preguntarse, a lo largo del tiempo, si existen leyes inmutables que marquen el proceso de nacimiento, desarrollo y muerte de las civilizaciones.
No se trata de una curiosidad meramente académica. Si esas leyes existen, entonces podemos deducir cómo evolucionará nuestra propia sociedad, estudiando cómo lo hicieron otras sociedades anteriores. Y se da el caso de que en esas sociedades anteriores la democracia terminó por dejar paso a la tiranía, con el advenimiento de lo que se llama "cesarismo", paso previo a la formación de un auténtico imperio universal que abarcaba a todas las naciones incluidas dentro de esa sociedad. Una vez formado un imperio universal, las sociedades se petrifican y terminan sucumbiendo ante las acometidas de otra civilización externa
¿Sucederá lo mismo en nuestro mundo occidental? ¿Es la democracia un mero interregno entre el napoleonismo y el cesarismo, entre la monarquía absoluta y el imperio? ¿Estamos condenados a que, en un plazo no muy largo (si nos atenemos a lo que sucedió en el mundo romano) Occidente entero esté gobernado por un nuevo Julio Cesar, desde una nueva Roma, que probablemente esté situada en Washington, o en Nueva York, o en Los Angeles, o en Miami o en Toronto?
Es el alemán Oswald Spengler el que estableció, modernamente, las bases para ese estudio comparado de las civilizaciones, con su obra "La decadencia de Occidente", publicada en 1917 (Nota 1). Resulta sorprendente leer hoy algunos pasajes del libro de Spengler, como por ejemplo cuando se atreve a predecir (¡en 1917, en plena Primera Guerra Mundial!) la futura desaparición de la institución del servicio militar obligatorio, o la evolución hacia el imperialismo que forzosamente debería experimentar el régimen soviético recién instaurado, simplemente a partir del análisis de lo que había sucedido en otras civilizaciones anteriores.
Pero es otro autor, el inglés Arnold J. Toynbee, el que recoge y perfecciona las ideas de Spengler, desarrollando entre 1934 y 1961 un exhaustivo análisis comparado de las civilizaciones que hasta la fecha han existido. En su obra en doce tomos "Estudio de la Historia" (Nota 2), Toynbee sistematiza lo que en Spengler son básicamente ideas inspiradas.
En esencia, de los estudios de Spengler y de Toynbee se desprende que, en efecto, nada puede salvar a las civilizaciones de cometer los mismos errores que sus predecesoras. O, mejor dicho, de seguir un mismo tipo de evolución, que termina indefectiblemente con la muerte de esa civilización.
¿Es eso así? ¿Están las naciones occidentales condenadas a terminar formando parte de un Imperio Universal de Occidente, gobernado por una cualquiera de las naciones que actualmente se integran en la civilización occidental, para terminar desapareciendo ante los embates de otra civilización más pujante?
Resulta curiosa la falta de seguidores que ha tenido esa escuela de pensamiento inaugurada por Spengler y Toynbee (Nota 3), especialmente si tenemos en cuenta que el desarrollo de la sociología y de la tecnología informática en las últimas décadas abren la puerta a la realización de modelos matemáticos que servirían para tratar de capturar la enorme complejidad de las interacciones sociales. Al fin y al cabo, eso mismo se hace ya en otros campos de complejidad extraordinaria, por ejemplo con los modelos macroeconómicos, así que ¿por qué no aplicar las nuevas tecnologías a la investigación histórica y al intento de predecir la evolución futura de las sociedades?
Pero volvamos a la cuestión que planteábamos: ¿está realmente escrita nuestra Historia futura? En el siguiente hilo expondremos los argumentos en que se basa la crítica, enormemente inteligente, que Karl Popper hizo a estas tesis "deterministas" del campo de la Historia.
Después, en el último hilo de la serie, volveremos a la cuestión de las amenazas que acechan a los regímenes democráticos y analizaremos una de esas tendencias "universales" de carácter letal que se manifiestan en las etapas previas a la instauración del cesarismo. Y hablaremos un poquito, en este sentido, de los servicios de inteligencia.
Parte II
Una crítica inadecuada: el libre albedrío
Las críticas a las tesis deterministas de Spengler y Toynbee son muy variadas. Ludwig von Mises (a quien nuestro contertulio "lead" citaba en el hilo anterior) y otros autores critican este tipo de tesis, por ejemplo, utilizando el argumento del libre albedrío. Ese argumento afirma, básicamente, que si el hombre fuera una máquina biológica cuyo comportamiento es siempre igual en iguales circunstancias, podríamos soñar con predecir su comportamiento futuro. Pero el comportamiento de un hombre es impredecible, porque existe el libre albedrío y cada hombre elige en cada instante su propio comportamiento, así que cualquier intento de establecer leyes que regulen el devenir histórico está condenado al fracaso.
Sin embargo, esa crítica al determinismo histórico basada en la existencia del libre albedrío no es correcta desde el punto de vista lógico, por dos razones distintas:
1) En primer lugar, por supuesto que los seres humanos tenemos libre albedrío, y en consecuencia es imposible (además de impracticable) tratar de predecir el comportamiento de UNA persona. Pero es que ésa no es la cuestión. De lo que se trata es de ver si se puede predecir el comportamiento de las sociedades en su conjunto, no de una sola persona. También los pájaros individuales de una bandada deciden "libremente" en cada momento si vuelan en una dirección o en otra, y es completamente imposible predecir los movimientos de UN pájaro concreto. Sin embargo, al cambiar de escala, es decir, al considerar el comportamiento de la bandada de pájaros en su conjunto, sí que es posible realizar predicciones de movimiento. De hecho, existen modelos matemáticos que analizan el comportamiento de las bandadas de pájaros y de los bancos de peces, y esos modelos se están intentando aplicar, en la actualidad, a la predicción del comportamiento de los inversores en bolsa. En el campo de la Física sucede tres cuartos de lo mismo: es imposible predecir (porque la capacidad de cálculo necesaria es inmensa) cómo se va a mover en los próximos tres meses una molécula concreta del aire de una habitación. Sin embargo, sí que podemos enunciar leyes que nos indican perfectamente cómo responderá esa masa de aire, en su conjunto, a los estímulos que apliquemos. Así, por ejemplo, podemos predecir cómo serán las corrientes de aire que se produzcan si calentamos un lado de la habitación y el otro no.
2) Pero es que, además, ya existen modelos matemáticos que predicen, de manera limitada, el comportamiento de grupos humanos en determinadas situaciones concretas. Por ejemplo, existen modelos de simulación en el campo de la Economía que permiten predecir, con razonable exactitud, cómo evolucionará económicamente un país o cómo reaccionará un cierto mercado a determinados acontecimientos. Al igual que también existen modelos estadísticos que prevén el comportamiento de grupos humanos en el campo de la ingeniería de tráfico o de los servicios telefónicos y esos modelos se utilizan desde hace mucho tiempo, con considerable éxito, a la hora de dimensionar las carreteras o la infraestructura de las operadoras telefónicas. Como también hay modelos que se utilizan para predecir cómo reaccionan las personas, en su conjunto, a un incendio y diseñar así las salidas de emergencia de un edificio.
Este último ejemplo nos permite aclarar mejor por qué el libre albedrío puede no tener, en nuestro caso, la más mínima importancia: si alguien grita "fuego" en mitad de una sala abarrotada, el comportamiento de ese grupo humano consistirá en correr hacia la salida lo más rápido que pueda, para alejarse del peligro. En esas situaciones, siempre hay alguien más sensato que los demás que trata de aconsejar a los que están a su alrededor que no pierdan los nervios y que salgan ordenadamente, porque de esa manera se garantizará que se salven más vidas. Pero esos llamamientos no pueden nunca vencer al pánico generalizado: la acción de un hombre individual (el libre albedrío) no puede nada, en muchas ocasiones, frente al comportamiento grupal (las reacciones fundamentalmente instintivas de una masa de personas).
Si adoptamos una escala todavía más grande, podemos hacernos preguntas como la siguiente: ¿podría Churchill, haciendo un esfuerzo aún mayor, haber convencido a los ingleses, antes de la Segunda Guerra Mundial, de que era un error contemporizar con Hitler, o la tendencia pacifista imperante era tan fuerte que ninguna acción individual hubiera podido con ella?
Ése es, precisamente, el tipo de pregunta que se plantea con las tesis deterministas: ¿son tan irrefrenables las tendencias sociales que ninguna acción individual logrará nunca detenerlas? Cuando una civilización marcha hacia su propia destrucción, ¿puede la acción de uno o más hombres "concienciados" detener esa marcha? ¿O cualquier esfuerzo que se haga será inútil?
Una crítica adecuada: los avances tecnológicos
Existe otra crítica mucho más inteligente a las tesis deterministas de Spengler o Toynbee (o a tesis "teleológicas" como la marxista) y es la que realiza Popper en su libro "La miseria del historicismo". Aunque Popper no se refiere específicamente a Spengler y Toynbee, el argumento que da para refutar las tesis historicistas resulta perfectamente aplicable al caso que nos ocupa.
Decía Popper que cualquier intento de predecir el comportamiento a largo plazo de las sociedades en su conjunto está condenado al fracaso, porque los avances tecnológicos hacen que las condiciones sociales, e incluso el propio concepto de interacción social, cambien de forma continuada. No es posible prever hoy reacciones a estímulos que ni siquiera existen todavía, pero que existirán en el futuro debido a los avances tecnológicos.
Este tipo de crítica sí es correcto. Imaginemos, por ejemplo, a un hombre de las cavernas tratando de predecir la evolución de su sociedad. Suponiendo que consiguiera enunciar leyes generales que permitieran "saber" cómo se iba a comportar su grupo humano, buena parte de esas leyes quedarían obsoletas en cuanto alguien inventara el fuego, o la rueda, o el hacha.
Los avances tecnológicos van aumentando el grado de complejidad de las propias sociedades, así que cualquier intento de predicción sólo puede tener una validez limitada en el tiempo.
De hecho, si nos fijamos en las tesis de Spengler y Toynbee, el propio enunciado de esas tesis da la razón a Popper. Basta con analizar el propio concepto de "civilización", tal como Spengler y Toynbee lo emplean.
Spengler identificaba en la Historia de la Humanidad unas pocas "civilizaciones": la helénica, la egipcia, la china, la india, la europea occidental, la árabe, la maya, la inca... Toynbee, con un trabajo más sistemático, ampliaba el número de "civilizaciones" existentes o extintas a veintinuna, algunas de las cuales son descendientes de otras anteriores (se indican en negrita las civilizaciones actualmente existentes):
Egipcia
Sínica (China antigua)
------Lejano Oriente
------Coreano-japonesa (incorporada en la del Lejano Oriente)
Minoica
------Helénica (Grecia, Roma)
------------Occidental
------------Rusa
------------Cristiana ortodoxa (incorporada en la rusa)
------Siríaca
------------Iránica (incorporada en la islámica)
------------Islámica
Sumérica (sumerios, acadios)
------Índica
------------Hindú
------Hitita
------Babilónica
Andina (incas)
Maya
------Mejicana (toltecas, aztecas)
------Yucateca
Y aquí radica el principal argumento en contra de las propias teorías deterministas, argumento que encaja con la crítica que hacía Popper. Las tesis de Spengler y Toynbee se aplican, por su propia definición, a las "civilizaciones". Cualquier Ley Universal que pudiéramos extraer analizando esas civilizaciones mencionadas no podría aplicarse a los grupos humanos existentes con anterioridad a la aparición de la primera civilización. Es decir: en algún momento de la Historia de la Humanidad, los avances tecnológicos hicieron que las sociedades humanas alcanzaran el grado de "civilización" y sólo a partir de ahí podrían aplicarse esas supuestas leyes universales del comportamiento de las civilizaciones.
Ahora bien, por la misma razón, los avances tecnológicos futuros pueden llevar a la Humanidad a un estadio de complejidad superior al de lo que ahora conocemos como "civilizaciones". Y las leyes aplicables a las civilizaciones, si es que existen, dejarían de poder aplicarse a esa Humanidad "post-civilizada".
La factibilidad de las predicciones históricas
El argumento de Popper es impecable: los avances tecnológicos (y el aumento consiguiente de la complejidad social) impiden la existencia de leyes de la Historia universalmente aplicables a lo largo del tiempo.
Sin embargo, lo que el argumento de Popper no impide es que existan leyes históricas que sean aplicables en un horizonte temporal limitado. Mientras la tecnología no avance lo suficiente como para llevar la complejidad social "a un nivel superior", no hay ninguna razón que impida tratar de extraer lecciones del comportamiento de otras civilizaciones anteriores.
Por enunciar la pregunta claramente: ¿hemos alcanzado ya un estado post-civilizado, en el que es imposible aplicar las enseñanzas que pudiéramos extraer de lo que fue la historia de las civilizaciones anteriores? ¿O, por el contrario, nuestra sociedad no difiere tanto de la romana y cabe prever que seguiremos una evolución similar a la de ésta?
En el último hilo de esta serie hablaremos de algunas similitudes curiosas entre las tendencias que pueden percibirse en nuestra actual sociedad y las que experimentó Roma en la época previa a la instauración del cesarismo.
Parte III
Una sociedad enferma
¿Cómo podríamos describir el estado de las cuestiones sociales?
1) la institución familiar se resquebraja a ojos vista, con un aumento espectacular de la tasa de divorcios, un progresivo descrédito de virtudes como la de la fidelidad y una pérdida paulatina del respeto por las generaciones anteriores.
la religión está siendo abandonada poco a poco por buena parte de la población, al mismo tiempo que surgen, para llenar el hueco, todo tipo de sectas y filosofías esotéricas. Algunas de esas sectas esotéricas, que incluyen peculiares ritos iniciáticos, cuentan con una gran aceptación entre los miembros de la oligarquía dominante.
2) el ejército tradicional ha sido sustituido por otro ejército profesional, mercenario, que se ve obligado a nutrirse cada vez más de voluntarios extranjeros ante el escaso entusiasmo que muestran los locales por incorporarse a filas.
4) el arte tradicional ha dejado de existir, sustituido por una sucesión cada vez más acelerada de modas cambiantes, con las que el artista no busca ni un medio de expresión personal, ni la inmortalidad que concede el genio creador. Tan sólo se intenta captar la atención del público potencial recurriendo a cualquier histrionismo o extravagancia que sea necesario, como medio, al final, de conseguir fama y dinero. La búsqueda de nuevas sensaciones lleva a la adopción de modas y gustos extranjeros, exóticos. Hasta la gastronomía se convierte en un "arte", en el que la sofisticación y la innovación priman sobre los propios alimentos. El hedonismo se generaliza en la sociedad, especialmente entre los miembros de la clase dominante.
5) las ideologías políticas han desaparecido en la práctica, siendo sustituidas por una lucha entre distintos clanes de la oligarquía dominante, lucha en la que "progresismo" y "conservadurismo" no son más que clichés que se utilizan exclusivamente para movilizar a los votantes.
7) la agitación callejera, como medio de presión antes y después de unas elecciones, se generaliza, destruyendo poco a poco la esencia misma del sistema democrático. El principal criterio de legitimidad de un gobierno ya no es quién cuenta con más respaldo en las urnas, sino quién es capaz de ejercer mayor presión popular en la calle.
8) el sistema judicial ha dejado de impartir Justicia para centrarse, en una primera etapa, en los aspectos más puramente formales de la Ley, de modo que en los juicios no importa quien tiene razón, sino quién demuestra un mejor conocimiento de los vericuetos legales, lo que lleva a una influencia progresivamente mayor de la figura del abogado dentro de la sociedad. En una segunda etapa, la venalidad se ha generalizado entre los jueces, que ya no son otra cosa que un mero apéndice de la oligarquía dominante, a quien sirven.
9) la separación de poderes ha sido abolida en la práctica, aunque formalmente siga existiendo. No sólo la Justicia ha sido mediatizada por el poder político (y por el poder del dinero), sino que también el poder legislativo se ha supeditado al ejecutivo, y ambos al económico. El parlamento ha dejado de ser el lugar donde se decide el futuro del país, para convertirse en un simple escenario, en donde los parlamentarios simulan que discuten y luego dan su aprobación a lo que previamente se ha decidido sin luz ni taquígrafos, probablemente en alguna comida o reunión de negocios.
10) las leyes dejan de ser instrumentos para regular el funcionamiento social de la forma más eficaz y justa y pasan a tener un carácter meramente instrumental: cuando no se aprueban leyes puramente demagógicas, destinadas a ganarse la voluntad popular o destruir al adversario político, se aprueban otras leyes cuyo único objetivo es proteger los intereses de quienes detentan el poder económico. Y cuando las leyes no sirven suficientemente a los objetivos previstos, se las incumple sin el menor rubor. El político sabe que cuenta con la impunidad que proporciona el control del poder judicial.
11) todos tienen, en teoría, el derecho de acceder a los más altos puestos de responsabilidad política. Pero, en la práctica, se ha terminado por consolidar el poder de un puñado de familias dominantes, presentándose el curioso fenómeno de la aparición de "sagas" de gobernantes democráticos, que hacen del poder un fenómeno progresivamente más hereditario.
12) la corrupción se ha generalizado entre la clase política, que se alía simbióticamente con las personas que cuentan con mayores fortunas. Candidatos y partidos invierten auténticas millonadas en las campañas electorales, un dinero que jamás se podría recuperar con los sueldos teóricos que cobran los políticos. Por supuesto, el nepotismo, la información privilegiada y el saqueo puro y duro de las arcas del estado compensan más que con creces el dinero invertido en las campañas electorales.
13) el dinero sirve para alcanzar el poder y el poder sirve para hacer dinero. Ya no importa quién tenga el programa electoral más beneficioso para los ciudadanos, sino quién sea capaz de comprar más voluntades, recurriendo a cualquier tipo de táctica. Los candidatos prometen ventajas sociales que saben que no podrán costear, los gobernantes se dedican a fomentar la "cultura" y el "espectáculo" (con fondos públicos, por supuesto) como medio de incrementar su popularidad. Los votos de los ciudadanos se compran directamente con dinero o con prebendas a cargo del erario público. En caso necesario, no se duda en recurrir al fraude electoral más descarnado, a las campañas de descrédito de los opositores, a la intimidación y, en casos extremos, al magnicidio.
Aunque pudiera parecerlo, no estoy hablando de nuestra sociedad occidental actual. De lo que estoy hablando es de la sociedad romana en los años en que el sistema democrático entra en crisis y el modelo cesarista se termina imponiendo. Pero estoy seguro de que cualquier lector podría encontrar en nuestra época ejemplos que se ajustan a esas tendencias sociales que los romanos pudieron experimentar hace ahora 2000 años.
Grafitis eróticos en Pompeya
Si tienen algún mérito las teorías de la "morfología histórica" de Spengler y de Toynbee, ése es el de relativizar las investigaciones históricas, llamando la atención sobre dos errores bastantes comunes:
El primer error es el de confundir la historia de Occidente con la historia de la Humanidad. Nuestra sociedad occidental no es más que una civilización, entre tantas, que ha competido a lo largo de la Historia por controlar su entorno y por sobrevivir. Antes de que Occidente existiera, ya había Historia. Y la seguirá habiendo aunque la sociedad occidental desaparezca. De hecho, la sociedad occidental coexiste actualmente con al menos otras cuatro civilizaciones y todos cometemos el error de pensar en China, en el mundo islámico, en Rusia o en la India como meros apéndices del mundo occidental, como países exóticos a los que no les queda otro remedio que acabar integrándose en nuestra "avanzada" civilización, cuando son mucho más que eso: son sociedades que tienen una "historia" que sólo se solapa parcialmente con la nuestra. Y ellos piensan en nosotros como un mero apéndice, como una mera periferia, de su propia sociedad.
Pero el segundo error es más grave y consiste en considerar, como siempre han hecho todas las generaciones a lo largo de la Historia, que nuestra época es especial, que nuestra época es la "culminación" de un camino de "progreso" que ha ido perfeccionando al Hombre hasta desembocar en nosotros, los ciudadanos actuales, que somos la pera limonera comparados con nuestros antepasados.
Así, todos somos conscientes de que los imperios y las sociedades han ido naciendo y muriendo a lo largo de la Historia, pero damos por sentado que "eso" no nos va a pasar a nosotros. Eso son cosas que suceden en los libros de Historia, y que les pasaban a nuestros antepasados, que no eran tan avanzados como nosotros. ¿Cómo podría desaparecer nuestra civilización, con lo civilizados que somos? Podremos experimentar problemas, sí; podrá haber crisis económicas, tal vez; puede que se produzcan guerras muy destructivas.. ¿pero cómo va a "desaparecer", desaparecer del todo, nuestra civilización occidental?
Si está claro que somos civilizadísimos, ¿cómo vamos a imaginar que desaparecemos como los hititas, o que somos absorbidos como los mayas, o que sólo quedan de nosotros unas cuantas construcciones monumentales, como sucedió con los egipcios? Es imposible que a nosotros nos pase, porque somos más listos y más avanzados. Tan listos y tan avanzados somos que, de hecho, nos resulta difícil imaginar cómo pudo toda esa gente vivir a gusto sin conocernos, sin conocer nuestros avances y nuestra forma de vivir actual, mucho mejor que la suya.
¿De verdad somos tan distintos a toda esa gente que ha vivido y ha muerto antes que nosotros, y que ha experimentado los mismos problemas que nosotros, y que se ha angustiado lo mismo que nosotros cuando se daba cuenta de tantas cosas que no le gustaban en la sociedad de su época?
Lo malo que tiene el paso del tiempo es que arrasa con todo. Y lo que nos queda de muchas épocas pasadas no sirve para hacerse una idea suficientemente realista de cómo "sentían" tanto los que protagonizaron los grandes sucesos históricos, como la gente común a la que le tocó sufrirlos. Por regla general, los escritos que llegan hasta nosotros nos dan una visión oficial, formal, "histórica", de los sucesos. Y esa visión no representa más que un fragmento minúsculo de la verdadera realidad. E incluso ese minúsculo fragmento está mediatizado por el hecho de que sólo llegan hasta nosotros unas pocas visiones, necesariamente parciales, de esos sucesos históricos.
Imaginemos que mañana desapareciera nuestra civilización por un cataclismo y que sólo quedara al cabo de mil años un libro sobre la España actual para alimentar la imaginación de los historiadores. ¿Cómo pintarían esos historiadores la España de hoy si ese único libro que se salvara fueran las memorias de Jordi Pujol? ¿Y si fueran las de Felipe González? ¿Y si fueran las de Fraga, o las de Carrillo, o las de Aznar, o las de Tejero? Pero es que, además, ¿qué información proporcionaría ninguno de esos libros sobre la vida cotidiana y los verdaderos sentimientos de la gente?
El 24 de agosto del año 79 d.C., el volcán Vesubio entró en erupción y la ciudad de Pompeya quedó sepultada bajo una capa de 8 metros de ceniza. Gracias a eso, los restos de la ciudad se han conservado de forma extraordinaria. Entre otras cosas, esa capa de ceniza permitió que podamos conocer hoy algo que jamás se conserva con el paso del tiempo: los grafitis de las paredes. Se han publicado muchas recopilaciones de esos grafitis y la lectura de esas pintadas, de esos anuncios, de esos insultos, de esos versos populares, de esas declaraciones de amor, nos dice mucho más sobre la Roma de entonces que cualquier libro de Historia. Porque nos permite conocer cómo era de verdad la gente del común.
Resulta de lo más instructivo leer una de esas recopilaciones de grafitis, porque nos permite entender que no somos en absoluto mejores ni peores, ni siquiera distintos, cuando nos comparamos con las personas que encontraron la muerte hace casi 2000 años en Pompeya: las mismas fobias, las mismas filias, los mismos anuncios electorales, las mismas frases procaces, las mismas juergas, los mismos chistes malos y las mismas preocupaciones.
Hay una recopilación en español, de Enrique Montero, publicada por Planeta, donde se recogen los grafitis eróticos encontrados en las paredes de Pompeya (no recomiendo leerla a quien se escandalice con facilidad). Y viendo, entre esos grafitis, los que servían para publicitar los prostíbulos, es inevitable que se te vengan a la mente los anuncios por palabras que tanto abundan en nuestros periódicos de hoy en día: el mismo lenguaje, el mismo tipo de servicios, las mismas frases hechas para atraer a la clientela. La única diferencia entre aquellos grafitis y nuestros anuncios por palabras es el precio: en aquella época, lo normal era cobrar entre dos y tres ases de cobre por servicio. Las mujeres (y los hombres) con más clase podían cobrar tres o cuatro veces más.
No somos tan distintos de quienes nos han precedido. ¿Por qué pensamos que nuestro destino ha de ser forzosamente diferente al suyo?
El poder de la espada
Entre las tendencias sociales a las que la morfología histórica de Spengler y Toynbee hace referencia, juega un papel fundamental la imbricación de los sistemas económicos y los sistemas políticos. El feudalismo, el estado de clases y el absolutismo se corresponden con unas épocas en las que es la posesión de la tierra, de los bienes tangibles, lo que determina la riqueza.
La aparición de una burguesía, la consiguiente primacía de la ciudad sobre el campo y la consolidación del dinero como medio de trueque terminan, según la morfología histórica, por dar al traste con el sistema basado en la posesión de la tierra. El capital, una forma de posesión simbólica, desplaza a las posesiones tangibles como medida de la riqueza. El "dineroteniente" sustituye al "terrateniente" y, en el campo político, la revolución y el napoleonismo acaban con el régimen absolutista y entregan el poder político a esa burguesía cuyo predominio se debe a que sabe cómo multiplicar el capital. Y ese ascenso de la burguesía como clase y del capital como medida de riqueza es el que hace posible la aparición del sistema democrático. En este sentido, cabe afirmar que no puede existir democracia sin capitalismo.
¿Y qué sucede después? La crisis del sistema democrático se produjo en otras civilizaciones anteriores por la lenta corrupción del sistema. La democracia nace para que la burguesía pueda acabar con el Antiguo Régimen y conseguir el poder. Y para, de esa forma, poder establecer las reglas de juego que permitieran al capital florecer y multiplicarse. Pero, una vez conseguido el objetivo, una vez destruida la antigua clase dominante, una vez controlados los mecanismos de producción, la nueva oligarquía aprende pronto que esos mismos mecanismos democráticos que una vez le fueron útiles, ahora ya no son otra cosa que frenos que le impiden disfrutar de un poder absoluto.
Y a partir de ese momento, la Ley deja de ser una norma que garantiza la libertad, especialmente la libertad de empresa, para pasar a ser un instrumento de poder que es preciso controlar. Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial dejan de ser un necesario freno al poder absoluto, para convertirse en algo que se puede comprar. La corrupción se generaliza a todos los niveles del sistema y el dinero pasa a convertirse en una herramienta con la que acceder a un poder que permite conseguir más dinero al margen de las leyes del mercado. La oligarquía aprende pronto que es mucho más sencillo utilizar directamente el poder que tratar de derrotar comercialmente a la competencia.
Y la quiebra de las reglas de juego termina llevando a la conclusión de que todos los métodos, incluida la violencia, son lícitos para obtener el poder. Lo cual hace que, al final, el sistema se autodestruya, cuando quienes poseen los medios para ejercer la violencia se dan cuenta de que, en esas condiciones, ya no necesitan para nada a quienes tienen el dinero. El "dineroteniente" cede su puesto al "espadateniente" y son las legiones, y no los votos, los que terminan determinando directamente quién accede al poder. Así, la democracia sucumbe por la espada y, tras una breve etapa de cesarismo, se consolida el sistema imperial que marca la muerte de esa civilización.
Sin embargo, ¿cómo nos va a pasar eso a nosotros? ¿Verdad que es ridículo imaginarse a un ejército americano entrando en el Capitolio para imponer como presidente a su general, al modo en que Julio César tomó el poder en Roma al mando de sus legiones?
El nuevo poder militar
Sin embargo, caeríamos en un error si pensamos que somos inmunes a ese tipo de peligro. A lo largo de la Historia, la superficie de los fenómenos es distinta, pero lo importante es si es distinto su fondo. En ese sentido, permítaseme hacer una pregunta: ¿Dónde radica hoy en día el verdadero poder militar? ¿En los ejércitos? ¿O más bien en los servicios de información?
Desde este punto de vista, el último medio siglo ha visto un incremento cada vez mayor del poder de los servicios de información en todo el mundo occidental (y no sólo en el mundo occidental). Y es verdad que ese poder se ha ejercido "en sentido externo": de la misma forma que las legiones romanas se utilizaban para proteger los intereses de Roma y de compañías multinacionales romanas de la época, los países occidentales no han vacilado, en la segunda mitad del siglo XX, en recurrir a las operaciones encubiertas (y también en ocasiones a los ejércitos) para proteger los intereses de su país o los de sus compañías multinacionales.
Pero hay otra labor de los servicios de información que se ha realizado "en sentido interno", con una intromisión cada vez más intensa, cada vez más continua, cada vez más descarada, en el propio funcionamiento democrático de los países. De la misma manera que llegó un momento en que no se sabía si las legiones controlaban al Senado de Roma o el Senado de Roma a las legiones, ¿quién controla a quién hoy en día? ¿Controlan los gobiernos a sus servicios de información o son éstos los que controlan a los gobiernos?
Piénsese, por ejemplo, en un John Edgar Hoover, que dirigió durante cuarenta años el FBI, utilizándolo para intervenir en asuntos que no eran de la jurisdicción policial, para destruir y controlar movimientos cívicos y para acumular dossieres sobre todos los políticos de la época. ¿Quién ejercía el poder real en los Estados Unidos mientras Hoover estuvo al frente del FBI?
Cuando el sistema democrático tocaba a su fin, se generalizó en Roma el recurso a la violencia sobre los candidatos a las elecciones: no era infrecuente que se enviara a una turba a amenazar o a agredir a un candidato, para forzar su renuncia o amedrentar a sus seguidores. Hoy en día se puede conseguir el mismo efecto sin más que airear un dossier. ¿Cuál es la diferencia? ¿Acaso existe? Sólo ha variado el método, la forma con la que la violencia se ejerce.
Contemplando las cosas desde este punto de vista, imaginemos de nuevo la escena del Capitolio que antes nos parecía tan ridícula. ¿De verdad es tan impensable una quiebra del sistema democrático? ¿De verdad es tan imposible que los servicios de información sigan acumulando poder, hasta exceder el de las propias instituciones democráticas? ¿De verdad es tan inimaginable que algún personaje que controle los servicios de información decida, en un futuro no muy lejano, prescindir definitivamente de las apariencias y asumir el poder de forma directa?
¿Creen ustedes que los mecanismos de defensa del sistema democrático funcionarían? ¿Creen ustedes que los ciudadanos, si se les enfrentara, por ejemplo, a una posible crisis terrorista nuclear (real o inventada), no acogerían con un suspiro de alivio la toma del poder por parte de un "hombre fuerte" que desplazara a una clase política desacreditada y corrupta, incapaz de manejar esa crisis?
No seamos tan soberbios, pensando que estamos a salvo de los problemas que acabaron en su día con otras sociedades que nos han precedido. Las amenazas que acechan a nuestro actual sistema democrático no son para nada distintas de aquéllas a las que se enfrentó la sociedad romana en la época equivalente de su historia. Y si no somos capaces de detectar las tendencias de fondo que se van consolidando, si no somos capaces de reconocer las enfermedades del sistema antes de que se agraven, si no somos capaces de ver las señales que anuncian el inquietante incremento del poder de esas nuevas legiones llamadas "servicios de información", pronto será demasiado tarde para reaccionar.
Las instituciones democráticas se están pervirtiendo desde dentro, con una progresiva disminución de las libertades civiles, disminución que se compensa con otras libertades meramente aparentes. Y esas instituciones se están pervirtiendo por el recurso, cada vez más descarado, a la coacción y a la violencia simbólica ejercidas mediante el poder de la información. Y urge abrir un debate, en nuestra sociedad occidental, sobre el papel real de los servicios de información dentro de un sistema democrático y sobre los mecanismos que existen para garantizar su supeditación al poder político.
Porque si ese debate no se inicia, es posible que nos terminemos encontrando, como sucedió con el emperador Didio Juliano, con que el poder aparente termina siendo subastado al mejor postor por quienes detentan el verdadero poder: los pretorianos.