lunes, 17 de noviembre de 2008

RACIONALISMO Y VITALISMO


"La naturaleza no tiene sistema; tiene vida, es vida y fluye de un centro desconocido hacia un límite incognoscible."
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GOETHE


Si ha habido una personalidad que logró influir de forma decisiva en la historia del pensamiento moderno, esa fue la del filósofo francés René Descartes. El conocido método cartesiano constituyó el hito más fecundo para el posterior desarrollo del movimiento científico, filosófico y literario del Siglo de las Luces (Ilustración), el cual aportó, a su vez, la piedra angular a los positivistas y cientistas que surgieron en centroeuropa a finales del sigloXIX y principios del XX.

El deduccionismo cartesiano fundamentó su legitimidad en la necesidad de aplicar un método lógico y racional al saber humano. De hecho, Descartes no hizo sino extrapolar sus conocimientos matemáticos y geométricos a la esfera de la vida y de la experiencia sensible, lo que le indujo a la consideración de teorías tan absurdas como la del dualismo mente-cuerpo (res cogitans-res extensa), así como su tesis sobre los "animales-máquinas".

El problema del racionalismo cartesiano reside en el intento de asimilar el mundo inorgánico, mecánico y matemático de la res extensa al mundo de la Naturaleza orgánica del que proceden tanto el cuerpo humano como los animales y vegetales, cuestión que fue criticada tanto por empiristas (Hume) como por positivistas (Mach), aduciendo la excesiva abstracción que el método deductivo imponía en detrimento de la percepción.

Sin embargo, esta polémica no evitó que dicho racionalismo desenbocase en el cuantitativismo de Newton, que más tarde inauguraría el camino para las ciencias físicas de la mano del Círculo de Viena y sus directos sucesores.

Frente a este mecanicismo que desvitalizaba las cualidades intrínsecas de la Naturaleza, se alzaron las voces de artistas e intelectuales durante los años inmediatamente anteriores a la ocupación napoleónica en Alemania. Entre ellos, dos de los más ilustres fueron el poeta Goethe y el filósofo Schelling.

En 1810, Goethe criticaba el newtonianismo en un cuaderno titulado Contribuciones a la Óptica.
En este pequeño librito, pueden leerse frases tan audaces como la siguiente:"Para el hombre atento, la Naturaleza no está ni muerta ni muda en parte alguna". En otros escritos, el genial poeta insistió en que "en conjunto, las ciencias se alejan siempre de la vida, y sólo vuelven a ella después, dando un rodeo", profética frase que debió inspirar a Spengler en su concepción sobre el cíclico final del conocimiento.

Por su parte, Schelling, alumno aventajado de Fichte, elaboró un sistema metafísico en el que entremezclaba el idealismo filosófico junto con convicciones de índole personal, dando origen a lo que se conocería con el nombre de "Naturphilosophie" o "filosofía naturalista".

Según Schelling y Goethe, materia y espíritu convergían en un único principio macrocósmico, cuya esencia creyeron intuir en el "Absoluto Universal", idea inmanentista que luego tomaría de prestado Hegel para sintetizar su célebre "dialéctica".

Goethe propuso que los fenómenos naturales que pueden ser percibidos por los sentidos ayudaban a captar la expresividad de la Naturaleza, aunque ella misma no era el Creador, sino "el ropaje viviente de la divinidad". Así pues, la realidad sensible sólo debía ser entendida como "el órgano de Dios".

Pese a ello, los profundos pensamientos metafísicos de ambos intelectuales no cuajaron y fueron rechazados de inmediato por los científicos positivistas, e incluso hoy día por la práctica totalidad de los filósofos,como muestra L.Geymonat en su obra "Historia del pensamiento filosófico y científico", donde puede leerse en relación con la filosofía naturalista que: "se trata de un turbio abandono a las fuerzas desenfrenadas de la fantasía que ha llegado a producir las absurdidades más ridículas".

Esta fe ciega en la explicación mecánico-causal de los fenómenos naturales e históricos ha desembocado en la renuncia absoluta de abordar la explicación racional de las decadencias de las culturas en términos trascendentes como "alma" o "espíritu". De hecho, todos los historiadores contemporáneos coinciden en la opinión de analizar los procesos históricos mediante relaciones políticas, económicas o tecno-ecológicas.

lunes, 10 de noviembre de 2008

EL IMPERIO DE LAS MASAS: PUBLICIDAD Y DEMAGOGIA

"Si es el mejor, el pensamiento de uno sólo vale por el de diez mil"

HERÁCLITO



Vivimos en una época civilizada, una época en la que se impone el espíritu práctico, materialista, irreligioso y ametafísico. Sólo así se diferencian el romano del período de César y el griego del período de Pericles. Éste puede ser idealista; aquél, en cambio, ya no puede serlo. Éste centra su mundo en lo cualitativo, en una vivencia que va mucho más allá de la comprensión, del concepto abstracto o de la cantidad mensurable. Aquél, por el contrario, solo concibe el mundo -su mundo- bajo esta perspectiva.

La civilización derroca a la cultura transvalorando, racionalizando todos los mitos, ideas y creencias propios de la cultura. Así como el hombre del siglo XXI ridiculiza la cultura del hombre del siglo XIV, el romano de los últimos años de la república aborrecía tanto de la metafísica platónica como de religiones ancestrales. La urbe se adueña y somete al campo; ahora son tiempos de agudeza crítica, no de intuición. ¿Cuál es, por tanto, la verdadera religión de nuestros días? La ciencia, el mundo de la demostración y la lógica. En ella se vierte la ingenua fe de que todo es susceptible de ser procesado y apendido por la mente, desde el alma hasta el mundo circundante, desde la vida hasta Dios. ¿Y aquel mundo pletórico, cargado de anhelo y ensueño que palpitaba en plenitud en los tiempos de Dante, Shakespeare o aun en los de Goethe? Todo eso se ha perdido ya para siempre.

¿Qué son hoy los actos religiosos? Simples actos sociales. ¿Qué es hoy la moral? Ir por la calle bien perfumado, depilado, aseado y vestido, exteriorizando unas cualidades morales que estén al alcance de cualquiera. ¿Qué es hoy la sexualidad? Una constante búsqueda del placer más materialista y mezquino. Lo demás es secundario e impráctico, cuando no indigno y provinciano."¡No estamos en la Edad Media!", vociferan las masas encolerizadas.

¿En qué ha derivado la política de nuestra civilización? En pura demagogia, la capacidad de prostituir un discurso a los que son más en número, prescindiendo por completo de los mejores. Exactamente ése es el modus operandi de aquel mostrenco producto de la burguesía, la publicidad. Aquí tenemos un nuevo ejemplo de que, también en este aspecto, la cantidad supera a la calidad. Ahora, ya no es el "pueblo" quien decide las cuestiones políticas y sociales, sino la masa. La mayoría es la que siempre lleva razón.

Así pues, la democracia se yergue como símbolo de que el cuantitavismo, antes relegado a las ciencias de la naturaleza y la economía, ha logrado penetrar en todas las facetas de la vida. Y junto a ella, la demagogia política y la publicidad mercantil no hacen sino confirmar esta tendencia, por lo que el sistema del sufragio universal se convierte en el único método posible para conquistar el éxito.

No podemos sino calificar de certeras las apreciaciones que Spengler desarrolló a propósito de este mismo asunto:

"Ante estas formas nuevas, puramente espirituales, no caben dudas sobre el sujeto viviente que las sustenta. Es el «hombre moderno», el hombre que todas las épocas de decadencia han concebido como un compendio de ricas esperanzas; es la plebe informe que se desparrama por las grandes ciudades, substituyendo al pueblo; es la masa humana desarraigada, oι πoλλoι (los muchos) como decían en Atenas, que substituye a la humanidad de los paisajes cultos, humanidad que crece con la naturaleza misma y sigue siendo aldeana sobre el suelo de las ciudades; es el ocioso del ágora alejandrina y romana y su «correspondiente», el moderno lector de periódicos; es el «hombre educado», que practica el culto de la medianía espiritual en el tabernáculo de la publicidad, antaño como hoy; es el hombre de teatros y de placer, de deportes y de modas literarias, tanto en la antigüedad como en Occidente. El objeto de la propaganda estoica y socialista es esa masa que se manifiesta tardíamente, y no «la humanidad». Iguales fenómenos podrían indicarse en el Imperio nuevo de Egipto, en la India budista, en la China de Confucio.

A este tipo de hombre corresponde una forma característica de la actuación pública: la diatriba, Observada primeramente como fenómeno del helenismo, la diatriba pertenece, en realidad, a las formas de actuación que aparecen en toda época civilizada. Es dialéctica, práctica, plebeya; substituye las figuras significativas, ampliamente influyentes, de los grandes hombres por la agitación ilimitada de los pequeños, pero sagaces; convierte las ideas en fines, los símbolos en programas.
La diatriba contiene también el elemento expansivo de toda civilización, sucedáneo imperialista de las riquezas interiores del alma, substituidas ahora por el espacio externo".


Hoy las masas dirigen -o creen dirigir- el conciero del porvenir; la pregunta es ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo la vida va a estar regida por la superficialidad, la corrupción política, los medios de comunicación -que son quienes realmente crean la "opinión pública"-, y en general, el dinero? La crisis económica que estamos atravesando sólo es la punta del iceberg. Cuando las masas adviertan la magnitud de esta realidad querrán cambiar, querrán volver a las profundidades de las que un día surgieron. Pero ya no podrán. Nada resiste a los embates del tiempo. Y es que Cronos, a pesar de todo, continuará devorando a sus hijos...

martes, 28 de octubre de 2008

HELENISMO Y MODERNIDAD


"¿Qué es la tolerancia? Es el atributo de la humanidad. Estamos embadurnados de debilidad y de errores; perdonémonos recíprocamente nuestras necedades, he aquí la primera ley de la naturaleza..."

VOLTAIRE


"La misma atención que el estoico concede a su cuerpo, concede el pensador occidental al cuerpo social."

OSWALD SPENGLER


Uno de los aspectos cruciales en la evolución de la educación romana fue la implantación de la humanitas (literalmente, humanidades), consistente en la paulatina asimilación de la renovada cultura helénica, claramente transfigurada tras las conquistas de Alejandro Magno.

Efectivamente, parece demostrado que el helenismo asestó el golpe definitivo al arcaico período clásico y sus nuevos valores se impusieron principalmente en el arte y la filosofía. Este punto de inflexión halló gran fecundidad en la proliferación de las llamadas "escuelas helenísticas", instituciones en las que se enfatizó el carácter jerárquico y elitista de la enseñanza, en una evidente oposición con las mucho más populares formas tradicionales.

No es difícil, pues, adivinar las tendencias subversivas que encierra el helenismo, el cual fue afianzándose tanto en Oriente como en Occidente, y que halló en epicúreos y estoicos a sus apóstoles para el mundo romano.

¿Sería descabellado establecer una analogía entre esta especie de "humanismo" y el que se originó en el período conocido como "la Modernidad"?

Antes que nada, hay que reseñar que para Spengler la cultura antigua se caracterizó por enderezar la conducta del individuo, no en la acción -como ocurre en Occidente-, sino en la actitud, en la disposición estática del sujeto considerado como un cuerpo entre cuerpos.

De este modo, los ideales subversivos creados por los post-cartesianos e ilustrados (libertad, paz, igualdad, tolerancia) adquieren en las escuelas helenísticas su correspondencia, no en relación con la sociedad, sino de forma exclusivamente interior. El ideal moderno de libertad, por ejemplo, es reconocido por los griegos como eleutheria o señorío propio, enkrateia o dominio de sí mismo, y eutarkeia o autosuficencia personal.

Así como el filósofo ilustrado -y con él el moderno socialista- se preocupa por las diferencias sociales para concretar su ideal de "homogeneidad", el estoico se afana en hallar el justo medio entre el desprecio de sí mismo y la sobrevaloración personal.

Otro tanto cabe decir de la tolerancia, concebida por los estoicos no como una concesión hacia los demás, sino por la sencillez y la espontaneidad en la conducta, es decir, por la tolerancia de uno mismo.

¿Y qué decir del pacifismo, cuestión en la que coincidían todos los que profesaban el helenismo filosófico? Todos ellos afirmaron su renuncia a la lucha... en un sentido enteramente corpóreo, por supuesto. La "paz interior" a la que alude el estoico Marco Aurelio en sus escritos es una buena muestra de ello.

Podrían aquí citarse otros muchos ejempos que esclarecen hasta qué punto el helenismo y la Modernidad comparten una misma función morfológica dentro de sus respectivas culturas (tendencia al hedonismo y cosmopolitismo; concepción materialista de la naturaleza; infravaloración de las emociones, consideradas como "pasiones"; negación del alma en sentido incorpóreo; exaltación de la cualidad racional del hombre, etc.), pero quizá el aspecto más esencial es el de cambiar, como dice Spengler, "la pespectiva del pájaro por la perspectiva de la rana".

Agotadas sus posibilidades metafísicas, la ética civilizada degenera en una "moral plebeya", elaborando "un plan de batalla para eludir el sino" -en vez de sobrellevarlo con orgullo, como haría el hombre culto-.

Se comprende bien por qué los estoicos encontraron gran acogida en la Roma imperial, sobre todo despues de leer las siguientes palabras de Spengler

"Lo que Esquilo hacia grande, los estoicos lo hacian pequeño. No es ya la abundancia, es la pobreza, la frialdadad y vacíos intelectuales".

Un vacío que retorno de nuevo, segun el filosofo tudesco, en los afanes de la modermidad europea bajo las formas plebeyas de la "solicitud, humanidad, paz universal o felicidad del mayor numero", todas ellas integradas dentro de la ideología que hoy se conoce con el nombre de "progresismo".

jueves, 23 de octubre de 2008

EL HEDONISMO COMO ESTILO DE VIDA



"Haber muchos particulares allanado montes y terraplenado mares, gente en mi juicio a quien las riquezas no sirvieron sino para desprecio y burla, porque pudiéndolas gozar honestamente, se daban prisa a despreciarlas (perderlas) por modos vergonzosos. Ni era menor el exceso en la lascivia, en la glotonería y demás regalo del cuerpo. Prostituíanse infamemente los hombres; exponían las mujeres al público su honestidad; buscábase exquisitamente todo por mar y tierra para irritar la gula; no se esperaba el sueño para el reposo de la cama; no el hambre, la sed, el frío, ni el cansancio; todo lo anticipaba el lujo. Estos desórdenes inflamaban a la juventud, después que había disipado sus haciendas, para todo género de maldades. Su ánimo envuelto en vicios, rara vez dejaba de ser antojadizo; y tanto con mayor desenfreno se entregaba al robo y a la profusión".

SUETONIO



La relajación moral que emana de las ciudades cosmopolitas es quizá el símbolo más visible que delata la corrupción espiritual de nuestra cultura.

El hedonismo se asienta definitivamente en la sociedad, y no son pocos quienes adoptan esta filosofía como un auténtico estilo de vida, como una "vía de escape" para evadirse de un mundo que ya no interesa porque se ha perdido interiormente. Desarraigados, estos individuos pululan por las calles con la esperanza de encontrar una nueva fuente de placer con la que saciar su enviciada alma. Sus componentes ya no son los clásicos alcohólicos o "gentes de mal vivir", sino la creciente masa de jóvenes semiholgazanes, consumidores de toda clase de drogas y otras perversiones. En casos concretos, estas tendencias alcanzan a un sector cada vez mayor de la población, el cual es incluso justificado y hasta fomentado por la explícita demagogia de políticos, artistas e intelectuales de nuevo cuño.

Sin embargo, no es la primera vez que semejantes infamias hacen acto de presencia en la Historia; podemos rastrear estos mismos fenómenos en la Roma decadente, aquella ciudad mundial en la que Mommsen supo describir tan detalladamente su ocaso cultural.

Mientras los juegos de apuestas y espectáculos públicos iban ganando terreno día tras día, "el horror al trabajo y la vagancia crecían a ojos vista", señala el prestigioso historiador alemán. Más adelante cuenta la significativa anécdota en la que "Catón propuso que se pavimentara el Foro con guijarros bien afilados para obligar a los gandules a aprender un oficio".

Sin duda, estas inclinaciones hallaron su apoteosis en la conocida fórmula imperial del cirPanem et circenses, medida con la que los emperadores pretendían mantener ociosa a la plebe urbana. En esta situación, es comprensible que por aquel entonces se considerase que "el hombre rico que vive del trabajo de sus esclavos es necesariamente un hombre respetable, mientras que al hombre pobre que vive del trabajo de sus manos se le tiene necesariamente por un hombre vil", creencia que al menos demuestra una mayor franqueza con respecto a la que se puede experimentar en nuestros días.

"En cuanto a ociosidad, nada tenía que envidiar el aristócrata al proletario; si éste se revolcaba holgadamente sobre el pavimento, aquél dormía entre sus plumas hasta bien entrado el día. La disipación reinaba en este mundo con tanta falta de medida como sobra de mal gusto". De este modo resume Mommsen el vacío espiritual que emponzoñaba el corazón de un pueblo próximo a consumirse, de una raza anquilosada en espera de tiempos mejores, de tiempos en los que el consuelo anuncie el crepúsculo ante la irreversibilidad de su propio destino.

lunes, 20 de octubre de 2008

TIEMPOS DE MATERIALISMO


"Con frecuencia digo que cuando puede usted medir algo y expresarlo en números, quiere decir que conoce algo acerca de eso. Cuando no lo puede medir, cuando no lo puede expresar en números, su conocimiento es escaso y no satisfactorio. Puede ser el comienzo de un conocimiento, pero en cuanto a su pensamiento, usted apenas ha avanzado hasta llegar a la etapa de la ciencia, sea cual sea."

LORD KELVIN


"El hombre culto vive hacia dentro; el civilizado, hacia afuera, en el espacio, entre cuerpos y "hechos". Lo que aquel siente como un sino, lo comprende éste como una conexión de causas y efectos. Ahora son los hombres materialistas en un sentido qué sólo vale para los períodos de civilización."

OSWALD SPENGLER


En los tiempos que corren, se considera un atentado contra la ciencia desarrollar de forma seria cuestiones en las que se utilicen términos trascendentes. El alma no existe. Este es el postulado que defienden los científicos, físicos, historiadores, y filósofos de hoy. ¿Qué es el pensamiento? Un conjunto de procesos quimicoeléctricos, nada más. ¿Qué son las emociones? Una suerte de procesos hormonales mecánicamente determinables. La metafísica es valorada como una superstición fruto de la irracionalidad y la ignorancia de siglos pasados.

Lo que quizá no sepamos es que este mismo sentimiento "mecanicista" de la vida fue muy popular durante la Roma imperial. En efecto, por aquel entonces las teorías atomistas propugnadas por Demócrito alcanzaron gran popularidad entre los círculos más ilustrados, llegando a formar parte de los planteamientos filosóficos de las dos corrientes helenísticas más difundidas en aquellos años: los epicúreos y los estoicos.

Los primeros, lejos de formular su propia concepción de la naturaleza, adoptaron sin más todas y cada una de las tesis materialistas democríteas, reconociendo con ello el sinsentido de la existencia, lo que les movió a considerar la vida como una búsqueda por prolongar el placer y evitar el dolor.

Por su parte, los estoicos rechazaron esta visión hedonista de la conducta humana, y ante las leyes físicas que anulaban la voluntad del individuo, predicaban la "ataraxia" o capacidad de permanecer indiferente a las desgracias que, inevitablemente, se suceden durante el curso vital.

Ambas filosofías, empero, coincidían en resaltar la cualidad intelectual del hombre (racionalismo), así como la concepción puramente mecánica del cosmos (materialismo). También perseguían el fin común a todas las escuelas helenísticas: hallar la conducta práctica más idónea con arreglo a la vida consuetudinaria.

¿Cómo no ver en estas tendencias una clara identificación con el budismo? Leamos a Spengler:

"El budismo rechaza toda reflexión sobre Dios y los problemas cósmicos. Para él lo único importante es el yo, el arreglo de la vida real. Tampoco reconoce el alma. Así como el psicólogo europeo actual—y con éste el «socialista»—resuelve el hombre interior en un haz de sensaciones, en un conjunto de energías quimicoeléctricas, asi también el indio de la época de Buda."

A continuación, Spengler muestra cómo el budismo enmascara una especie de cientismo metodológico:

"El maestro Nagasena demuestra al rey Milinda que las partes del coche en que viaja no son el coche mismo y que «coche» es una mera palabra; otro tanto, empero, sucede con el alma. Los elementos psíquicos son llamados skandhas, montones, que tienen el carácter de efímeros. Esto corresponde perfectamente a las representaciones de la psicología asociacionista."

Para terminar -no sin antes advertir de que también cada cultura tiene su propia forma de entender el materialismo-, Spengler intuye la profunda afinidad existente entre el budismo, el estoicismo antiguo y el socialismo. Para ello explica que "también el budismo se apropia del concepto brahmánico del karma..., tratándolo muchas veces en sentido materialista, como una materia cósmica en constante transformación."

Este frío positivismo queda bien sintetizado en el emperador estoico Marco Aurelio, quien aconsejaba la descripción exclusivamente "física" para definir la esencia de cualquier realidad: "Esta púrpura imperial es pelo de oveja empapado en sangre de marisco -escribió-. La unión de los sexos es un frotamiento de vientre con eyaculación en un espasmo de líquido viscoso."

Spengler concluye que todas estas doctrinas se corresponden con "emociones finales", cuyo nihilismo es producto de la extinción del "alma" de cada cultura, la cual es reemplazada por el "espíritu cerebral" de las grandes urbes, es decir, por la civilización.

martes, 14 de octubre de 2008

METROSEXUALIDAD, ¿SÍNTOMA DE DECADENCIA MORAL?



"En otro tiempo, el campesino romano se cortaba la barba una vez a la semana; ahora, el esclavo rural no se encuentra bastante acicalado"
VARRÓN

"Es significativo de lo insulso de las decadentes razas citadinas rendir homenaje a estas necesidades banales bajo la forma de higiene, vegetarismo o sport como concepciones del mundo."
OSWALD SPENGLER

El hombre producto de la civilización ha perdido toda su vivencia interior. Es un ser que plasma todas sus experiencias en el mundo exterior, "en lo que se puede ver y tocar". ¿Qué significado tienen para él vocablos como "alma" o "espíritu"?

El trivium de la cultura es la religión, la moral y el arte; el de la civilización, la política (votos) , la economía (dinero) y la técnica (posibilidades prácticas) . Como se ve, reduce todo lo que para el hombre culto es cualitativo a meras cantidades mensurables. Sumida en el olvido, la vivencia íntima cede el puesto a lo externo, a lo puramente superficial.

La sofisticada vida en la urbe deviene en un refinamiento que, sin solución de continuidad, desemboca en la obsesión por la apariencia. Surge la moda entre la plebe de acudir a los balnearios con el fin de ostentar públicamente el cumplimiento del estricto régimen higiénico. Como señala el historiador Fernando Garcés:

"El concepto de baño no se limitaba a una inmersión, ducha o libación, sino que, a partir de entonces (siglo II a. C. en Roma) comenzó a implicar también una sudación controlada, y su presencia no dependia de la proximidad de un río o una fuente termal. Igualmente novedoso fue el hecho de que estuvieran localizados en espacios urbanos, y no en lugares alejados."

Ciertamente, los paralelismos con nuestra propia época son sorprendentes, a tenor de las siguientes palabras escritas por Garcés:

"Mientras las mujeres atenienses debían resignarse a vivir dentro de casa, las romanas acompañaban a sus maridos en este relajado estilo de vida. Algunas llegaron a utilizar atuendos que más tarde recordarán los biquinis, y durante un tiempo incluso se permitió que hubiera baños mixtos."

Otra de las costumbres sociales que toman auge en estas épocas civilizadas es el de la "metrosexualidad", es decir, la preocupación por la estética en los varones. Así, el historiador antiguo Procopio, al narrar los sucesos que conmocionaron Bizancio durante el reinado del emperador Justiniano, cuenta que:

"Para empezar, los azules, extremistas, revolucionaron la moda del peinado. No se tocaban la barba y el bigote, sino que adoraban dejarlos crecer lo más posible; se cortaban los cabellos por delante hasta las sienes y por detrás los dejaban caer largos e incultos, como los hunos."

No menos característica es la desmedida atención por la indumentaria, que se convierte en emblema de distinción social:

"Todos tenían muy en cuenta la elegancia y se ponían vestidos mucho más vistosos de cuanto les correspondiese por su condición: está claro que lo conseguían por medios ilícitos."

En este aspecto los romanos no le iban a la zaga. De hecho, la costumbre atribuida a las mujeres de la depilación corporal fue una práctica muy extendida entre los hombres. Los apipalarius o exclavos expertos en esta misión fueron muy cotizados en la Roma imperial.

En un artículo sobre la historia de la estética, publicado en la página http://www.ausironature.com/, se reconoce que:

"En el Imperio romano la estética constituyó una auténtica obsesión. Hombres y mujeres atesoraban fórmula de cosméticos, se maquillaban, peinaban y depilaban por igual."

Resulta enigmático observar que las modas destinadas a resaltar la superficialidad suelen aflorar en épocas consideradas como "inmorales" o "decadentes" . ¿No es precisamente la nuestra una de éstas? ¿Qué le importa más a un varón joven de hoy, su incipiente calvicie o las masacres de individuos humanos que se realizan en las clínicas abortivas de nuestro país?

Cierto es que Spengler nos advirtió que cada cultura tiene su propia moral. Mas ello no debería incitarnos -y menos en estos tiempos- a no responder a esta pregunta. Principalmente, porque renegar de nuestra moral significa, en un sentido profundo, renegar de nosotros mismos.

miércoles, 8 de octubre de 2008

INFECUNDIDAD Y CIVILIZACION


"Muchas parejas de Europa oriental posponen el tener hijos por falta de seguridad economica y de empleo. The New York Times informa que la “inseguridad no solo ha llevado a una reduccion palpable del indice de natalidad, sino tambien de matrimonios, y a un aumento diez veces mayor de las esterilizaciones”. El Times añade que, segun los demografos, “nunca se habian observados variaciones tan marcadas, con la salvedad de los tiempos de guerra, plagas o hambre”.
Para poner coto a esa tendencia e incentivar la procreacion,desde hace algun tiempo los gobiernos de Belgica, Hungria, Luxemburgo, Polonia y Portugal han gratificado los nacimientos. Recientemente, el gobierno del estado aleman de Brandemburgo comenzo a otorgar 650 dolares por cada recien nacido."

curiosomundo.com


"En términos generales, la población española ha experimentado un proceso similar al de otros países europeos más desarrollados: se ha producido un cambio desde una situación de altos índices de nacimientos y defunciones a una de bajas tasas de nacimientos y defunciones. De todos modos, como en la mayoría del sur de Europa, este fenómeno apareció unas décadas más tarde que en otros países europeos más desarrollados. Hasta 1900, los índices de nacimientos y defunciones eran todavía muy altos, excediendo en ambos casos el 30%, típico de una sociedad preindustrial subdesarrollada. Existía una importante diferencia entre las regiones, de manera que mientras Cataluña y las Islas Baleares iniciaron esta evolución con anterioridad a 1900, había zonas como Andalucía, las Islas Canarias y Extremadura que no comenzaron el proceso hasta la década de los 20.
La natalidad se redujo en más de la mitad entre 1960 y 1990, de 21,7 a 10,2 nacimientos por mil habitantes, por lo que la tasa en España está por debajo de la media de la Unión Europea. En ningún otro país de la Comunidad la tasa de nacimiento bajó tanto como en España, donde, al final de los ochenta, se había igualado e incluso era ligeramente inferior a la de los países más avanzados de la Unión Europea."




"El aspecto general que nos ofrece el bajo imperio (romano) no es optimista: abusos de fisco, inseguridad en las carreteras, bajo nivel cultural, constante presión desde el mundo germánico e infecundidad en alto grado."

html.rincondelvago.com




"Así, pues, la existencia pierde sus raíces y la vigilia se hace cada día más tensa. De este hecho, empero, se deriva un fenómeno que viene desde hace tiempo iniciándose en silencio y que ahora de pronto entra en la luz cruda de la historia, para preparar el desenlace de todo el drama. Me refiero a la infecundidad del hombre civilizado. No se trata de algo que la causalidad diaria—la fisiología, por ejemplo—puede explicar, como naturalmente ha intentado explicarlo la ciencia moderna. Trátase ni más ni menos que de una propensión metafísica a la muerte. El último hombre de la gran urbe no quiere ya vivir, se aparta de la vida - no como individuo, pero sí corno tipo, como masa— En la esencia de este conjunto humano se extingue el terror a la muerte."

OSWALD SPENGLER



Mientras que para el aldeano el afán de reproducirse transcurre de forma natural, espontánea, el hombre urbano se siente impulsado a criticar con su intelecto los "motivos" que justifiquen la multiplicidad de nacimientos. Entonces, como muy bien hace notar Spengler, "cuando en la conciencia aparecen motivos que plantean problemas vitales, es que la vida misma se ha hecho problemática".

Este hecho enlaza directamente con otro de no menor relevancia: el hombre ya no busca en la mujer a la futura madre de sus hijos, sino a una amiga, una compañera de la que espera sobre todo "apoyo intelectual".

El descenso de natalidad, abominable circunstancia que viene gestándose desde principios del siglo XX en todo Occidente, ha tratado de ser explicado por los científicos modernos como causa de la progresiva industrialización, así como la continua exposición a elementos tóxicos. Sin embargo, Spengler afirma que "la causalidad no tiene nada que hacer en la historia".

Para ilustrar esta disyuntiva, el filósofo alemán cita el ejemplo de Roma, cuyo imperio "goza de completa paz; es rico, posee las más altas formas de civilidad; tiene, de Nerva a Marco Aurelio, una serie de jefes como no puede ostentarlos ninguna civilizacion. Y, sin embargo, la población desaparece rápidamente, en masa... . Italia primero, África y Galia después y, finalmente España...quedan desiertas y abandonadas".

Comprender que esta irreversible realidad será la tónica general en las próximas décadas, constituirá uno de los mayores aciertos de la nueva poítica que aún está por venir.