miércoles, 30 de junio de 2010

SERVICIOS DE INTELIGENCIA: ¿LOS NUEVOS PRETORIANOS?




Hace un tiempo el magnífico periodista Luis del Pino realizó una serie de artículos que, bajo el título de "¿Se repite la Historia?", incidían en aspectos que enlazan directamente con los puntos de vista de nuestro blog. Este autor,ingeniero de Telecomunicación por la Universidad Politécnica de Madrid, aunque más conocido por sus excelentes trabajos sobre los atentados del 11-M, nos muestra cómo los servicios de información están conformando un poder en la sombra (precisamente en la "Era de la Información")que, con el tiempo, podrá desbancar incluso a los actuales poderes fácticos.

¿Se repite la Historia? por Luis del Pino


Parte I


Si uno analiza la situación presente del mundo occidental y la compara con la del mundo grecorromano entre los siglos I a.C. y I. d.C., aparecen por doquier curiosos paralelismos. Algunos de esos parecidos son fundamentalmente circunstanciales, como por ejemplo los existentes entre la Guerra de Yugurta y las dos Guerras de Iraq; o entre la vida y muerte de los hermanos Graco y la de los hermanos Kennedy; o entre la Guerra contra los Piratas que amenazaban el suministro de grano a Roma y la lucha contra la Al Qaeda que amenaza el suministro de petróleo a Occidente.

Pero, al lado de esos parecidos circunstanciales, cuando se analiza comparativamente y con un poco más de perspectiva la evolución del mundo grecorromano y del mundo occidental, se pueden percibir paralelismos relativos a las tendencias de fondo de la sociedad que llevan a preguntarse si es que la Historia se repite de manera cíclica.

El mundo grecorromano vivió la misma evolución de las formas políticas que ha vivido nuestra sociedad occidental, pasando por el feudalismo, el estado de clases, el absolutismo, el napoleonismo y la democracia. Y la duración de cada una de esas fases resulta relativamente similar en ambos casos. Otras sociedades, como la antigua China y el antiguo Egipto, sufrieron también en su día el mismo tipo de evolución. Y no sólo en el campo político se mueven las sociedades siguiendo rutas aparentemente paralelas; en otros terrenos, como por ejemplo el de las formas artísticas, también sucede lo mismo.

Es ese paralelismo en la evolución de las sociedades el que ha llevado a muchos historiadores a preguntarse, a lo largo del tiempo, si existen leyes inmutables que marquen el proceso de nacimiento, desarrollo y muerte de las civilizaciones.

No se trata de una curiosidad meramente académica. Si esas leyes existen, entonces podemos deducir cómo evolucionará nuestra propia sociedad, estudiando cómo lo hicieron otras sociedades anteriores. Y se da el caso de que en esas sociedades anteriores la democracia terminó por dejar paso a la tiranía, con el advenimiento de lo que se llama "cesarismo", paso previo a la formación de un auténtico imperio universal que abarcaba a todas las naciones incluidas dentro de esa sociedad. Una vez formado un imperio universal, las sociedades se petrifican y terminan sucumbiendo ante las acometidas de otra civilización externa

¿Sucederá lo mismo en nuestro mundo occidental? ¿Es la democracia un mero interregno entre el napoleonismo y el cesarismo, entre la monarquía absoluta y el imperio? ¿Estamos condenados a que, en un plazo no muy largo (si nos atenemos a lo que sucedió en el mundo romano) Occidente entero esté gobernado por un nuevo Julio Cesar, desde una nueva Roma, que probablemente esté situada en Washington, o en Nueva York, o en Los Angeles, o en Miami o en Toronto?

Es el alemán Oswald Spengler el que estableció, modernamente, las bases para ese estudio comparado de las civilizaciones, con su obra "La decadencia de Occidente", publicada en 1917 (Nota 1). Resulta sorprendente leer hoy algunos pasajes del libro de Spengler, como por ejemplo cuando se atreve a predecir (¡en 1917, en plena Primera Guerra Mundial!) la futura desaparición de la institución del servicio militar obligatorio, o la evolución hacia el imperialismo que forzosamente debería experimentar el régimen soviético recién instaurado, simplemente a partir del análisis de lo que había sucedido en otras civilizaciones anteriores.

Pero es otro autor, el inglés Arnold J. Toynbee, el que recoge y perfecciona las ideas de Spengler, desarrollando entre 1934 y 1961 un exhaustivo análisis comparado de las civilizaciones que hasta la fecha han existido. En su obra en doce tomos "Estudio de la Historia" (Nota 2), Toynbee sistematiza lo que en Spengler son básicamente ideas inspiradas.

En esencia, de los estudios de Spengler y de Toynbee se desprende que, en efecto, nada puede salvar a las civilizaciones de cometer los mismos errores que sus predecesoras. O, mejor dicho, de seguir un mismo tipo de evolución, que termina indefectiblemente con la muerte de esa civilización.

¿Es eso así? ¿Están las naciones occidentales condenadas a terminar formando parte de un Imperio Universal de Occidente, gobernado por una cualquiera de las naciones que actualmente se integran en la civilización occidental, para terminar desapareciendo ante los embates de otra civilización más pujante?

Resulta curiosa la falta de seguidores que ha tenido esa escuela de pensamiento inaugurada por Spengler y Toynbee (Nota 3), especialmente si tenemos en cuenta que el desarrollo de la sociología y de la tecnología informática en las últimas décadas abren la puerta a la realización de modelos matemáticos que servirían para tratar de capturar la enorme complejidad de las interacciones sociales. Al fin y al cabo, eso mismo se hace ya en otros campos de complejidad extraordinaria, por ejemplo con los modelos macroeconómicos, así que ¿por qué no aplicar las nuevas tecnologías a la investigación histórica y al intento de predecir la evolución futura de las sociedades?

Pero volvamos a la cuestión que planteábamos: ¿está realmente escrita nuestra Historia futura? En el siguiente hilo expondremos los argumentos en que se basa la crítica, enormemente inteligente, que Karl Popper hizo a estas tesis "deterministas" del campo de la Historia.

Después, en el último hilo de la serie, volveremos a la cuestión de las amenazas que acechan a los regímenes democráticos y analizaremos una de esas tendencias "universales" de carácter letal que se manifiestan en las etapas previas a la instauración del cesarismo. Y hablaremos un poquito, en este sentido, de los servicios de inteligencia.



Parte II


Una crítica inadecuada: el libre albedrío

Las críticas a las tesis deterministas de Spengler y Toynbee son muy variadas. Ludwig von Mises (a quien nuestro contertulio "lead" citaba en el hilo anterior) y otros autores critican este tipo de tesis, por ejemplo, utilizando el argumento del libre albedrío. Ese argumento afirma, básicamente, que si el hombre fuera una máquina biológica cuyo comportamiento es siempre igual en iguales circunstancias, podríamos soñar con predecir su comportamiento futuro. Pero el comportamiento de un hombre es impredecible, porque existe el libre albedrío y cada hombre elige en cada instante su propio comportamiento, así que cualquier intento de establecer leyes que regulen el devenir histórico está condenado al fracaso.

Sin embargo, esa crítica al determinismo histórico basada en la existencia del libre albedrío no es correcta desde el punto de vista lógico, por dos razones distintas:

1) En primer lugar, por supuesto que los seres humanos tenemos libre albedrío, y en consecuencia es imposible (además de impracticable) tratar de predecir el comportamiento de UNA persona. Pero es que ésa no es la cuestión. De lo que se trata es de ver si se puede predecir el comportamiento de las sociedades en su conjunto, no de una sola persona. También los pájaros individuales de una bandada deciden "libremente" en cada momento si vuelan en una dirección o en otra, y es completamente imposible predecir los movimientos de UN pájaro concreto. Sin embargo, al cambiar de escala, es decir, al considerar el comportamiento de la bandada de pájaros en su conjunto, sí que es posible realizar predicciones de movimiento. De hecho, existen modelos matemáticos que analizan el comportamiento de las bandadas de pájaros y de los bancos de peces, y esos modelos se están intentando aplicar, en la actualidad, a la predicción del comportamiento de los inversores en bolsa. En el campo de la Física sucede tres cuartos de lo mismo: es imposible predecir (porque la capacidad de cálculo necesaria es inmensa) cómo se va a mover en los próximos tres meses una molécula concreta del aire de una habitación. Sin embargo, sí que podemos enunciar leyes que nos indican perfectamente cómo responderá esa masa de aire, en su conjunto, a los estímulos que apliquemos. Así, por ejemplo, podemos predecir cómo serán las corrientes de aire que se produzcan si calentamos un lado de la habitación y el otro no.

2) Pero es que, además, ya existen modelos matemáticos que predicen, de manera limitada, el comportamiento de grupos humanos en determinadas situaciones concretas. Por ejemplo, existen modelos de simulación en el campo de la Economía que permiten predecir, con razonable exactitud, cómo evolucionará económicamente un país o cómo reaccionará un cierto mercado a determinados acontecimientos. Al igual que también existen modelos estadísticos que prevén el comportamiento de grupos humanos en el campo de la ingeniería de tráfico o de los servicios telefónicos y esos modelos se utilizan desde hace mucho tiempo, con considerable éxito, a la hora de dimensionar las carreteras o la infraestructura de las operadoras telefónicas. Como también hay modelos que se utilizan para predecir cómo reaccionan las personas, en su conjunto, a un incendio y diseñar así las salidas de emergencia de un edificio.
Este último ejemplo nos permite aclarar mejor por qué el libre albedrío puede no tener, en nuestro caso, la más mínima importancia: si alguien grita "fuego" en mitad de una sala abarrotada, el comportamiento de ese grupo humano consistirá en correr hacia la salida lo más rápido que pueda, para alejarse del peligro. En esas situaciones, siempre hay alguien más sensato que los demás que trata de aconsejar a los que están a su alrededor que no pierdan los nervios y que salgan ordenadamente, porque de esa manera se garantizará que se salven más vidas. Pero esos llamamientos no pueden nunca vencer al pánico generalizado: la acción de un hombre individual (el libre albedrío) no puede nada, en muchas ocasiones, frente al comportamiento grupal (las reacciones fundamentalmente instintivas de una masa de personas).

Si adoptamos una escala todavía más grande, podemos hacernos preguntas como la siguiente: ¿podría Churchill, haciendo un esfuerzo aún mayor, haber convencido a los ingleses, antes de la Segunda Guerra Mundial, de que era un error contemporizar con Hitler, o la tendencia pacifista imperante era tan fuerte que ninguna acción individual hubiera podido con ella?

Ése es, precisamente, el tipo de pregunta que se plantea con las tesis deterministas: ¿son tan irrefrenables las tendencias sociales que ninguna acción individual logrará nunca detenerlas? Cuando una civilización marcha hacia su propia destrucción, ¿puede la acción de uno o más hombres "concienciados" detener esa marcha? ¿O cualquier esfuerzo que se haga será inútil?

Una crítica adecuada: los avances tecnológicos

Existe otra crítica mucho más inteligente a las tesis deterministas de Spengler o Toynbee (o a tesis "teleológicas" como la marxista) y es la que realiza Popper en su libro "La miseria del historicismo". Aunque Popper no se refiere específicamente a Spengler y Toynbee, el argumento que da para refutar las tesis historicistas resulta perfectamente aplicable al caso que nos ocupa.

Decía Popper que cualquier intento de predecir el comportamiento a largo plazo de las sociedades en su conjunto está condenado al fracaso, porque los avances tecnológicos hacen que las condiciones sociales, e incluso el propio concepto de interacción social, cambien de forma continuada. No es posible prever hoy reacciones a estímulos que ni siquiera existen todavía, pero que existirán en el futuro debido a los avances tecnológicos.

Este tipo de crítica sí es correcto. Imaginemos, por ejemplo, a un hombre de las cavernas tratando de predecir la evolución de su sociedad. Suponiendo que consiguiera enunciar leyes generales que permitieran "saber" cómo se iba a comportar su grupo humano, buena parte de esas leyes quedarían obsoletas en cuanto alguien inventara el fuego, o la rueda, o el hacha.

Los avances tecnológicos van aumentando el grado de complejidad de las propias sociedades, así que cualquier intento de predicción sólo puede tener una validez limitada en el tiempo.

De hecho, si nos fijamos en las tesis de Spengler y Toynbee, el propio enunciado de esas tesis da la razón a Popper. Basta con analizar el propio concepto de "civilización", tal como Spengler y Toynbee lo emplean.

Spengler identificaba en la Historia de la Humanidad unas pocas "civilizaciones": la helénica, la egipcia, la china, la india, la europea occidental, la árabe, la maya, la inca... Toynbee, con un trabajo más sistemático, ampliaba el número de "civilizaciones" existentes o extintas a veintinuna, algunas de las cuales son descendientes de otras anteriores (se indican en negrita las civilizaciones actualmente existentes):

Egipcia
Sínica (China antigua)
------Lejano Oriente
------Coreano-japonesa (incorporada en la del Lejano Oriente)
Minoica
------Helénica (Grecia, Roma)
------------Occidental
------------Rusa
------------Cristiana ortodoxa (incorporada en la rusa)
------Siríaca
------------Iránica (incorporada en la islámica)
------------Islámica
Sumérica (sumerios, acadios)
------Índica
------------Hindú
------Hitita
------Babilónica
Andina (incas)
Maya
------Mejicana (toltecas, aztecas)
------Yucateca

Y aquí radica el principal argumento en contra de las propias teorías deterministas, argumento que encaja con la crítica que hacía Popper. Las tesis de Spengler y Toynbee se aplican, por su propia definición, a las "civilizaciones". Cualquier Ley Universal que pudiéramos extraer analizando esas civilizaciones mencionadas no podría aplicarse a los grupos humanos existentes con anterioridad a la aparición de la primera civilización. Es decir: en algún momento de la Historia de la Humanidad, los avances tecnológicos hicieron que las sociedades humanas alcanzaran el grado de "civilización" y sólo a partir de ahí podrían aplicarse esas supuestas leyes universales del comportamiento de las civilizaciones.

Ahora bien, por la misma razón, los avances tecnológicos futuros pueden llevar a la Humanidad a un estadio de complejidad superior al de lo que ahora conocemos como "civilizaciones". Y las leyes aplicables a las civilizaciones, si es que existen, dejarían de poder aplicarse a esa Humanidad "post-civilizada".

La factibilidad de las predicciones históricas

El argumento de Popper es impecable: los avances tecnológicos (y el aumento consiguiente de la complejidad social) impiden la existencia de leyes de la Historia universalmente aplicables a lo largo del tiempo.

Sin embargo, lo que el argumento de Popper no impide es que existan leyes históricas que sean aplicables en un horizonte temporal limitado. Mientras la tecnología no avance lo suficiente como para llevar la complejidad social "a un nivel superior", no hay ninguna razón que impida tratar de extraer lecciones del comportamiento de otras civilizaciones anteriores.

Por enunciar la pregunta claramente: ¿hemos alcanzado ya un estado post-civilizado, en el que es imposible aplicar las enseñanzas que pudiéramos extraer de lo que fue la historia de las civilizaciones anteriores? ¿O, por el contrario, nuestra sociedad no difiere tanto de la romana y cabe prever que seguiremos una evolución similar a la de ésta?

En el último hilo de esta serie hablaremos de algunas similitudes curiosas entre las tendencias que pueden percibirse en nuestra actual sociedad y las que experimentó Roma en la época previa a la instauración del cesarismo.


Parte III


Una sociedad enferma

¿Cómo podríamos describir el estado de las cuestiones sociales?

1) la institución familiar se resquebraja a ojos vista, con un aumento espectacular de la tasa de divorcios, un progresivo descrédito de virtudes como la de la fidelidad y una pérdida paulatina del respeto por las generaciones anteriores.
la religión está siendo abandonada poco a poco por buena parte de la población, al mismo tiempo que surgen, para llenar el hueco, todo tipo de sectas y filosofías esotéricas. Algunas de esas sectas esotéricas, que incluyen peculiares ritos iniciáticos, cuentan con una gran aceptación entre los miembros de la oligarquía dominante.

2) el ejército tradicional ha sido sustituido por otro ejército profesional, mercenario, que se ve obligado a nutrirse cada vez más de voluntarios extranjeros ante el escaso entusiasmo que muestran los locales por incorporarse a filas.
3) deportistas y personas procedentes del mundo del espectáculo se cuentan entre las figuras más admiradas por los ciudadanos, para quienes la fama (independientemente de cómo se consiga) pasa a ser la única medida (junto con el dinero, que muchas veces va aparejado a ella) del éxito social. Muchos de esos famosos llegan a acumular auténticas fortunas y algunos de ellos aprovechan incluso su fama para saltar a la arena política.

4) el arte tradicional ha dejado de existir, sustituido por una sucesión cada vez más acelerada de modas cambiantes, con las que el artista no busca ni un medio de expresión personal, ni la inmortalidad que concede el genio creador. Tan sólo se intenta captar la atención del público potencial recurriendo a cualquier histrionismo o extravagancia que sea necesario, como medio, al final, de conseguir fama y dinero. La búsqueda de nuevas sensaciones lleva a la adopción de modas y gustos extranjeros, exóticos. Hasta la gastronomía se convierte en un "arte", en el que la sofisticación y la innovación priman sobre los propios alimentos. El hedonismo se generaliza en la sociedad, especialmente entre los miembros de la clase dominante.

5) las ideologías políticas han desaparecido en la práctica, siendo sustituidas por una lucha entre distintos clanes de la oligarquía dominante, lucha en la que "progresismo" y "conservadurismo" no son más que clichés que se utilizan exclusivamente para movilizar a los votantes.

6) la política se ha profesionalizado completamente al mismo tiempo que surge, al lado del político profesional, la figura del activista profesional, casi siempre a sueldo del político o de la persona de dinero.

7) la agitación callejera, como medio de presión antes y después de unas elecciones, se generaliza, destruyendo poco a poco la esencia misma del sistema democrático. El principal criterio de legitimidad de un gobierno ya no es quién cuenta con más respaldo en las urnas, sino quién es capaz de ejercer mayor presión popular en la calle.

8) el sistema judicial ha dejado de impartir Justicia para centrarse, en una primera etapa, en los aspectos más puramente formales de la Ley, de modo que en los juicios no importa quien tiene razón, sino quién demuestra un mejor conocimiento de los vericuetos legales, lo que lleva a una influencia progresivamente mayor de la figura del abogado dentro de la sociedad. En una segunda etapa, la venalidad se ha generalizado entre los jueces, que ya no son otra cosa que un mero apéndice de la oligarquía dominante, a quien sirven.

9) la separación de poderes ha sido abolida en la práctica, aunque formalmente siga existiendo. No sólo la Justicia ha sido mediatizada por el poder político (y por el poder del dinero), sino que también el poder legislativo se ha supeditado al ejecutivo, y ambos al económico. El parlamento ha dejado de ser el lugar donde se decide el futuro del país, para convertirse en un simple escenario, en donde los parlamentarios simulan que discuten y luego dan su aprobación a lo que previamente se ha decidido sin luz ni taquígrafos, probablemente en alguna comida o reunión de negocios.

10) las leyes dejan de ser instrumentos para regular el funcionamiento social de la forma más eficaz y justa y pasan a tener un carácter meramente instrumental: cuando no se aprueban leyes puramente demagógicas, destinadas a ganarse la voluntad popular o destruir al adversario político, se aprueban otras leyes cuyo único objetivo es proteger los intereses de quienes detentan el poder económico. Y cuando las leyes no sirven suficientemente a los objetivos previstos, se las incumple sin el menor rubor. El político sabe que cuenta con la impunidad que proporciona el control del poder judicial.

11) todos tienen, en teoría, el derecho de acceder a los más altos puestos de responsabilidad política. Pero, en la práctica, se ha terminado por consolidar el poder de un puñado de familias dominantes, presentándose el curioso fenómeno de la aparición de "sagas" de gobernantes democráticos, que hacen del poder un fenómeno progresivamente más hereditario.

12) la corrupción se ha generalizado entre la clase política, que se alía simbióticamente con las personas que cuentan con mayores fortunas. Candidatos y partidos invierten auténticas millonadas en las campañas electorales, un dinero que jamás se podría recuperar con los sueldos teóricos que cobran los políticos. Por supuesto, el nepotismo, la información privilegiada y el saqueo puro y duro de las arcas del estado compensan más que con creces el dinero invertido en las campañas electorales.

13) el dinero sirve para alcanzar el poder y el poder sirve para hacer dinero. Ya no importa quién tenga el programa electoral más beneficioso para los ciudadanos, sino quién sea capaz de comprar más voluntades, recurriendo a cualquier tipo de táctica. Los candidatos prometen ventajas sociales que saben que no podrán costear, los gobernantes se dedican a fomentar la "cultura" y el "espectáculo" (con fondos públicos, por supuesto) como medio de incrementar su popularidad. Los votos de los ciudadanos se compran directamente con dinero o con prebendas a cargo del erario público. En caso necesario, no se duda en recurrir al fraude electoral más descarnado, a las campañas de descrédito de los opositores, a la intimidación y, en casos extremos, al magnicidio.

Aunque pudiera parecerlo, no estoy hablando de nuestra sociedad occidental actual. De lo que estoy hablando es de la sociedad romana en los años en que el sistema democrático entra en crisis y el modelo cesarista se termina imponiendo. Pero estoy seguro de que cualquier lector podría encontrar en nuestra época ejemplos que se ajustan a esas tendencias sociales que los romanos pudieron experimentar hace ahora 2000 años.

Grafitis eróticos en Pompeya

Si tienen algún mérito las teorías de la "morfología histórica" de Spengler y de Toynbee, ése es el de relativizar las investigaciones históricas, llamando la atención sobre dos errores bastantes comunes:

El primer error es el de confundir la historia de Occidente con la historia de la Humanidad. Nuestra sociedad occidental no es más que una civilización, entre tantas, que ha competido a lo largo de la Historia por controlar su entorno y por sobrevivir. Antes de que Occidente existiera, ya había Historia. Y la seguirá habiendo aunque la sociedad occidental desaparezca. De hecho, la sociedad occidental coexiste actualmente con al menos otras cuatro civilizaciones y todos cometemos el error de pensar en China, en el mundo islámico, en Rusia o en la India como meros apéndices del mundo occidental, como países exóticos a los que no les queda otro remedio que acabar integrándose en nuestra "avanzada" civilización, cuando son mucho más que eso: son sociedades que tienen una "historia" que sólo se solapa parcialmente con la nuestra. Y ellos piensan en nosotros como un mero apéndice, como una mera periferia, de su propia sociedad.
Pero el segundo error es más grave y consiste en considerar, como siempre han hecho todas las generaciones a lo largo de la Historia, que nuestra época es especial, que nuestra época es la "culminación" de un camino de "progreso" que ha ido perfeccionando al Hombre hasta desembocar en nosotros, los ciudadanos actuales, que somos la pera limonera comparados con nuestros antepasados.

Así, todos somos conscientes de que los imperios y las sociedades han ido naciendo y muriendo a lo largo de la Historia, pero damos por sentado que "eso" no nos va a pasar a nosotros. Eso son cosas que suceden en los libros de Historia, y que les pasaban a nuestros antepasados, que no eran tan avanzados como nosotros. ¿Cómo podría desaparecer nuestra civilización, con lo civilizados que somos? Podremos experimentar problemas, sí; podrá haber crisis económicas, tal vez; puede que se produzcan guerras muy destructivas.. ¿pero cómo va a "desaparecer", desaparecer del todo, nuestra civilización occidental?

Si está claro que somos civilizadísimos, ¿cómo vamos a imaginar que desaparecemos como los hititas, o que somos absorbidos como los mayas, o que sólo quedan de nosotros unas cuantas construcciones monumentales, como sucedió con los egipcios? Es imposible que a nosotros nos pase, porque somos más listos y más avanzados. Tan listos y tan avanzados somos que, de hecho, nos resulta difícil imaginar cómo pudo toda esa gente vivir a gusto sin conocernos, sin conocer nuestros avances y nuestra forma de vivir actual, mucho mejor que la suya.

¿De verdad somos tan distintos a toda esa gente que ha vivido y ha muerto antes que nosotros, y que ha experimentado los mismos problemas que nosotros, y que se ha angustiado lo mismo que nosotros cuando se daba cuenta de tantas cosas que no le gustaban en la sociedad de su época?

Lo malo que tiene el paso del tiempo es que arrasa con todo. Y lo que nos queda de muchas épocas pasadas no sirve para hacerse una idea suficientemente realista de cómo "sentían" tanto los que protagonizaron los grandes sucesos históricos, como la gente común a la que le tocó sufrirlos. Por regla general, los escritos que llegan hasta nosotros nos dan una visión oficial, formal, "histórica", de los sucesos. Y esa visión no representa más que un fragmento minúsculo de la verdadera realidad. E incluso ese minúsculo fragmento está mediatizado por el hecho de que sólo llegan hasta nosotros unas pocas visiones, necesariamente parciales, de esos sucesos históricos.

Imaginemos que mañana desapareciera nuestra civilización por un cataclismo y que sólo quedara al cabo de mil años un libro sobre la España actual para alimentar la imaginación de los historiadores. ¿Cómo pintarían esos historiadores la España de hoy si ese único libro que se salvara fueran las memorias de Jordi Pujol? ¿Y si fueran las de Felipe González? ¿Y si fueran las de Fraga, o las de Carrillo, o las de Aznar, o las de Tejero? Pero es que, además, ¿qué información proporcionaría ninguno de esos libros sobre la vida cotidiana y los verdaderos sentimientos de la gente?

El 24 de agosto del año 79 d.C., el volcán Vesubio entró en erupción y la ciudad de Pompeya quedó sepultada bajo una capa de 8 metros de ceniza. Gracias a eso, los restos de la ciudad se han conservado de forma extraordinaria. Entre otras cosas, esa capa de ceniza permitió que podamos conocer hoy algo que jamás se conserva con el paso del tiempo: los grafitis de las paredes. Se han publicado muchas recopilaciones de esos grafitis y la lectura de esas pintadas, de esos anuncios, de esos insultos, de esos versos populares, de esas declaraciones de amor, nos dice mucho más sobre la Roma de entonces que cualquier libro de Historia. Porque nos permite conocer cómo era de verdad la gente del común.

Resulta de lo más instructivo leer una de esas recopilaciones de grafitis, porque nos permite entender que no somos en absoluto mejores ni peores, ni siquiera distintos, cuando nos comparamos con las personas que encontraron la muerte hace casi 2000 años en Pompeya: las mismas fobias, las mismas filias, los mismos anuncios electorales, las mismas frases procaces, las mismas juergas, los mismos chistes malos y las mismas preocupaciones.

Hay una recopilación en español, de Enrique Montero, publicada por Planeta, donde se recogen los grafitis eróticos encontrados en las paredes de Pompeya (no recomiendo leerla a quien se escandalice con facilidad). Y viendo, entre esos grafitis, los que servían para publicitar los prostíbulos, es inevitable que se te vengan a la mente los anuncios por palabras que tanto abundan en nuestros periódicos de hoy en día: el mismo lenguaje, el mismo tipo de servicios, las mismas frases hechas para atraer a la clientela. La única diferencia entre aquellos grafitis y nuestros anuncios por palabras es el precio: en aquella época, lo normal era cobrar entre dos y tres ases de cobre por servicio. Las mujeres (y los hombres) con más clase podían cobrar tres o cuatro veces más.

No somos tan distintos de quienes nos han precedido. ¿Por qué pensamos que nuestro destino ha de ser forzosamente diferente al suyo?


El poder de la espada

Entre las tendencias sociales a las que la morfología histórica de Spengler y Toynbee hace referencia, juega un papel fundamental la imbricación de los sistemas económicos y los sistemas políticos. El feudalismo, el estado de clases y el absolutismo se corresponden con unas épocas en las que es la posesión de la tierra, de los bienes tangibles, lo que determina la riqueza.

La aparición de una burguesía, la consiguiente primacía de la ciudad sobre el campo y la consolidación del dinero como medio de trueque terminan, según la morfología histórica, por dar al traste con el sistema basado en la posesión de la tierra. El capital, una forma de posesión simbólica, desplaza a las posesiones tangibles como medida de la riqueza. El "dineroteniente" sustituye al "terrateniente" y, en el campo político, la revolución y el napoleonismo acaban con el régimen absolutista y entregan el poder político a esa burguesía cuyo predominio se debe a que sabe cómo multiplicar el capital. Y ese ascenso de la burguesía como clase y del capital como medida de riqueza es el que hace posible la aparición del sistema democrático. En este sentido, cabe afirmar que no puede existir democracia sin capitalismo.

¿Y qué sucede después? La crisis del sistema democrático se produjo en otras civilizaciones anteriores por la lenta corrupción del sistema. La democracia nace para que la burguesía pueda acabar con el Antiguo Régimen y conseguir el poder. Y para, de esa forma, poder establecer las reglas de juego que permitieran al capital florecer y multiplicarse. Pero, una vez conseguido el objetivo, una vez destruida la antigua clase dominante, una vez controlados los mecanismos de producción, la nueva oligarquía aprende pronto que esos mismos mecanismos democráticos que una vez le fueron útiles, ahora ya no son otra cosa que frenos que le impiden disfrutar de un poder absoluto.

Y a partir de ese momento, la Ley deja de ser una norma que garantiza la libertad, especialmente la libertad de empresa, para pasar a ser un instrumento de poder que es preciso controlar. Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial dejan de ser un necesario freno al poder absoluto, para convertirse en algo que se puede comprar. La corrupción se generaliza a todos los niveles del sistema y el dinero pasa a convertirse en una herramienta con la que acceder a un poder que permite conseguir más dinero al margen de las leyes del mercado. La oligarquía aprende pronto que es mucho más sencillo utilizar directamente el poder que tratar de derrotar comercialmente a la competencia.

Y la quiebra de las reglas de juego termina llevando a la conclusión de que todos los métodos, incluida la violencia, son lícitos para obtener el poder. Lo cual hace que, al final, el sistema se autodestruya, cuando quienes poseen los medios para ejercer la violencia se dan cuenta de que, en esas condiciones, ya no necesitan para nada a quienes tienen el dinero. El "dineroteniente" cede su puesto al "espadateniente" y son las legiones, y no los votos, los que terminan determinando directamente quién accede al poder. Así, la democracia sucumbe por la espada y, tras una breve etapa de cesarismo, se consolida el sistema imperial que marca la muerte de esa civilización.

Sin embargo, ¿cómo nos va a pasar eso a nosotros? ¿Verdad que es ridículo imaginarse a un ejército americano entrando en el Capitolio para imponer como presidente a su general, al modo en que Julio César tomó el poder en Roma al mando de sus legiones?


El nuevo poder militar

Sin embargo, caeríamos en un error si pensamos que somos inmunes a ese tipo de peligro. A lo largo de la Historia, la superficie de los fenómenos es distinta, pero lo importante es si es distinto su fondo. En ese sentido, permítaseme hacer una pregunta: ¿Dónde radica hoy en día el verdadero poder militar? ¿En los ejércitos? ¿O más bien en los servicios de información?

Desde este punto de vista, el último medio siglo ha visto un incremento cada vez mayor del poder de los servicios de información en todo el mundo occidental (y no sólo en el mundo occidental). Y es verdad que ese poder se ha ejercido "en sentido externo": de la misma forma que las legiones romanas se utilizaban para proteger los intereses de Roma y de compañías multinacionales romanas de la época, los países occidentales no han vacilado, en la segunda mitad del siglo XX, en recurrir a las operaciones encubiertas (y también en ocasiones a los ejércitos) para proteger los intereses de su país o los de sus compañías multinacionales.

Pero hay otra labor de los servicios de información que se ha realizado "en sentido interno", con una intromisión cada vez más intensa, cada vez más continua, cada vez más descarada, en el propio funcionamiento democrático de los países. De la misma manera que llegó un momento en que no se sabía si las legiones controlaban al Senado de Roma o el Senado de Roma a las legiones, ¿quién controla a quién hoy en día? ¿Controlan los gobiernos a sus servicios de información o son éstos los que controlan a los gobiernos?

Piénsese, por ejemplo, en un John Edgar Hoover, que dirigió durante cuarenta años el FBI, utilizándolo para intervenir en asuntos que no eran de la jurisdicción policial, para destruir y controlar movimientos cívicos y para acumular dossieres sobre todos los políticos de la época. ¿Quién ejercía el poder real en los Estados Unidos mientras Hoover estuvo al frente del FBI?

Cuando el sistema democrático tocaba a su fin, se generalizó en Roma el recurso a la violencia sobre los candidatos a las elecciones: no era infrecuente que se enviara a una turba a amenazar o a agredir a un candidato, para forzar su renuncia o amedrentar a sus seguidores. Hoy en día se puede conseguir el mismo efecto sin más que airear un dossier. ¿Cuál es la diferencia? ¿Acaso existe? Sólo ha variado el método, la forma con la que la violencia se ejerce.

Contemplando las cosas desde este punto de vista, imaginemos de nuevo la escena del Capitolio que antes nos parecía tan ridícula. ¿De verdad es tan impensable una quiebra del sistema democrático? ¿De verdad es tan imposible que los servicios de información sigan acumulando poder, hasta exceder el de las propias instituciones democráticas? ¿De verdad es tan inimaginable que algún personaje que controle los servicios de información decida, en un futuro no muy lejano, prescindir definitivamente de las apariencias y asumir el poder de forma directa?

¿Creen ustedes que los mecanismos de defensa del sistema democrático funcionarían? ¿Creen ustedes que los ciudadanos, si se les enfrentara, por ejemplo, a una posible crisis terrorista nuclear (real o inventada), no acogerían con un suspiro de alivio la toma del poder por parte de un "hombre fuerte" que desplazara a una clase política desacreditada y corrupta, incapaz de manejar esa crisis?

No seamos tan soberbios, pensando que estamos a salvo de los problemas que acabaron en su día con otras sociedades que nos han precedido. Las amenazas que acechan a nuestro actual sistema democrático no son para nada distintas de aquéllas a las que se enfrentó la sociedad romana en la época equivalente de su historia. Y si no somos capaces de detectar las tendencias de fondo que se van consolidando, si no somos capaces de reconocer las enfermedades del sistema antes de que se agraven, si no somos capaces de ver las señales que anuncian el inquietante incremento del poder de esas nuevas legiones llamadas "servicios de información", pronto será demasiado tarde para reaccionar.

Las instituciones democráticas se están pervirtiendo desde dentro, con una progresiva disminución de las libertades civiles, disminución que se compensa con otras libertades meramente aparentes. Y esas instituciones se están pervirtiendo por el recurso, cada vez más descarado, a la coacción y a la violencia simbólica ejercidas mediante el poder de la información. Y urge abrir un debate, en nuestra sociedad occidental, sobre el papel real de los servicios de información dentro de un sistema democrático y sobre los mecanismos que existen para garantizar su supeditación al poder político.

Porque si ese debate no se inicia, es posible que nos terminemos encontrando, como sucedió con el emperador Didio Juliano, con que el poder aparente termina siendo subastado al mejor postor por quienes detentan el verdadero poder: los pretorianos.

jueves, 13 de mayo de 2010

MOVIMIENTO N-R: ¿DÓNDE ESTÁ EL ORIGEN DE LA CRISIS?



"¡Y pensar que algunos se asombran de que hayamos perdido las colonias! Lo que a mí me asombra es cómo no hayamos perdido, con esta burocracia, hasta los pantalones"

PÍO BAROJA





La ideología del movimiento Nacional Revolucionario, tal y como aparece en el "Preámbulo al Manifiesto por una izquierda nacional y contra el capitalismo global", adolece de gran cantidad de defectos que impiden una clara comprensión de la crisis sistémica que vivimos en estos días. El gran error de esta ideología parte, a mi juicio, de una visión muy estrecha (que en ocasiones resulta un tanto demagógica) de las causas del inminente desmoronamiento del Estado de Bienestar y del sistema de vida asquerosamente materialista a él aparejado.

Y es que esta "izquierda nacional" continúa manejando los dogmas que desde siempre han sido herramientas harto útiles para aglutinar el odio y canalizarlo en determinada dirección, pero sin la menor intención de encontrar las raíces del cáncer social que está haciendo periclitar a nuestra civilización: para ello, se muestran a la opinión pública las imágenes de las "clases dirigentes" ("los políticos"), y junto a ellas las de unos cuantos ricachones, banqueros y especuladores ("los oligarcas"), y se dice que ellos juntos han sido los artífices de esta debacle económica, apareciendo el resto de la sociedad como inocentes y melifluas víctimas de semejantes parásitos. Olvidan que la sociedad ha sido la primera que ha respaldado este régimen mientras la bonanza económica ha permitido saciar sus "intereses" (y todos sabemos qué clase de intereses anhelan las masas de una sociedad tan marcadamente hedonista y relativista como la nuestra). Por otra parte, se habla en defensa de los "trabajadores" sin aclarar en ningún momento si se trata de obreros o de funcionarios (ese es el equívoco en el que también incurren los sindicatos, que aglutinan artificialmente a ambos bandos asignándoles el nombre de "asalariados"), y cuando parece que se refieren específicamente a los operarios, se asegura que este sector se corresponde con la "mayoría social", sin percatarse de que los obreros que desean que sus hijos hereden el oficio y no se dediquen a explotar a nadie, son, al menos en la actualidad, una minúscula minoría.

No podemos negar que la corrupción a todos los niveles (y no sólo, ni muchísimo menos, entre las altas esferas de la política) y el imperio de la plutocracia son sintomas visibles de este desmoronamiento. Pero no es menos cierto que las enfermedades nunca deben ser reconocidas en sus aspectos externos, sino en las causas profundas que propiciaron su aparición y crecimiento. Con lo cual, tales causas no las hallaremos "arriba" (aunque desde un punto de vista demagógico pueda resultar muy efectivo), sino "abajo", entre la gente del pueblo cuya mentalidad es radicalmente opuesta a la de otras épocas. Es allí donde está el origen de la decadencia social que vivimos, y no entre "la clase dirigente", mera expresión o reflejo de un espectro social agonizante.

Nunca como hoy se ha adoctrinado a nuestros hijos para que crean legítimo tratar de ser explotadores (ya sea como funcionarios o parafuncionarios), nunca como hoy se les ha exhortado para que busquen "su interés" (o el de la mayoría, el cual explica muchas cosas), y nunca como hoy se han sentido tan desarraigados de su familia y de su patria. Y los padres no han dudado en amparar y fomentar todas estas atrocidades, esperando que alguno de sus vástagos sacase provecho de tanta ignominia. Ahora bien, con este mar de fondo era previsible que unos cuantos "pescadores" se mancomunasen para beneficiarse de este caos, pero señalarles con el dedo y estigmatizarles con el epíteto de "causantes" de todos nuestros males es tan cínico como irresponsable. En un país donde todo funcionase con un mínimo de cordura, estos pescadores no hallarían lugar donde introducir el anzuelo. Por tanto, lo que exige el momento presente es renunciar a la acrónica posición que siempre ve una "minoría explotadora" y una "mayoría explotada". Por el contrario, sólo una pequeña parte de la sociedad es lo suficientemente madura como para vivir honradamente sin dejarse llevar por el materialismo reinante; el resto, almenos potencialmete, puede considerarse como masa explotadora.

Ante esta cuestión, la ideología Nacional-Revolucionaria aduce que los "liberal-capitalistas" y los sionistas pervirtieron a las masas, que pronto se entregaron a una orgía de desquiciado consumismo. Más bien yo diría lo contrario: fue la aparición de las masas y la necesidad "democrática" de comprar su voluntad (dictadura de las mayorías), lo que permitió que un sistema económico ya de por sí materialista (capitalismo inglés)desembocase en un verdadero monstruo que, bajo el nombre de Estado de Bienestar, amenaza con desintegrar nuestro más inmediato futuro en tiempo récord.

Mención especial merece la posición que la izquierda nacional adopta frente al fenómeno de la inmigración: simplificando, diremos que la ven como una gangrena que debería ser extirpada cuanto antes. No comprenden los simpatizantes de estas ideas que, en las actuales circunstancias,esta medida aniquilaría los raquíticos restos de economía productiva que aún quedan en nuestro país. Pues ¿cómo quieren ustedes que España y el resto de países del "Primer Mundo" no se van invadidos por la escoria tercermundista, si saben perfectamente que ésta es la única mano de obra que acepta unos empleos que ninguno de los autóctonos quiere desempeñar? Y es que entre una legión asfixiante de funcionarios y parafuncionarios; entre una turba de incompetentes subvebencionados por el Estado y entre una masa de quinceañeros dispuestos a reventar las calles y a dibujar el símbolo ácrata en cada una de las esquinas de neustra ciudad, bastante hacen los inmigrantes con sostener con su trabajo el paupérrimo edificio sobre el que nos asentamos.

Por mi parte, puedo asegurarles que nadie como yo se siente tan apenado al contemplar la chusma cosmopolita que se está adueñando del tejido económico de España. Pero todavía me apena más percatarme de la angosta visión política de la que hacen gala algunos ideólogos, que creen que con deportar a unos cuantos negros y con fumigar a unos cuantos políticos y especuladores, habrán sanado todos los problemas (y habrán mitigado las "deigualdades económocas", expresión que no merece por nuestra parte el menor comentario). Nada más lejos de la realidad: las raíces de la decadencia serán arrancadas el día en que la mentalidad del pueblo cambie como un calcetín, cosa que parece que no va a ocurrir ni a corto ni a medio plazo. Para ilustrarles, déjenme que les ofrezca este breve ejemplo:

Sabemos por diversas fuentes que en la España del siglo XVII había más de 11 millones de habitantes. La Contaduría de aquella época registró una cifra de funcionarios que oscila entre treinta y cuarenta mil, lo cual arroja una tasa de 2´75 empleados públicos por cada cien habitantes. Pero lo curioso es que todo el mundo pensaba por aquel entonces que con dos mil ya andaban bien servidos, en la creencia de que sólo los mal dotados para el trabajo tenían derecho a engrosar las filas de la buracracia. En nuestro tiempo, en cambio, son los que no sirven para estudiar los que se dedican a trabajar (aunque de bastante mala gana, como fácilmente se comprende). Compárese ambas mentalidades y se aprecirá en toda su dimensión el brutal cambio que la sociedad española a verificado en los últimos siglos: sobran las palabras.

Con todo lo anteriormente expuesto, no pretendemos rememorar épocas pasadas en un delirio de trasnochado idealismo, sino tratar de exponer a nuestros lectores las secretas fuerzas que mueven los hilos del tiempo presente. Obviamente, tales fuerzas no pueden ni deben ser anuladas, pero sí tenidas en cuenta para una correcta comprensión de la realidad. El gran peligro de todo estadista es el de transformar una reforma en una revuelta, por lo que la obligación irrenunciable del político nato es orientarse en el pasado, actuar en el presente y mantener la mirada fija en el futuro. Así es como las naciones más vigorosas han logrado vadear los riscos que representaban las más adeversas situaciones.

miércoles, 14 de abril de 2010

UNA EMANCIPACIÓN SUICIDA



"La mujer no se emancipa si no arroja lejos de sí su femineidad, su deber para con su marido, para con sus hijos, para con la ley y para todo lo que no sea ella misma."


BERNARD SHAW



"El sentido del matrimonio, la voluntad de perdurar, va perdiéndose. No se vive ya más que para sí mismo, no para el porvenir de las estirpes. La nación como sociedad, primitivamente un tejido orgánico de familias, amenaza disolverse en una suma de átomos particulares, cada uno de los cuales pretende extraer de su vida y de las ajenas la mayor cantidad posible de goce -panem et circenses-. La emancipación femenina (...) no quiere liberarse del hombre, sino del hijo, de la carga de los hijos, y la emancipación masculina de esa misma época rechaza, a su vez, los deberes para con la familia, la nación y el Estado."


OSWALD SPENGLER




Todo hombre de bien tiene la obligación de preguntarse por las razones que han proporcionado que las mujeres de nuestro tiempo- sobre todo las más jóvenes- hayan asumido, en lo que respecta a las relaciones de pareja, una iniciativa e independencia que hace escasas décadas parecían inimaginables. Asimismo, no cabe duda de que este fenómeno se halla estrechamente vinculado a la aparición de la llamada "familia atomística" (Zimmerman), la cual ha evolucionado hasta el presente trayendo al mundo occidental un espectacular aumento de la promiscuidad, así como una alarmante aceptación social ante cuestiones tan controvertidas como el divorcio o el aborto.


Por supuesto que las raíces de esta tendencia tienen, como todas las tendencias históricas, su propia genealogía. Y si buceamos en ella, advertiremos que el factor más a tener en cuenta es la progresiva desnaturalización de la familia, institución sobre la que giraba hasta hace bien poco toda la psicología femenina (por eso no es difícil percibir algo de ese grotesco desarraigo en las mujeres que, ya a edades muy tempranas, afirman "pertenecerse a sí mismas").


En las épocas en las que la familia rige los destinos de la vida sexual, el deseo innato de toda mujer es la maternidad: los amantes contraen matrimonio para tener hijos, y la felicidad se cifra en una existencia al servicio de la prole, y por tanto, repleta de sacrificio y abnegación (actitud ésta que refleja la preocupación por el futuro): en este periodo la familia es definida como comunidad de sangre. En cambio, en las épocas decadentes como la nuestra, el deseo innato de toda mujer es "enamorarse" siendo ella la que decide; los amantes contraen matrimonio para "dar y recibir amor" y para ser "felices" (eso si es que no conciben la unión conyugal como una carga inútil) y la "felicidad" es entendida como puro hedonismo, sin mayor horizonte que el de satisfacer el presente inmediato: la familia, ya claramente individualista, es aquí definida como comunidad de afectos.


Pero lo más inquietante es que este panorama no se ciñe al mundo contemporáneo. También la era la Roma del Imperio un periodo en el que la mujer había conquistado cotas de emancipación insospechadas hasta entonces, por lo que sería interesante indagar en los cambios sociales que se produjeron en aquellos tiempos. El lector juzgará si los tres extractos que a continuación les presentamos, cuyo autor es el psiquiatra y experto en sexualidad López Ibor, guardan alguna similitud con la época presente:

"Ovidio (autor de la conocida Ars Amandi, obra en la que se enseñaban diferentes técnicas de seducción, las cuales estaban destinadas tanto a hombres como a mujeres) no hizo sino reducir a magníficos versos el signo de sus tiempos. La moral sexual se ceñía a lo meramente externo. El amor era un deporte de caza cuya presa, la mujer, era halagada empalogosamente. El hombre estaba dispuesto siempre a renunciar a su dignidad si con ello conseguía sus objetivos sexuales".

Estando así las cosas, no es de extrañar que los vínculos familiares cayesen pronto en el olvido:


"La infidelidad conyugal no fue motivo de dramas aparatosos. Las separaciones matrimoniales abundaban y los jueces eran muy tolerantes y dispuestos a conceder el divorcio con suma facilidad. A partir de la segunda guerra púnica, el número de divorcios creció alarmantemente. La mujer cuyo marido se ausentaba durante largos períodos para cumplir con sus obligaciones bélicas era escuchada cuando pretendía divorciarse".


A tal punto de desprestigio llegó el matrimonio, que López Ibor nos ilustra con estas dos anécdotas de dos de los autores más afamados de aquel tiempo plagado de miseria moral e infamia:

"Séneca lo explica gráficamente:"Hay mujeres que no cuentan sus años por el número de cónsules (que se elegían anualmente), sino por el de sus maridos". Y Juvenal, con su mordacidad característica, describía de un plumazo la moda del divorcio por boca de un liberto que le dice a su mujer:"Vete, vete, que te suenas mucho la nariz y quiero buscarme otra mujer que tenga las narices secas."

Terminaremos esta entrada con una breve reflexión. Decía Chesterton que los pueblos libres (o vivos) son los que continuamente están cultivando y revitalizando sus más honorables tradiciones, mientras que los pueblos esclavos (o muertos) son los que se limitan a importar lacayunamente los peores vicios de las sociedades coetáneas, hábitos que muy pronto se convierten en modas. Así, un pueblo agonizante como el romano se apropió de cierta variante de los ritos dionisíacos que el helenismo había expandido en su área de influencia, las bacanales, orgías nocturnas que se celebraban en los bosquecillos anejos a Roma, donde las libaciones y el desenfreno sexual eran los ingredientes principales. Estas prácticas, pese a ser severamente condenadas por el partido de Catón y por el Senado, se popularizaron entre la plebe hasta alcanzar proporciones monstruosas (Aquí dejo volar la imaginación del lector por si encuentra algún paralelismo entre estas modas -que no costumbres-y las que se pueden apreciar en la actualidad).

Sin duda, todos estos fenómenos sociales son el espejo sobre el que debemos reflejarnos para comprender hacia dónde conduce la "emancipación femenina" y el resto de lacras sociales que infestan la pusilánime sociedad en la que nos encontramos.

viernes, 9 de abril de 2010

UN MUNDO CONTRA NATURA





"Otro rasgo no menos característico de la reluciente decadencia de esta época (los últimos años de la república en la antigua Roma) es la emancipación del mundo femenino. Hacía ya mucho tiempo que la mujer se había independizado económicamente... . Pero la mujer no se veía desembarazada de la tutela económica del padre o del marido. Los amores de todas clases estaban constantemente a la orden del día... Viendo a estas mujeres de estado maniobrar en la escena de un Escipión o de un Catón, y a su lado al joven petrimete con la barbilla bien rasurada, la voz delgada y el andar menudo, cubierta la cabeza y el pecho por pañuelos, con camisa de puños y sandalias de mujer, copiando en todo a las muchachitas desenfadadas, debía de sentirse lástima de aquel mondo contra natura en el que parecían trocarse los papeles de ambos sexos."


THEODOR MOMMSEN




El irreversible cambio orgánico que posibilita el ascenso de la ciudad a metrópoli cosmopolita trae consigo diversos cambios sociales, de claro tinte subversivo. Entre ellos, uno de los más destacados es el anhelo del "pensamiento libre". En efecto, la urbe se emancipa definitivamente del campo que la vio nacer. Este acontecimiento se traduce en la progresiva desvinculación que sufre el individuo de todo aquello que signifique "naturaleza viviente". Su pensamiento, surgido de la petrificación espiritual que se respira entre múltiples calles y edificios artificiales, concibe la vida y el mundo como una sucesión racional, mecánica, de causas y efectos. Entonces aparece por primera vez la mujer segura de sí misma, independiente, libre. Lejos quedan los tiempos en que la maternidad era su única razón de ser; ahora es la hembra un patético monigote que orienta todas sus energías en emular en todo lo posible a los varones, reclamando allá donde va la "razón de su humanidad"


Resulta sugestivo comprobar como en la Roma imperial se compusieron estos versos anónimos, que tanto evocan a la mujer occidental de nuestros días:


"Incluso, por cierto, la hembra paría siguiendo nuestro ejemplo


y en aquel tiempo todas eran madres


Ahora corrompe su vientre aquella que quiere parecer hermosa


Y es rara en esta época la que quiere ser madre"


Desde la Revolución Francesa, corolario de los diferentes movimientos emancipatorios que cimentarán los pilares del pensamiento moderno, la capacidad crítica de la sociedad se ensañará con los ideales de feminidad ensalzados en siglos anteriores. La mujer sumisa, obediente, proclive siempre a una inocente ingenuidad, serán los símbolos elegidos para representar alegóricamente la infamia de una cultura que no se atrevía a superar su retrograda adolescencia.

Pero así como la inteligencia racional lleva aparejada la pérdida de la intuición y el sentido común, junto a la independencia de la mujer aparece la infecundidad y la aberración sexual. El mismo Séneca llegará a escandalizarse de semejante relajación moral: "¿Hay ya vergüenza de cometer adulterio, una vez que se ha llegado al extremo de que ninguna mujer tenga marido sino para excitar al adúltero? La castidad es hoy síntoma de pusilanimidad".


Al respecto, Spengler se muestra en extremo contundente: "¿Qué más da que la infecundidad sea debida a que la dama americana no quiera perder una temporada, o que la parisiense tema la ruptura con su amante, o a que la heroína ibseniana "se pertenezca a sí misma?" Todas se pertenecen a sí mismas porque todas son infecundas"


En un ambiente absolutamente desnaturalizado, el espíritu de la urbe se hunde languideciendo en su propia miseria, mientras que la infecundidad, símbolo del rechazo metafísico hacia la vida, se adueña de los moribundos restos de la cultura.




lunes, 8 de marzo de 2010

EL LIBERALISMO Y LA SEMILLA DE LA DESTRUCCIÓN


"En vano proclamaréis la idea de la igualdad; esa idea no tomará cuerpo mientras la familia esté en pie. La familia es un árbol de este nombre, que en su fecundidad prodigiosa produce perpetuamente la idea nobiliaria."


JUAN DONOSO CORTÉS


"Cuando la idea de la propiedad descaece, el sentido de la familia se disuelve en nada. Quienquiera impugna la primera, ataca también a la segunda. La idea de herencia, adherida a la existencia de todo cortijo, todo taller y toda antigua firma comercial, así como a las profesiones continuadas de padres a hijos, y que ha encontrado su más alta expresión simbólica en la monarquía hereditaria, garantiza la fortaleza del instinto de raza."

OSWALD SPENGLER







Pocos intelectuales han sido tan certeros como nuestro Donoso Cortés ante la cuestión de diagnosticar -y en ocasiones profetizar- la naturaleza del tumor maligno que, ya a mediados del siglo XIX, carcomía el alma de nuestra civilización mediante la propagación de las ideas racionalistas.


Y es que Donoso, en un alarde de preclara objetividad, mostró hasta qué punto el utillaje ideológico de la escuela socialista fue extraído de la escuela liberal; la única diferencia estriba en que aquélla se atrevió a hacer explícitas las últimas consecuencias que ya anidaban, bien que de forma implícita, en los dogmas de ésta. Podríamos decir, pues, que el gran mérito del socialismo fue que llegó a ser más consecuente que su progenitor ideológico: simplemente, dio una vuelta de tuerca más a un programa liberal que, por mucho que sus acérrimos defensores lo nieguen, llevaba en su seno la semilla de la destrucción.


Conviene repasar, sin embargo, algunos de los textos que nos legó este genial escritor. En especial, ciertos capítulos publicados en su obra "Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo", donde expresa con argumentos inatacables cómo la "igualdad" que preconizaban las corrientes liberales, en la que se incluía una concepción materialista e insolidaria de la sociedad, desembocaban irremediablemente en la disolución de la familia y la consiguiente expropiación económica por parte del Estado (que es, precisamente, la piedra angular de todo el andamiaje socialista). Escuchemos a Donoso:


"De aquí se deducen las siguientes consecuencias : Siendo los hombres perfectamente iguales entre sí, es una cosa absurda repartirlos en grupos, como quiera que esa manera de repartición no tiene otro fundamento sino la solidaridad de esos mismos grupos, solidaridad que viene negada por las escuelas liberales como origen perpetuo de la desigualdad entre los hombres. Siendo esto así, lo que en buena lógica procede es la disolución de la familia : de tal manera procede esta disolución del conjunto de los principios y de las teorías liberales, que sin ella aquellos principios no pueden realizarse en las asociaciones políticas."


Otros de los aspectos en los que incide Donoso es en el "giro copernicano" que el liberalismo otorgó al significado de la propiedad. Antes de la irrupción del racionalismo, el sentido de la propiedad se hallaba indisolublemente unido al símbolo familiar; de esta suerte, era la propiedad hereditaria y lo que ésta representaba quien "poseía" al titular de la misma. En cambio, con la aparición de las ideas liberales esta relación se invierte: ahora es el "individuo"- esa abstracción que tanto daño ha causado a nuestra perspectiva histórica- el que posee una propiedad que, desligada del elemento hereditario y familiar, se transforma en mera cosa. El tránsito del patrimonio raigal al dinero queda así abierto. De nuevo Donoso nos alerta de la enorme trascendencia de este cambio de mentalidad:


"Pero la supresión de la familia lleva consigo la supresión de la propiedad como consecuencia forzosa. El hombre, considerado en sí, no puede ser propietario de la tierra, y no puede serlo por una razón muy sencilla : la propiedad de una cosa no se concibe sin que haya cierta manera de proporción entre el propietario y su cosa, y entre la tierra y el hombre no hay proporción de ninguna especie. Para demostrarlo cumplidamente bastará observar que el hombre es un ser transitorio, y la tierra una cosa que nunca muere y nunca pasa. Siendo esto así, es una cosa contraria á la razón que la tierra caiga en la propiedad de los hombres, considerados individualmente. La institución de la propiedad es absurda sin la institucion de la familia (...) La tierra, cosa que nunca muere , no puede caer sino en la propiedad de una asociación religiosa ó familiar que nunca pasa. (...) La escuela liberal, que de todo tiene menos de docta, no ha comprendido jamas que siendo necesario para que la tierra sea susceptible de apropiación, que caiga en manos de quien pueda conservar su propiedad perpetuamente, la supresión de los mayorazgos y la expropiación de la Iglesia con la cláusula de que no pueda adquirir es lo mismo que condenar la propiedad con una condenación irrevocable. (...) La desamortizacion eclesiástica y' civil, proclamada por el liberalismo en tumulto, traerá consigo (...) la expropiación universal. Entonces sabrá lo que ahora ignora : que la propiedad no tiene razón de existir sino estando en manos muertas, como quiera que la tierra, perpetua de suyo, no puede ser materia de apropiación para los vivos que pasan, sino para esos muertos que siempre viven."


Ahora bien, tras conseguir el objetivo de desarraigar a los hombres, la "sociedad"-o lo que queda de ella- se convierte en un despojo compuesto por "individuos" aislados y anónimos. Así es como el siglo XX conoció la disputa, puramente económica, entre el "liberalismo" y el "socialismo", esto es, entre los "individuos" y el Estado. Y si hoy en día se sigue hablando de la victoria del liberalismo frente al estatalismo soviético tras la caída del muro de Berlín, es porque se ignora la deriva estatalista que las democracias "liberales" impulsaron, sobre todo a mediados de siglo, merced a las modernas teorías del Estado Social. De ahí la sorprendente actualidad de las proféticas conclusiones de Donoso:


"Cuando los socialistas, despues de haber negado la familia como consecuencia implícita de los principios de la escuela liberal ,- y la- facultad de adquirir en la Iglesia, principio reconocido así por los liberales como por los socialistas, niegan la propiedad como consecuencia última de todos estos principios, no hacen otra cosa sino poner término dichoso a la obra comenzada cándidamente por los doctores liberales. Por último, cuando despues de haber suprimido la propiedad individual el comunismo proclama al Estado propietario universal y absoluto de todas las tierras, aunque es evidentemente absurdo por otros conceptos , no lo es si se le considera bajo nuestro actual punto de vista. Para convencerse de ello basta considerar que, una vez consumada la disolucion de la familia en nombre de los principios de la escuela liberal , la cuestion de la propiedad viene agitándose entre los individuos y el Estado únicamente. Ahora bien: planteada la cuestion en estos términos, es una cosa puesta fuera de toda duda que los títulos del Estado son superiores á los de los individuos, como quiera que el primero es por su naturaleza perpetuo, y que los segundos no pueden perpetuarse fuera de la familia."

lunes, 15 de febrero de 2010

NOSOTROS, JÓVENES DEL SIGLO XXI


"Detrás del fenómeno de la televisión basura se agazapa, en fin, una perversión de la democracia que halla en esos cientos de miles de jóvenes que se disputan una fama catódica una infantería voluntariosa y desinhibida. Aquella rebelión de las masas que anticipara Ortega ha alcanzado, al fin, su apoteosis más sombría. "


JUAN MANUEL DE PRADA




Nosotros, jóvenes del siglo XXI,somos tan mezquinos, deleznables, superficiales y chabacanos como nunca antes lo habíamos sido. Algún día, cuando seamos mayores y ganemos algo de sensatez, cargaremos con la certeza de saber el profundo desprecio y la vergüenza que nuestros propios antepasados sentirían si pudiesen ver los vomitivos gustos, los vulgares anhelos y las miserables esperanzas de las que cada día hacemos gala.

Hacer, pensar y decir todo cuanto las amistades y la sociedad (siempre la sagrada “opinión pública”) quiere que hagamos, pensemos y digamos: esto es para nosotros, jóvenes del siglo XXI, la vida. No importa que nuestra conducta sea moralmente repulsiva, si con ello despertamos la admiración de los demás; no importa que el materialismo rezume en cada una de nuestras opiniones y deseos, si ello está en consonancia con lo que nuestros amigos esperan de nosotros; no importa que en esta vida nuestra máxima prioridad sea la más repugnante búsqueda de placer y comodidad, si así nos ganamos la simpatía de la pandilla de turno y reforzamos nuestras expectativas sociales. Y pese a todo, todavía tenemos la cobardía de decir públicamente que nos sentimos libres.

Hoy reina por doquier el barriobajerismo, la manera de ver las cosas desde abajo, como las ven los insectos y especialmente los parásitos. Tanto en el arte como en la sexualidad, tanto en la moral como en el trabajo, siempre termina imponiéndose la tendencia que mejor se adapta a esa actitud que siente hostilidad hacia toda clase de disciplina, y que no puede dejar de horrorizarse ante la grandeza que sólo la rectitud espiritual puede ofrecer. Todas las modas que triunfan en la sociedad, todo lo que tiene éxito entre nosotros, jóvenes del siglo XXI, procede siempre de esa perspectiva parasitaria, cuyo origen está en la masa sin escrúpulos de las grandes urbes. Somos tan inteligentes y a la vez tan ingenuos, que creemos que podemos vivir después de enterrar nuestro pasado, cuando en realidad estamos condenados a descubrir que junto a él enterramos también nuestro futuro.

Nosotros, jóvenes del siglo XXI, tenemos un destino. Y ese destino pasa por vivir sin esperanzas, sin verdaderas ilusiones, degustando sin parar un presente que nunca nos sacia, tal es nuestro vacío, y esperando con apatía un mañana que algo en nuestro interior nos dice que quizá ya no merezcamos contemplar…

martes, 12 de enero de 2010

LA MISERIA DEL EXISTENCIALISMO



"Un hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo."

JEAN-PAUL SARTRE




Hablar de la filosofía humanista que engendró el siglo XX es hablar del existencialismo, corriente de pensamiento que aún hoy, ya inmersos en el siglo XXI, continúa gozando de plena actualidad dadas sus premisas ideológicas de un marcado trasfondo progresista. Sobre todo, el pensamiento del francés Jean-Paul Sarte ha modelado buena parte de la cosmovisión imperante, convirtiéndose en el autor predilecto a la hora de afrontar el problema ontológico que la Modernidad sigue planteando acerca de la Libertad.

Las conexiones entre el existencialismo y el feminismo radical (también llamado "ideología de género") son evidentes: en ambos casos se trata de de reducir al mínimo todos aquellos factores naturales (ya sean biológicos, histórico- culturales o circunstanciales) que constriñen a ese ente difuso e indeterminado al que llaman "conciencia", y al que suelen identificar con una "libertad" no menos difusa e indeterminada. Para esta ideología, pues, la historia del progreso humano es en realidad la historia de la emancipación del sujeto de todo aquello que impida o entorpezca su propia e infinita capacidad de autodeterminación. La pura voluntad o deseo sería a la postre lo único que debe guiarnos en esta tarea, ya que toda moral es por definición, según el pintoresco Sartre y sus acólitos, una coerción más que añadir a los factores naturales que ya de por sí lastran nuestra plena independencia.

La famosa sentencia de Sartre "la existencia precede a la esencia" significa romper de forma inequívoca con el pensamiento tradicional, para el que la esencia individual aparecía determinada desde el momento mismo de la concepción. Contradiciendo esta postura, Sartre llegó a afirmar que ni siquiera en nuestra primera infancia fuimos algo, sino más bien "nada", ya que por aquel entonces éramos tan inmaduros que aún no estábamos en condiciones de "hacernos a nosotros mismos", es decir, de elegir lo que queríamos ser (por tanto, "éramos" pero todavía no "existíamos") Asimismo, sólo puede valorarse lo que "es" una persona en el momento de su muerte, pues es aquí donde expira la posibilidad de decidir por parte del sujeto, apareciendo en consecuencia su biografía como esencia inmutable y conclusa.

A fin de cuentas, lo que hizo Sartre no fue solamente recuperar la noción de sujeto cartesiano, entendido como pura voluntad y capacidad de elección, sino que reintrodujo la creencia Aristotélica (y en parte también cristiana) de que son los hábitos o las acciones las que fundamentan el carácter y la personalidad del individuo. En efecto: Aristóteles creía que la virtud podía alcanzarse mediante la reiteración de los hábitos virtuosos; por su parte, el catolicismo tendía a menospreciar la particular esencia congénita de cada hombre para ensalzar la "salvación en las buenas obras", prédica que solía ir destinada a influir en el ánimo de los fieles de "voluntad débil"(en este caso la influencia del aristotelismo en Tomás de Aquino es decisiva).

Para ilustrar hasta qué punto las creencias existencialistas siguen estando vigentes en nuestra sociedad, reproducimos a continuación un extracto de un libro de "Filosofía y Ciudadanía" para estudiantes de 1º de Bachillerato:

"Muchas de estas consideraciones que rehuyen la idea del hábito, tienen un carácter pesimista, por cuanto de una u otra manera desconfían de las posibilidades de las personas para cambiar. Al hacer recaer el peso de la virtud sobre los aspectos heredados de nuestra personalidad, nos arrebatan algo específicamente humano: la libertad para decidir sobre lo que queremos ser, para ser los protagonistas de nuestro destino. Pero toda nuestra organización social está orientada en el sentido contrario: disponemos de sistemas de alabanza y censura morales, nuestra educación pretende imbuir buenos hábitos y construimos centros de rehabilitación para reformar los malos hábitos, todo lo cual parece indicar que las personas podemos dar forma o corromper deliberadamente nuestros caracteres. El cambio es posible, es un hecho de experiencia común que algunas personas dejan de beber, que otras se tornan más compasivas, que otras, en fin, se vuelven malas."

Por supuesto que estas argumentaciones carecen de sentido, pues, ¿cómo podemos saber si el borracho que deja el alcohol lo consigue porque también ha dejado de tener ganas de beber, o simplemente porque, tras ser convenientemente coaccionado por la sociedad, ha logrado reprimir tales inclinaciones? El hecho de que dos personas no beban no significa que ambas tengan la misma fuerza de voluntad; lo más probable es que una de ellas domine sus impulsos mientras que la otra, al no albergar en su interior semejantes deseos, no tenga la menor necesidad de ello. Siendo esto así, ¿bajo qué criterio debemos considerar a la primera como más más "virtuosa" que la segunda? Por otro lado, pensar del mismo modo que lo hace nuestro actual sistema de "reinserción social", sobre todo cuando hablamos de delitos de sangre, supone obviar que no hay ningún hombre malvado (y con mayor motivo si éste se halla preso) al que no le interese ofrecer una "versión mejorada" de sí mismo ante la sociedad. ¿Cómo podemos estar seguros, entonces, de si un criminal está arrepentido de sus hábitos pasados? ¿únicamente porque ahora, entre rejas y ante la atenta mirada de un batallón de psicólogos, actúa más compasivamente que antes? ¿y cómo diantres pueden esos psicólogos introducirse en la mente de ese criminal para constatar que, en efecto, está completamente arrepentido de las atrocidades que cometió y no son sus "nuevos hábitos" una forzada comedia con el objetivo de salir cuanto antes de la cárcel? Se mire por dónde se mire, se trata de una antropología que desconoce -o le conviene desconocer- lo que la experiencia y el sentido común señalan con meridiana claridad.

Sólo la dogmática fe en el perfeccionamiento del hombre permitió que durante largo tiempo se promocionaran esta clase de ideas. Pero ese tiempo ya ha pasado: hoy es el cinismo propagado por los descarnados intereses de poder lo que ha suplantado a toda superstición humanitarista. El existencialismo ha aportado al mundo contemporáneo la bandera de su espíritu libertino, mientras que a la par ha generado el caldo de cultivo para una "rebeldía contra el Sistema" que sólo ha cosechado aún mayor conformismo, dejando inerme a la juventud de cara a los proyectos de ingeniería social que las burocracias de los diferentes Estados de Bienestar han planificado, y cuyas consecuencias son por desgracia difícilmente reversibles.