"Con frecuencia digo que cuando puede usted medir algo y expresarlo en números, quiere decir que conoce algo acerca de eso. Cuando no lo puede medir, cuando no lo puede expresar en números, su conocimiento es escaso y no satisfactorio. Puede ser el comienzo de un conocimiento, pero en cuanto a su pensamiento, usted apenas ha avanzado hasta llegar a la etapa de la ciencia, sea cual sea."
LORD KELVIN
"El hombre culto vive hacia dentro; el civilizado, hacia afuera, en el espacio, entre cuerpos y "hechos". Lo que aquel siente como un sino, lo comprende éste como una conexión de causas y efectos. Ahora son los hombres materialistas en un sentido qué sólo vale para los períodos de civilización."
OSWALD SPENGLER
En los tiempos que corren, se considera un atentado contra la ciencia desarrollar de forma seria cuestiones en las que se utilicen términos trascendentes. El alma no existe. Este es el postulado que defienden los científicos, físicos, historiadores, y filósofos de hoy. ¿Qué es el pensamiento? Un conjunto de procesos quimicoeléctricos, nada más. ¿Qué son las emociones? Una suerte de procesos hormonales mecánicamente determinables. La metafísica es valorada como una superstición fruto de la irracionalidad y la ignorancia de siglos pasados.
Lo que quizá no sepamos es que este mismo sentimiento "mecanicista" de la vida fue muy popular durante la Roma imperial. En efecto, por aquel entonces las teorías atomistas propugnadas por Demócrito alcanzaron gran popularidad entre los círculos más ilustrados, llegando a formar parte de los planteamientos filosóficos de las dos corrientes helenísticas más difundidas en aquellos años: los epicúreos y los estoicos.
Los primeros, lejos de formular su propia concepción de la naturaleza, adoptaron sin más todas y cada una de las tesis materialistas democríteas, reconociendo con ello el sinsentido de la existencia, lo que les movió a considerar la vida como una búsqueda por prolongar el placer y evitar el dolor.
Por su parte, los estoicos rechazaron esta visión hedonista de la conducta humana, y ante las leyes físicas que anulaban la voluntad del individuo, predicaban la "ataraxia" o capacidad de permanecer indiferente a las desgracias que, inevitablemente, se suceden durante el curso vital.
Ambas filosofías, empero, coincidían en resaltar la cualidad intelectual del hombre (racionalismo), así como la concepción puramente mecánica del cosmos (materialismo). También perseguían el fin común a todas las escuelas helenísticas: hallar la conducta práctica más idónea con arreglo a la vida consuetudinaria.
¿Cómo no ver en estas tendencias una clara identificación con el budismo? Leamos a Spengler:
"El budismo rechaza toda reflexión sobre Dios y los problemas cósmicos. Para él lo único importante es el yo, el arreglo de la vida real. Tampoco reconoce el alma. Así como el psicólogo europeo actual—y con éste el «socialista»—resuelve el hombre interior en un haz de sensaciones, en un conjunto de energías quimicoeléctricas, asi también el indio de la época de Buda."
A continuación, Spengler muestra cómo el budismo enmascara una especie de cientismo metodológico:
"El maestro Nagasena demuestra al rey Milinda que las partes del coche en que viaja no son el coche mismo y que «coche» es una mera palabra; otro tanto, empero, sucede con el alma. Los elementos psíquicos son llamados skandhas, montones, que tienen el carácter de efímeros. Esto corresponde perfectamente a las representaciones de la psicología asociacionista."
Para terminar -no sin antes advertir de que también cada cultura tiene su propia forma de entender el materialismo-, Spengler intuye la profunda afinidad existente entre el budismo, el estoicismo antiguo y el socialismo. Para ello explica que "también el budismo se apropia del concepto brahmánico del karma..., tratándolo muchas veces en sentido materialista, como una materia cósmica en constante transformación."
Este frío positivismo queda bien sintetizado en el emperador estoico Marco Aurelio, quien aconsejaba la descripción exclusivamente "física" para definir la esencia de cualquier realidad: "Esta púrpura imperial es pelo de oveja empapado en sangre de marisco -escribió-. La unión de los sexos es un frotamiento de vientre con eyaculación en un espasmo de líquido viscoso."
Spengler concluye que todas estas doctrinas se corresponden con "emociones finales", cuyo nihilismo es producto de la extinción del "alma" de cada cultura, la cual es reemplazada por el "espíritu cerebral" de las grandes urbes, es decir, por la civilización.
LORD KELVIN
"El hombre culto vive hacia dentro; el civilizado, hacia afuera, en el espacio, entre cuerpos y "hechos". Lo que aquel siente como un sino, lo comprende éste como una conexión de causas y efectos. Ahora son los hombres materialistas en un sentido qué sólo vale para los períodos de civilización."
OSWALD SPENGLER
En los tiempos que corren, se considera un atentado contra la ciencia desarrollar de forma seria cuestiones en las que se utilicen términos trascendentes. El alma no existe. Este es el postulado que defienden los científicos, físicos, historiadores, y filósofos de hoy. ¿Qué es el pensamiento? Un conjunto de procesos quimicoeléctricos, nada más. ¿Qué son las emociones? Una suerte de procesos hormonales mecánicamente determinables. La metafísica es valorada como una superstición fruto de la irracionalidad y la ignorancia de siglos pasados.
Lo que quizá no sepamos es que este mismo sentimiento "mecanicista" de la vida fue muy popular durante la Roma imperial. En efecto, por aquel entonces las teorías atomistas propugnadas por Demócrito alcanzaron gran popularidad entre los círculos más ilustrados, llegando a formar parte de los planteamientos filosóficos de las dos corrientes helenísticas más difundidas en aquellos años: los epicúreos y los estoicos.
Los primeros, lejos de formular su propia concepción de la naturaleza, adoptaron sin más todas y cada una de las tesis materialistas democríteas, reconociendo con ello el sinsentido de la existencia, lo que les movió a considerar la vida como una búsqueda por prolongar el placer y evitar el dolor.
Por su parte, los estoicos rechazaron esta visión hedonista de la conducta humana, y ante las leyes físicas que anulaban la voluntad del individuo, predicaban la "ataraxia" o capacidad de permanecer indiferente a las desgracias que, inevitablemente, se suceden durante el curso vital.
Ambas filosofías, empero, coincidían en resaltar la cualidad intelectual del hombre (racionalismo), así como la concepción puramente mecánica del cosmos (materialismo). También perseguían el fin común a todas las escuelas helenísticas: hallar la conducta práctica más idónea con arreglo a la vida consuetudinaria.
¿Cómo no ver en estas tendencias una clara identificación con el budismo? Leamos a Spengler:
"El budismo rechaza toda reflexión sobre Dios y los problemas cósmicos. Para él lo único importante es el yo, el arreglo de la vida real. Tampoco reconoce el alma. Así como el psicólogo europeo actual—y con éste el «socialista»—resuelve el hombre interior en un haz de sensaciones, en un conjunto de energías quimicoeléctricas, asi también el indio de la época de Buda."
A continuación, Spengler muestra cómo el budismo enmascara una especie de cientismo metodológico:
"El maestro Nagasena demuestra al rey Milinda que las partes del coche en que viaja no son el coche mismo y que «coche» es una mera palabra; otro tanto, empero, sucede con el alma. Los elementos psíquicos son llamados skandhas, montones, que tienen el carácter de efímeros. Esto corresponde perfectamente a las representaciones de la psicología asociacionista."
Para terminar -no sin antes advertir de que también cada cultura tiene su propia forma de entender el materialismo-, Spengler intuye la profunda afinidad existente entre el budismo, el estoicismo antiguo y el socialismo. Para ello explica que "también el budismo se apropia del concepto brahmánico del karma..., tratándolo muchas veces en sentido materialista, como una materia cósmica en constante transformación."
Este frío positivismo queda bien sintetizado en el emperador estoico Marco Aurelio, quien aconsejaba la descripción exclusivamente "física" para definir la esencia de cualquier realidad: "Esta púrpura imperial es pelo de oveja empapado en sangre de marisco -escribió-. La unión de los sexos es un frotamiento de vientre con eyaculación en un espasmo de líquido viscoso."
Spengler concluye que todas estas doctrinas se corresponden con "emociones finales", cuyo nihilismo es producto de la extinción del "alma" de cada cultura, la cual es reemplazada por el "espíritu cerebral" de las grandes urbes, es decir, por la civilización.
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