"Si es el mejor, el pensamiento de uno sólo vale por el de diez mil"
HERÁCLITO
Vivimos en una época civilizada, una época en la que se impone el espíritu práctico, materialista, irreligioso y ametafísico. Sólo así se diferencian el romano del período de César y el griego del período de Pericles. Éste puede ser idealista; aquél, en cambio, ya no puede serlo. Éste centra su mundo en lo cualitativo, en una vivencia que va mucho más allá de la comprensión, del concepto abstracto o de la cantidad mensurable. Aquél, por el contrario, solo concibe el mundo -su mundo- bajo esta perspectiva.
La civilización derroca a la cultura transvalorando, racionalizando todos los mitos, ideas y creencias propios de la cultura. Así como el hombre del siglo XXI ridiculiza la cultura del hombre del siglo XIV, el romano de los últimos años de la república aborrecía tanto de la metafísica platónica como de religiones ancestrales. La urbe se adueña y somete al campo; ahora son tiempos de agudeza crítica, no de intuición. ¿Cuál es, por tanto, la verdadera religión de nuestros días? La ciencia, el mundo de la demostración y la lógica. En ella se vierte la ingenua fe de que todo es susceptible de ser procesado y apendido por la mente, desde el alma hasta el mundo circundante, desde la vida hasta Dios. ¿Y aquel mundo pletórico, cargado de anhelo y ensueño que palpitaba en plenitud en los tiempos de Dante, Shakespeare o aun en los de Goethe? Todo eso se ha perdido ya para siempre.
¿Qué son hoy los actos religiosos? Simples actos sociales. ¿Qué es hoy la moral? Ir por la calle bien perfumado, depilado, aseado y vestido, exteriorizando unas cualidades morales que estén al alcance de cualquiera. ¿Qué es hoy la sexualidad? Una constante búsqueda del placer más materialista y mezquino. Lo demás es secundario e impráctico, cuando no indigno y provinciano."¡No estamos en la Edad Media!", vociferan las masas encolerizadas.
¿En qué ha derivado la política de nuestra civilización? En pura demagogia, la capacidad de prostituir un discurso a los que son más en número, prescindiendo por completo de los mejores. Exactamente ése es el modus operandi de aquel mostrenco producto de la burguesía, la publicidad. Aquí tenemos un nuevo ejemplo de que, también en este aspecto, la cantidad supera a la calidad. Ahora, ya no es el "pueblo" quien decide las cuestiones políticas y sociales, sino la masa. La mayoría es la que siempre lleva razón.
Así pues, la democracia se yergue como símbolo de que el cuantitavismo, antes relegado a las ciencias de la naturaleza y la economía, ha logrado penetrar en todas las facetas de la vida. Y junto a ella, la demagogia política y la publicidad mercantil no hacen sino confirmar esta tendencia, por lo que el sistema del sufragio universal se convierte en el único método posible para conquistar el éxito.
No podemos sino calificar de certeras las apreciaciones que Spengler desarrolló a propósito de este mismo asunto:
"Ante estas formas nuevas, puramente espirituales, no caben dudas sobre el sujeto viviente que las sustenta. Es el «hombre moderno», el hombre que todas las épocas de decadencia han concebido como un compendio de ricas esperanzas; es la plebe informe que se desparrama por las grandes ciudades, substituyendo al pueblo; es la masa humana desarraigada, oι πoλλoι (los muchos) como decían en Atenas, que substituye a la humanidad de los paisajes cultos, humanidad que crece con la naturaleza misma y sigue siendo aldeana sobre el suelo de las ciudades; es el ocioso del ágora alejandrina y romana y su «correspondiente», el moderno lector de periódicos; es el «hombre educado», que practica el culto de la medianía espiritual en el tabernáculo de la publicidad, antaño como hoy; es el hombre de teatros y de placer, de deportes y de modas literarias, tanto en la antigüedad como en Occidente. El objeto de la propaganda estoica y socialista es esa masa que se manifiesta tardíamente, y no «la humanidad». Iguales fenómenos podrían indicarse en el Imperio nuevo de Egipto, en la India budista, en la China de Confucio.
A este tipo de hombre corresponde una forma característica de la actuación pública: la diatriba, Observada primeramente como fenómeno del helenismo, la diatriba pertenece, en realidad, a las formas de actuación que aparecen en toda época civilizada. Es dialéctica, práctica, plebeya; substituye las figuras significativas, ampliamente influyentes, de los grandes hombres por la agitación ilimitada de los pequeños, pero sagaces; convierte las ideas en fines, los símbolos en programas.
La diatriba contiene también el elemento expansivo de toda civilización, sucedáneo imperialista de las riquezas interiores del alma, substituidas ahora por el espacio externo".
Hoy las masas dirigen -o creen dirigir- el conciero del porvenir; la pregunta es ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo la vida va a estar regida por la superficialidad, la corrupción política, los medios de comunicación -que son quienes realmente crean la "opinión pública"-, y en general, el dinero? La crisis económica que estamos atravesando sólo es la punta del iceberg. Cuando las masas adviertan la magnitud de esta realidad querrán cambiar, querrán volver a las profundidades de las que un día surgieron. Pero ya no podrán. Nada resiste a los embates del tiempo. Y es que Cronos, a pesar de todo, continuará devorando a sus hijos...
Vivimos en una época civilizada, una época en la que se impone el espíritu práctico, materialista, irreligioso y ametafísico. Sólo así se diferencian el romano del período de César y el griego del período de Pericles. Éste puede ser idealista; aquél, en cambio, ya no puede serlo. Éste centra su mundo en lo cualitativo, en una vivencia que va mucho más allá de la comprensión, del concepto abstracto o de la cantidad mensurable. Aquél, por el contrario, solo concibe el mundo -su mundo- bajo esta perspectiva.
La civilización derroca a la cultura transvalorando, racionalizando todos los mitos, ideas y creencias propios de la cultura. Así como el hombre del siglo XXI ridiculiza la cultura del hombre del siglo XIV, el romano de los últimos años de la república aborrecía tanto de la metafísica platónica como de religiones ancestrales. La urbe se adueña y somete al campo; ahora son tiempos de agudeza crítica, no de intuición. ¿Cuál es, por tanto, la verdadera religión de nuestros días? La ciencia, el mundo de la demostración y la lógica. En ella se vierte la ingenua fe de que todo es susceptible de ser procesado y apendido por la mente, desde el alma hasta el mundo circundante, desde la vida hasta Dios. ¿Y aquel mundo pletórico, cargado de anhelo y ensueño que palpitaba en plenitud en los tiempos de Dante, Shakespeare o aun en los de Goethe? Todo eso se ha perdido ya para siempre.
¿Qué son hoy los actos religiosos? Simples actos sociales. ¿Qué es hoy la moral? Ir por la calle bien perfumado, depilado, aseado y vestido, exteriorizando unas cualidades morales que estén al alcance de cualquiera. ¿Qué es hoy la sexualidad? Una constante búsqueda del placer más materialista y mezquino. Lo demás es secundario e impráctico, cuando no indigno y provinciano."¡No estamos en la Edad Media!", vociferan las masas encolerizadas.
¿En qué ha derivado la política de nuestra civilización? En pura demagogia, la capacidad de prostituir un discurso a los que son más en número, prescindiendo por completo de los mejores. Exactamente ése es el modus operandi de aquel mostrenco producto de la burguesía, la publicidad. Aquí tenemos un nuevo ejemplo de que, también en este aspecto, la cantidad supera a la calidad. Ahora, ya no es el "pueblo" quien decide las cuestiones políticas y sociales, sino la masa. La mayoría es la que siempre lleva razón.
Así pues, la democracia se yergue como símbolo de que el cuantitavismo, antes relegado a las ciencias de la naturaleza y la economía, ha logrado penetrar en todas las facetas de la vida. Y junto a ella, la demagogia política y la publicidad mercantil no hacen sino confirmar esta tendencia, por lo que el sistema del sufragio universal se convierte en el único método posible para conquistar el éxito.
No podemos sino calificar de certeras las apreciaciones que Spengler desarrolló a propósito de este mismo asunto:
"Ante estas formas nuevas, puramente espirituales, no caben dudas sobre el sujeto viviente que las sustenta. Es el «hombre moderno», el hombre que todas las épocas de decadencia han concebido como un compendio de ricas esperanzas; es la plebe informe que se desparrama por las grandes ciudades, substituyendo al pueblo; es la masa humana desarraigada, oι πoλλoι (los muchos) como decían en Atenas, que substituye a la humanidad de los paisajes cultos, humanidad que crece con la naturaleza misma y sigue siendo aldeana sobre el suelo de las ciudades; es el ocioso del ágora alejandrina y romana y su «correspondiente», el moderno lector de periódicos; es el «hombre educado», que practica el culto de la medianía espiritual en el tabernáculo de la publicidad, antaño como hoy; es el hombre de teatros y de placer, de deportes y de modas literarias, tanto en la antigüedad como en Occidente. El objeto de la propaganda estoica y socialista es esa masa que se manifiesta tardíamente, y no «la humanidad». Iguales fenómenos podrían indicarse en el Imperio nuevo de Egipto, en la India budista, en la China de Confucio.
A este tipo de hombre corresponde una forma característica de la actuación pública: la diatriba, Observada primeramente como fenómeno del helenismo, la diatriba pertenece, en realidad, a las formas de actuación que aparecen en toda época civilizada. Es dialéctica, práctica, plebeya; substituye las figuras significativas, ampliamente influyentes, de los grandes hombres por la agitación ilimitada de los pequeños, pero sagaces; convierte las ideas en fines, los símbolos en programas.
La diatriba contiene también el elemento expansivo de toda civilización, sucedáneo imperialista de las riquezas interiores del alma, substituidas ahora por el espacio externo".
Hoy las masas dirigen -o creen dirigir- el conciero del porvenir; la pregunta es ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo la vida va a estar regida por la superficialidad, la corrupción política, los medios de comunicación -que son quienes realmente crean la "opinión pública"-, y en general, el dinero? La crisis económica que estamos atravesando sólo es la punta del iceberg. Cuando las masas adviertan la magnitud de esta realidad querrán cambiar, querrán volver a las profundidades de las que un día surgieron. Pero ya no podrán. Nada resiste a los embates del tiempo. Y es que Cronos, a pesar de todo, continuará devorando a sus hijos...
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