martes, 14 de octubre de 2008

METROSEXUALIDAD, ¿SÍNTOMA DE DECADENCIA MORAL?



"En otro tiempo, el campesino romano se cortaba la barba una vez a la semana; ahora, el esclavo rural no se encuentra bastante acicalado"
VARRÓN

"Es significativo de lo insulso de las decadentes razas citadinas rendir homenaje a estas necesidades banales bajo la forma de higiene, vegetarismo o sport como concepciones del mundo."
OSWALD SPENGLER

El hombre producto de la civilización ha perdido toda su vivencia interior. Es un ser que plasma todas sus experiencias en el mundo exterior, "en lo que se puede ver y tocar". ¿Qué significado tienen para él vocablos como "alma" o "espíritu"?

El trivium de la cultura es la religión, la moral y el arte; el de la civilización, la política (votos) , la economía (dinero) y la técnica (posibilidades prácticas) . Como se ve, reduce todo lo que para el hombre culto es cualitativo a meras cantidades mensurables. Sumida en el olvido, la vivencia íntima cede el puesto a lo externo, a lo puramente superficial.

La sofisticada vida en la urbe deviene en un refinamiento que, sin solución de continuidad, desemboca en la obsesión por la apariencia. Surge la moda entre la plebe de acudir a los balnearios con el fin de ostentar públicamente el cumplimiento del estricto régimen higiénico. Como señala el historiador Fernando Garcés:

"El concepto de baño no se limitaba a una inmersión, ducha o libación, sino que, a partir de entonces (siglo II a. C. en Roma) comenzó a implicar también una sudación controlada, y su presencia no dependia de la proximidad de un río o una fuente termal. Igualmente novedoso fue el hecho de que estuvieran localizados en espacios urbanos, y no en lugares alejados."

Ciertamente, los paralelismos con nuestra propia época son sorprendentes, a tenor de las siguientes palabras escritas por Garcés:

"Mientras las mujeres atenienses debían resignarse a vivir dentro de casa, las romanas acompañaban a sus maridos en este relajado estilo de vida. Algunas llegaron a utilizar atuendos que más tarde recordarán los biquinis, y durante un tiempo incluso se permitió que hubiera baños mixtos."

Otra de las costumbres sociales que toman auge en estas épocas civilizadas es el de la "metrosexualidad", es decir, la preocupación por la estética en los varones. Así, el historiador antiguo Procopio, al narrar los sucesos que conmocionaron Bizancio durante el reinado del emperador Justiniano, cuenta que:

"Para empezar, los azules, extremistas, revolucionaron la moda del peinado. No se tocaban la barba y el bigote, sino que adoraban dejarlos crecer lo más posible; se cortaban los cabellos por delante hasta las sienes y por detrás los dejaban caer largos e incultos, como los hunos."

No menos característica es la desmedida atención por la indumentaria, que se convierte en emblema de distinción social:

"Todos tenían muy en cuenta la elegancia y se ponían vestidos mucho más vistosos de cuanto les correspondiese por su condición: está claro que lo conseguían por medios ilícitos."

En este aspecto los romanos no le iban a la zaga. De hecho, la costumbre atribuida a las mujeres de la depilación corporal fue una práctica muy extendida entre los hombres. Los apipalarius o exclavos expertos en esta misión fueron muy cotizados en la Roma imperial.

En un artículo sobre la historia de la estética, publicado en la página http://www.ausironature.com/, se reconoce que:

"En el Imperio romano la estética constituyó una auténtica obsesión. Hombres y mujeres atesoraban fórmula de cosméticos, se maquillaban, peinaban y depilaban por igual."

Resulta enigmático observar que las modas destinadas a resaltar la superficialidad suelen aflorar en épocas consideradas como "inmorales" o "decadentes" . ¿No es precisamente la nuestra una de éstas? ¿Qué le importa más a un varón joven de hoy, su incipiente calvicie o las masacres de individuos humanos que se realizan en las clínicas abortivas de nuestro país?

Cierto es que Spengler nos advirtió que cada cultura tiene su propia moral. Mas ello no debería incitarnos -y menos en estos tiempos- a no responder a esta pregunta. Principalmente, porque renegar de nuestra moral significa, en un sentido profundo, renegar de nosotros mismos.

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