"Es una lengua sin luz ni temperatura, sin evidencia y sin calor de alma, una lengua triste que avanza a tientas. Los vocablos parecen viejas monedas de cobre, mugrientas y sin rotundidad, como hartas de rodar por tabernas mediterráneas. ¡Qué vidas evacuadas de sí mismas, desoladas, condenadas a eterna cotidianidad, se adivinan tras este seco artefacto lingüístico!"
ORTEGA Y GASSET
Este es, a grandes rasgos, el destino que la Historia ha prefijado para los distintos idiomas occidentales -entre ellos, obviamente, el español- en los próximos siglos. El fenómeno de la decadencia del lenguaje es ya una realidad que muy pocos intelectuales pueden rebatir. Claro está, como señala acertadamente Ortega, que semejante desfallecimiento precede a otro de mayor relevancia: la decadencia espiritual de toda una cultura.
Por sorprendente que parezca, la cita que encabeza este artículo no se refiere a la lengua contemporánea del filósofo español, sino que hace alusión al lamentable estado del latín durante la época del Bajo Imperio romano. "Los hombre se han vuelto estúpidos", relata Ortega al describirla realidad de una sociedad que, a su juicio, caminaba hacia "una pavorosa homogeneidad". ¿No es esta la situación que se nos declara cuando fijamos nuestra atención en los jóvenes de hoy? El lenguaje cotidiano se simplifica cada vez más, y ello a causa de que lo que se quiere decir es de cada vez más simple, más tosco, más primitivo. "La sabrosa complejidad indoeuropea (el latín clásico), que conservaba el lenguaje de las clases superiores, quedó suplantada por un habla plebeya, de mecanismo muy fácil, pero a la vez, o por lo mismo, pesadamente mecánico, como material..." No es de extrañar, pues, que recientes estudios sobre el nivel expresivo y gramatical de jóvenes estudiantes de E.S.O., han arrojado unos resultados que ponen en evidencia, no sólo la ineficacia del sistema de enseñanza vigente, sino sobre todo la aterradora ausencia de inquietudes emocionales por parte de quienes han de tomar las riendas del futuro.
Nosotros, herederos de lo que en su día se llamó "Ilustración", contemplamos con espanto cómo todas y cada una de las formas cultas que animaban la vitalidad europea hace a penas un siglo, se descomponen y volatilizan sin que nadie asuma la responsabilidad de su conservación. El estado actual de la lengua sólo es una ramificación más de una enfermedad que, día tras día, amenaza con alcanzar proporciones gigantescas: el imperio de las masas. Ortega, por su parte, concluye de este modo su brillante exposición historiológica:
"El latín vulgar está ahí en los archivos, como un escalofriante petrefacto, testimonio de que una vez la historia agonizó bajo el imperio de la vulgaridad por haber desaparecido la fértil variedad de situaciones"
Ahora bien, ¿Quien es el agente que provoca esa terrible homogeneización? Es el espíritu de la urbe mundial, que se expande atomizando y desarraigando a los individuos hasta transformarlos en masa.
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