jueves, 28 de mayo de 2009

EDUCACIÓN... ¿ PARA EL SERVILISMO?

"En un lugar destacado entre las ideas predominantes de la época presente se encuentra la noción de que la instrucción es capaz de cambiar a los hombres de forma considerable y tiene por infalible consecuencia el mejorarlos y hasta el de hacerlos iguales. Por el simple hecho de ser constantemente repetida, esta afirmación ha terminado por convertirse en uno de los más firmes dogmas democráticos. Hoy sería tan difícil atacarlo como otrora lo hubiera sido el atacar los dogmas de la Iglesia."

GUSTAVE LE BON



Los regímenes nacional-socialista y comunista se habían distinguido del resto de doctrinas políticas por pretender controlar los comportamientos y los pensamientos de los individuos. Pero el régimen liberal quiere, además, poseer las almas.
Recogiendo las reivindicaciones que impulsaron los philosophes de las Luces, la triunfante burguesía impuso el derecho a la educación pública, medida que muchos han considerado como una muestra de filantrópico idealismo que por primera vez permitiría la equidad de oportunidades en favor de las clases más bajas. Pero si analizamos más sutilmente los intereses que subyacen bajo esta aparente declaración de buenas intenciones, descubriremos que los oscuros móviles que hicieron posible la implantación de tales derechos se hallan en estrecha relación con otro que también la burguesía no dudó en estimular. Me refiero, claro está, al derecho a la libertad de prensa.

En efecto: existe por parte de las clases dirigentes el inconfesable anhelo de que todos los individuos estén mas o menos alfabetizados, para que de ese modo sus conciencias puedan ser influenciables hasta quedar absorbidas por la violencia espiritual ejercida por la prensa y el resto de medios de información.

Muy difícilmente puede un periódico o un canal de televisión moldear el pensamiento de un aldeano, por cuanto a duras penas sabe éste leer y escribir. Además, la conciencia del hombre de campo se halla en clara desventaja con unos vigorosos instintos que le harán siempre retornar al ámbito de sus antepasados. Pero esto no sucede con el hombre de las grandes urbes, hombre por naturaleza desarraigado, que pronto va a ser víctima de los agitadores sociales.

Tras las primeras experiencias revolucionaras, van a formarse hacia mediados del siglo XIX los incipientes grupos de presión, que poco después tomarán las formas de sindicato organizado, y cuya finalidad no será otra que la de destruir el orden político y económico que maduró durante siglos. Así es como nacieron los principales partidos obreros que hoy se han generalizado en Europa, y todo ello con la inestimable ayuda de la prensa.

Pero, ¿de dónde surge esta masa de hombres descontentos, siempre dispuestos a la huelga, la revuelta y las barricadas? Al principio debemos encontrarla en los proletarios, procedentes en todos los casos de las capas más bajas de la sociedad, que solían aceptar el trabajo de operario a regañadientes y cuya falta de formalidad deploraban los empresarios que cuidaban un mínimo su reputación. Pero incomprensiblemente, más tarde vendrán a sumarse a ella una gran cantidad de obreros de una superior cualificación, la mayor parte alienados y manipulados por las miserables promesas de los dirigentes de los partidos obreristas, promesas que alcanzaron una amplia difusión no sólo gracias a los mítines, sino también a que pudieron ser masivamente propagadas a través de los diarios, verdaderos panfletos ideológicos que previamente fueron comprados.

Hay, sin embargo, un nuevo factor que primero en las naciones latinas propició la irrupción de estas masas en la Historia. Este no es otro que el sistema educativo que apareció en Francia tras la Revolución, el cual privilegiaba la estúpida (y moderna) creencia de que la memoria no sólo ejercita, sino que desarrolla la inteligencia. Gustave Le Bon, el insigne precursor de la psicología social, criticó duramente esta clase de enseñanza:

"Desafortunadamente los pueblos latinos, especialmente durante los últimos veinticinco años, han basado sus sistemas de instrucción sobre principios muy equivocados y, a pesar de las observaciones de las mentes más eminentes tales como Breal, Fustel de Coulanges, Taine y muchos otros, persisten en sus lamentables errores. Yo mismo, en un trabajo publicado hace algún tiempo, demostré que el sistema de educación francés transforma a la mayoría de los que han pasado por él en enemigos de la sociedad y recluta numerosos discípulos para las peores formas de socialismo."

Más adelante, Le Bon explica que tales prejuicios en la enseñanza preparan a futuros desarraigados, quienes tras perder los valiosísimos años de su juventud en las aulas, terminan como un barco a la deriva sin mayor ilusión que la de participar en la agitación callejera:

"Si esta educación fuese meramente inútil, uno podría limitarse a expresar su compasión por los desgraciados niños que, en lugar de cursar estudios útiles en la escuela primaria, resultan instruidos en la genealogía de los hijos de Clotaire, los conflictos entre Neustria y Austrasia, o las clasificaciones zoológicas. Pero el sistema presenta un peligro por lejos mayor. Les otorga a quienes han sido sometidos a él un violento desagrado por la clase de vida en la que nacieron y un intenso deseo de escapar de ella. El trabajador ya no desea seguir siendo trabajador, ni el campesino continuar siendo campesino, mientras los más humildes miembros de la clase media no admiten ninguna carrera posible para sus hijos excepto la de funcionarios pagados por el Estado. En lugar de preparar hombres para la vida, las escuelas francesas solamente los preparan para ocupar funciones públicas en las cuales el éxito puede ser obtenido sin ninguna necesidad de auto-dirección o la más mínima chispa de iniciativa personal. En el fondo de la escala social, el sistema crea un ejércitos de proletarios descontentos con su suerte y siempre listos para la revuelta mientras que en la cúspide instituye una burguesía frívola, escéptica y crédula al mismo tiempo, que tiene una supersticiosa confianza en el Estado al cual considera como una especie de Divina Providencia pero sin olvidarse de exhibir hacia ella una incesante hostilidad, siempre poniendo las faltas propias ante la puerta del gobierno, e incapaz de la más mínima empresa sin la intervención de las autoridades."

Poco después sentencia con estas palabras:
"La instrucción dada a la juventud de un país permite conocer lo que ese país será algún día. La educación conferida a la generación actual justifica las previsiones más pesimistas. Es parcialmente por la instrucción y la educación que la mente de las masas resulta mejorada o deteriorada. En consecuencia, era necesario mostrar cómo esta mente ha sido modelada por el sistema de moda y cómo la masa de los indiferentes y los neutrales se ha convertido progresivamente en un ejército de los descontentos, listos a obedecer todas las sugestiones de los utopistas y los retóricos. Es en las aulas que los socialistas y los anarquistas pueden ser hallados hoy en día, es allí en dónde se está pavimentando el camino del período de decadencia que se aproxima para los pueblos latinos."

Parece que, después de todo, y muy lejos de la tan esperada emancipación, lo que nos ofrece la actual educación en Occidente es el más hiriente servilismo a los poderes que saben aprovechar al máximo los bajos instintos que gobiernan a la naturaleza humana.

jueves, 14 de mayo de 2009

SOBRE EL TOTALITARISMO DEMOCRÁTICO (parte III)



La Realidad, tal como la veo, es que los grandes medios de comunicación de masas –es decir, los que mueven la opinión de la mayoría de los votantes- están vendidos a una de las fuerzas políticas mayoritarias (…). La prensa no propaga, sino que crea la opinión libre, y lo que la prensa no cuenta no existe.”

MARTÍN LÓPEZ CORREDOIRA





En todas las épocas donde vence el espíritu democrático, el poder del dinero emerge con inusitada fuerza para apropiarse, como concepción del universo, del resto de formas intactas de la cultura. Todas las diferencias que conformaban las diferentes clases sociales quedan aniquiladas en cuanto se impone el “derecho de todos” a enriquecerse de la misma manera (es decir, de la forma más mezquina: siempre con el menor esfuerzo posible). De inmediato aparece la prensa –actualmente los modernos mass media- para moldear despóticamente el pensamiento de la mayoría. Pero cuanto más se demanda la “libertad de prensa” para los medios de comunicación y la “libertad de expresión” para la opinión pública, tanto más se constata su dependencia de los poderes que los apoyan financiera e ideológicamente.
Escuchemos a Spengler:

Si se entiende por democracia la forma que la tercera clase (la burguesía), como tal, desea imprimir a toda la vida pública, entonces hay que añadir que democracia y plutocracia significan lo mismo.”

Pronto se comprende, por tanto, lo ridículo que resulta la aparición de presuntos idealistas clamando al cielo por la falta de objetividad de la prensa, toda vez que si algún periódico llegara a emanciparse de todos y cada uno de los poderes plutocráticos actuales, sería automáticamente censurado por éstos en connivencia con los estamentos oficiales.

Oswald Spengler: ”Hay un elemento tragicómico en la desesperada lucha que los reformadores y maestros de la libertad dirigen contra el efecto del dinero, y es que ellos mismos sostienen esa lucha con dinero. Entre los ideales de la clase formada por los que no pertenecen a ninguna clase está no solamente el respeto al gran número — respeto que se expresa en los conceptos de igualdad, de derecho innato y también en el principio del sufragio universal —, sino también la libertad de la opinión pública, sobre todo la libertad de prensa. Estos son ideales. Pero en realidad, la libertad de la opinión pública requiere la elaboración de dicha opinión, y esto cuesta dinero; la libertad de la prensa requiere la posesión de la prensa, que es cuestión de dinero, y el sufragio universal requiere la propaganda electoral, que permanece en la dependencia de los deseos de quien la costea.”

Este hecho se hace especialmente patente durante las etapas históricas en las que los poderes financieros, luego de que el dinero abstracto se haya independizado de la economía real, lograron apropiarse de los Estados. Este es el caso de Europa en 1815, cuando la derrota de Napoleón en Waterloo propició que unas cuantas familias, que habían especulado mediante la propagación de falsos rumores sobre el resultado final de la batalla, multiplicasen fabulosamente su capital hasta controlar financieramente naciones enteras como Inglaterra o Francia. Desde entonces, sostiene
Spengler, “No hay movimiento proletario, ni siquiera comunista, que no actúe en interés del dinero y en la dirección marcada por el dinero y con la duración fijada por el dinero — sin que de ello se aperciban aquellos de los Jefes que son verdaderamente idealistas . El dinero piensa; el dinero dirige; tal es el estado de las culturas decadentes, desde que la gran ciudad se ha adueñado del resto del país.”
Sin duda, las apreciaciones de Spengler en torno a la naturaleza profunda de la democracia esconden un certerísimo análisis que a día de hoy sigue siendo una fuente de inspiración para muchos críticos del actual sistema. Lean sino el siguiente extracto y juzguen ustedes mismos:

la política europeo- americana ha creado por la prensa un campo de fuerza, con tensiones espirituales y monetarias, que se extiende sobre la tierra entera y en el que todo individuo está incluso, sin darse cuenta, de modo que ha de pensar, querer y obrar como tiene por conveniente cierta dominante personalidad en lejano punto del globo.(...) No se habla de hombre a hombre; la prensa, y con ella el servicio de noticias radiotelefónicas y telegráficas, mantienen la conciencia de pueblos y continentes enteros bajo el fuego graneado de frases, lemas, puntos de vista, escenas, sentimientos, y ello día por día, año por año, de modo que el individuo se convierte en mera función de una «realidad» espiritual enorme. El dinero hace su camino político, bien que no como metal que pasa de una mano a otra. No se transforma tampoco en juegos y en vino. Se transforma en energía y determina por su cuantía la intensidad de la propaganda.”

Aun más impactantes son sus observaciones, no sin una velada carga irónica, sobre la volubilidad de la opinión pública, así como de la pretendida “información imparcial” que continuamente se le suministra:

“¿Qué es la verdad? Para la masa, es la que a diario lee y oye. Ya puede un pobre tonto recluirse y reunir razones para establecer «la verdad»—seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública del momento (…) es hoy un producto de la prensa. Lo que ésta quiere es la verdad. Sus jefes producen, transforman, truecan verdades. Tres meses de labor periodística, y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables mientras haya dinero para repetirlos sin cesar.”

Asimismo, no dejan de inquietar las siguientes frases, en las que el filósofo alemán profetiza sin saberlo el tránsito de la prensa escrita a la radio y, posteriormente, la televisión:

"El dinamismo de la prensa quiere efectos permanentes. Ha de tener a los espíritus permanentemente bajo presión. Sus argumentos quedan refutados tan pronto como una potencia económica mayor tiene interés en los contra argumentos y los ofrece con más frecuencia a los oídos y a los ojos. En el instante mismo, la aguja magnética de la opinión pública se vuelve hacia el polo más fuerte. Todo el mundo se convence en seguida de la nueva verdad. Es como si de pronto se despertase de un error.”
Pero es en el siguiente párrafo donde Spengler nos ofrece una aterradora descripción del panorama político y mediático, incluyendo una metáfora donde se compara el poder de la prensa con una estructura fuertemente regimentada:

La lucha hoy gira alrededor de esas armas. En los ingenuos primeros tiempos, el poderío periodístico era menoscabado por la censura, que servía de arma defensiva a los representantes de la tradición. Entonces la burguesía puso el grito en el cielo, proclamando en peligro la libertad del espíritu. Hoy la masa sigue tranquilamente su camino; ha conquistado definitivamente esa libertad; pero entre bastidores se combaten invisibles los nuevos poderes, comprando la prensa. Sin que el lector lo note, cambia el periódico y, por tanto, el amo .
También aquí triunfa el dinero y obliga a su servicio a los espíritus libres. No hay domador de fieras que tenga mejor domesticada a su jauría. Cuando se le da suelta al pueblo—masa de lectores—precipitase por las calles, lánzase sobre el objetivo señalado, amenaza, ruge, rompe. Basta un gesto al estado mayor de la prensa para que todo se apacigüe y serene. La prensa es hoy un ejército, con armas distintas, cuidadosamente organizadas; los periodistas son los oficiales; los lectores son los soldados.”


Más adelante, Spengler vuelve a ironizar sobre el ideal de libertad dominante en su tiempo (y con mayor razón en el nuestro):

“Antaño no era licito pensar libremente; ahora es licito hacerlo, pero ya no puede hacerse. Piénsase tan sólo qué sea lo que debe quererse; y esto es lo que se llama hoy libertad.”

Y aun más sugerente resulta su percepción de la “libertad de prensa”, que encaja perfectamente con la visión de los contemporáneos detractores de la democracia liberal, los cuales acusan a este régimen de “nuevo totalitarismo”:

Otro aspecto de esta libertad es que, siéndole licito a todo el mundo decir lo que quiera, la prensa es también libre de tomarlo en cuenta y conocimiento o no. Puede la prensa condenar a muerte una «verdad»; bástale con no comunicarla al mundo. Es esta una formidable censura del silencio, tanto más poderosa cuanto que la masa servil de los lectores de periódicos no nota su existencia.”

Poco después añade:

En lugar de la hoguera aparece ahora el gran silencio. La dictadura de los Jefes de partido se apoya sobre la dictadura de la prensa. Por medio del dinero se pretende arrebatar a la esfera enemiga enjambres de lectores y pueblos enteros, para reducirlos al propio alimento intelectual. El lector se entera de lo que debe saber y una voluntad superior informa la imagen de su mundo. Ya no hace falta obligar a los súbditos al servicio de las armas, como hacían los príncipes de la época barroca. Ahora se fustigan sus espíritus con artículos, telegramas, ilustraciones (…)hasta que ellos mismos exigen las armas y obligan a sus jefes a una guerra a la que estos jefes querían ser obligados.”

Por último, y a modo de colofón, léanse estas palabras que quizá vaticinen las formas en las que se materializará la política occidental de un futuro próximo:

“El pensamiento, y con él la acción de la masa, queda sujeto bajo una presión de hierro. Por eso, y sólo por eso, se es lector y elector, esto es, dos veces esclavo. Mientras tanto los partidos se convierten en obedientes séquitos de unos pocos, sobre los cuales el cesarismo ya empieza a lanzar sus sombras.”

miércoles, 22 de abril de 2009

SOBRE EL TOTALITARISMO DEMOCRÁTICO (parte II)


"la televisión es, sin duda, el instrumento más eficaz para llegar a inculcar reflejos condicionados en la mayoría de la gente (…). Y así se va formando una masa sometida al embrutecimiento cotidiano de los media, acostumbrada a reaccionar pasionalmente, sin el menor espíritu crítico, plenamente sumisa a todo tipo de manipulaciones. Se pretende expresar y seguir la opinión, cuando en realidad ella ha sido fabricada por los media."


ALFREDO SÁEZ




¿Es posible un totalitarismo democrático? ¿Puede un régimen que se califica a sí mismo de "liberal" tiranizar al individuo en pleno siglo XXI, época en la que con mayor énfasis se ha usado y abusado del controvertido término de "libertad"?

Se habla a todas horas de la incuestionable autoridad de la "opinión pública", soberanía que oficialmente sustenta al sufragio universal. Pero ¿es realmente libre dicha "opinión" ? Más aun: ¿bajo qué criterios se legitima tan categóricamente el derecho a que las mayorías aplasten a cualquier minoría, y todo por el simple convenio de que la cantidad debe anteponerse a la calidad? (Séneca: "Los asuntos humanos no están dispuestos de tal modo que la mayoría prefiere las mejores cosas; todo lo contrario: la prueba de la peor elección es la muchedumbre".)

Sobre el primer punto, parece bastante sólida la hipótesis que afirma que allí donde hay elecciones, no puede haber nunca verdadera democracia, si por democracia entendemos aquel régimen que permite la prevalencia de aquella minoritaria opinión que ve en el ejercicio de la política antes un deber que un negocio.

"La democracia no existe. Ha sido secuestrada y sustituida por una partitocracia, que es la que nos rige y gobierna". Así de contundente se muestra José Martín Brocos Fernández, quien asegura que las fuerzas políticas vigentes, lejos de cumplir el cometido que las insta a representar la voluntad de sus electores, pactan con los poderes plutocráticos y financieros el poder disfrutar de una posición privilegiada a la hora de domeñar a la sociedad bajo la ilusión de su libre albedrío.

Brocos Fernández: "El poder, desequilibrado y sin control, es ejercido por los partidos políticos, dos o tres a lo sumo, máquinas férreas de control al servicio del mantenimiento del establishment, y por los medios de que comunicación comprados o silenciados que ejercen un poder omnímodo en la modelación de la masa social; masa integrada por el hombre del siglo XXI, un hombre mayoritariamente débil, inconstante, voluble, superficial, volcado hacia lo exterior, pusilánime y presuntuoso de si mismo y de sus propias fuerzas, lo que le ofusca e impide ser consciente de la espiral hacia una profunda sima en la que se encuentra inmerso, donde no hay más que vacío, desesperación y soledad."

Por tanto, según Brocos Fernández, estaríamos asistiendo a la mayor farsa que jamás ha conocido la historia: la propaganda electoral y la publicidad mercantil adularían al hombre-masa (por emplear un vocabulario orteguiano) haciéndole ver que su personalidad y su capacidad crítica son lo suficientemente óptimas como para decidir con su participación en los comicios el futuro político de su país, cuando la realidad es justamente la contraria. El individuo de la gran urbe, ser que por su debilidad de instinto es constitutivamente incapaz de pensar por sí mismo, se convierte bien pronto en blanco fácil para los agitadores sociales, quienes gracias a su demagogia logran instrumentalizarlo hasta que éste, creyéndose libre, termina por actuar tal y como sus caudillos lo quisieron desde el principio.

Brocos Fernández: "La libertad de elección en las urnas en democracia no existe. Hace años que asistimos a un monumental y generalizado engaño, nos venden que somos libres y que podemos decidir nuestro destino. El sistema ha engullido la libertad y convertido ésta en una quimera. La plutocracia empresarial-financiera y sus redes tejidas y superpuestas con el poder mediático y el poder político deciden, por lo menos en sus líneas generales y siempre en consonancia con poderosas organizaciones supranacionales, cómo se ha de vivir, qué tenemos que pensar, y cómo debemos actuar. El ciudadano-masa ha perdido su participación y el dominio del sistema. Se ha convertido en su rehén y paradójicamente en su principal defensor, explicable por el lavado de cerebro ideológico a que está siendo sometido a hora y deshora."

Una opinión parecida es la que defiende el conocido ensayista francés Alain de Benoist. Para él, las sociedades liberales han degenerado hasta desembocar en regímenes que, paradójicamente, comparten muchos puntos en común con los totalitarismos del siglo XX (comunismo y nazismo). De hecho, pese a que en ninguna de las democracias actuales podamos encontrar campos de concentración ni múltiples masacres perpetradas contra disidentes, existe una sutil censura (tanto más dañina por cuanto el sujeto apenas la advierte) que está siendo asumida en nuestros días por los poderes que manejan los llamados "mass media", auténticos imperios audiovisuales que permiten "ahogar" la voz de todos aquellos que se muestren disconformes con los intereses plutocráticos dominantes.

Alain de Benoist: "También se constata que, en las sociedades liberales, la normalización no ha desaparecido, sino que ha cambiado de forma. La censura por el mercado ha sustituído a la censura política. Ya no se deporta o fusila a los disidentes, sino que se les marginaliza, ninguneándolos o reduciéndolos al silencio."

De modo que el actual sistema democrático, muy al contrario de lo que pudiera parecer, ha demostrado que en el fondo persigue los mismos fines que ya en su tiempo trataron de alcanzar los regímenes totalitarios: reducir las naturales diferencias que enriquecen y fortalecen a la sociedad hasta convertirlas en pura homogeneidad, y todo ello mediante el control y la utilización permanente de los medios de comunicación como "armas de alienación masiva".

De nuevo Benoist: "La publicidad ha tomado el relevo de la propaganda, mientras que el conformismo toma la forma del pensamiento único. La "igualización de las costumbres" que le hacía temer a Tocqueville que hiciese surgir un nuevo despotismo, engendra mecánicamente la estandarización de los gustos, los sentimientos y las costumbres. Las costumbres de consumo moldean cada vez más uniformemente los comportamientos sociales. Y el acercamiento cada vez mayor entre los partidos políticos conduce, de hecho, a recrear un régimen de partido único, en el que las formaciones existentes casi sólo representan tendencias que ya no se oponen sobre las finalidades, sino tan sólo sobre los medios a aplicar para difundir los mismos valores y conseguir los mismos objetivos. No ha cambiado el empeño: se sigue tratando de reducir la diversidad a lo Mismo."

He aquí la explicación de por qué, pese a que las diferencias económicas entre los más ricos y los más pobres han aumentado durante las últimas décadas, podamos afirmar sin faltar a la verdad que las clases sociales, en su genuino sentido, han desaparecido por completo. Esta circunstancia la confirma el propio Benoist, quien al citar a Augusto Del Noce, explica que "el fracaso del sistema comunista constituye tan sólo la prueba de que el Occidente liberal era más capaz que él de realizar su ideal." También podríamos destacar aquí las palabras de Claude Pollin, el cual se muestra en la misma línea que los autores anteriores: "El hombre indiferenciado es "por excelencia" un hombre cuantitativo; un hombre que sólo difiere accidentalmente de sus vecinos por la cantidad de dinero en su posesión; un hombre sujeto a estadísticas, un hombre que reacciona espontáneamente según las estadísticas".

Y tenemos también, pues, la clave para entender el obsesivo interés que muestran las democracias liberales por postrarse ante la cantidad en detrimento de la calidad, puesto que de este modo, perfectamente planificado, consiguen que aquella minoría cuyo sentido común les ha permitido tomar plena conciencia y denunciar los abusos de la gigantesca impostura que es el actual sistema, sólo puedan representar una ínfima parte del total, por lo que sus voces quedan en el acto eclipsadas por las estadísticas que, por abrumadora mayoría, conceden el derecho a imponerse al manipulado pero ensordecedor griterío de la masa.

viernes, 17 de abril de 2009

SOBRE EL TOTALITARISMO DEMOCRÁTICO


"La razón es, por naturaleza, igual en todos los hombres"


DESCARTES





La democracia es, actualmente, el sistema político que cuenta con mayor prestigio entre las masas de Occidente. Sus partidarios aseguran que, merced a los ideales democráticos, la sociedad posee en sus manos la libertad y responsabilidad necesarias para determinarse a si misma. Pero esta afirmación descansa en un supuesto cuanto menos equívoco: el de relacionar directamente la democracia con el sistema del sufragio universal; eso sí, siempre y cuando se respeten las reglas del juego y los electores se sientan amparados bajo la adscripción voluntaria de una constitución que garantice la igualdad en derechos de todos y cada uno de los ciudadanos. Así pues, la "igualdad de todos los hombres" y el "sufragio universal" constituyen los dos aspectos más esenciales de la moderna concepción de la democracia.


Pero es precisamente el término de "igualdad" el que sigue prestándose a una ambigüedad que ha suscitado en la Historia las más variopintas interpretaciones. Por que si por igualdad cabe entender homogeneidad, no existe la menor duda de que regímenes tan totalitarios como el comunismo y el nazismo han contribuido activamente a la supresión de cualquier diversidad, en el fanático intento de instaurar una "humanidad perfecta" donde la personalidad cualitativa del individuo quedase reducida a su mínima expresión.


En efecto, comunismo y nazismo tan sólo discrepaban en el "modelo humano" elegido como objeto de su radical transformación: el primero, en el "modelo proletario", con independencia de su procedencia étnica o nacionalidad; el segundo, en el "modelo ario", sin atender a su posición social o económica. En ambos casos, el ideal humano servía como prototipo de una "sociedad nueva", perfectamente compacta y homogénea, en la que la progresiva dominación del hombre y su entorno se correspondía con una especie de "plan mesiánico" consagrado por la Historia.


Después de enterrar deliberadamente todo la herencia cultural y religiosa acumulada en siglos pasados, comunismo y nazismo emprendían por separado el mismo cometido que sus predecesores, ya que en el fondo lo único que modificaban era el carácter profano del mismo: en vez de la comunión absoluta del hombre con Dios en el reino celeste, la comunión totalitaria del hombre con el super-hombre en el reino terrestre.

Paradójicamente, esta lectura "totalitaria" del ideal de igualdad no es exclusiva del totalitarismo.
Antes que éste, surge por vez primera en el marco de la Revolución Francesa, acontecimiento capital que ha sido señalado por numerosos historiadores como el primer impulso de una Humanidad plenamente dispuesta a la emancipación. En este contexto, el perfeccionamiento del hombre dejó de ser patrimonio exclusivo de la divinidad para convertirse en tarea propia del individuo, encargado de darle cumplimiento mediante la acción histórica.

Enarbolando las banderas de la igualdad y del progreso, los jacobinos impusieron el Terror como principio político. El comentario que hace al respecto Alain de Benoist merece toda nuestra atención: "El primer intento de genocidio de la historia moderna tuvo como marco la región de Véende: 180.000 hombres, mujeres y niños matados por el mero hecho de haber nacido". Acto seguido, el célebre ensayista cita las declaraciones que, ante tales atrocidades, realizó el líder revolucionario Couthon: "Se trata menos de castigarlos que de aniquilarlos".

Por otro lado, es sabido que gran parte de la ideología revolucionaria tiene su origen en el humanismo difundido por la Ilustración, sucesor por su parte del "Gran Racionalismo", cuyo inicio podemos situar en René Descartes. Esta circunstancia nos induce a sospechar que la conclusión a la que llegó el mítico filósofo francés (y que encabeza este mismo artículo), no sólo fundamentó en buena medida la concepción moderna de la actual democracia -al suprimir las variaciones cualitativas tradicionales entre los individuos y suplantarlas por otras más cuantitativas y "racionales"-, sino que también supuso el arranque de una mentalidad subversiva que no alcanzaría su culminación hasta el siglo XX con tres variantes de totalitarismo: el comunismo, el nacional-socialismo y la democracia de masas.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, no resulta tan descabellado medir a la "democracia liberal" con el mismo rasero que dos sistemas que, juntos, han causado la muerte a más de 120 millones de personas. Todo pasa por redefinir con mayor precisión el verdadero sentido del totalitarismo, no tanto por los medios que emplea como por los fines que persigue. Qué mejor forma de concluir este artículo que con las brillantes apreciaciones de Alain de Benoist:
"Los regímenes totalitarios no han sido necesariamente dirigidos por hombres que amaban causar el mal y matar por placer, sino por hombres que pensaban que tal era el medio más sencillo para conseguir sus fines. Si hubieran tenido a su disposición otros medios menos extremos, nada nos asegura que no hubiesen escogido recurrir a ellos. Tomado en su esencia, el totalitarismo no implica automáticamente recurrir a tal medio en lugar de a tal otro. Nada excluye que mediante medios indoloros no se puedan conseguir los mismos fines.La caída de los sistemas totalitarios del siglo XX no aleja el espectro del totalitarismo".

jueves, 2 de abril de 2009

LA MALDICIÓN DE LA URBE: ENVIDIA Y PLEBEYISMO


"Tómese al mono más inteligente y de mejor carácter, y colóquesele bajo las condiciones mejores y más humanas. Tómese al criminal más endurecido o a un hombre de mínima mente; siempre que ninguno de ellos padezca una lesión orgánica capaz de producuir idiocia o una demencia incurable, pronto descubriremos que si uno se ha convertido en criminal y otro no se ha desarrollado aún hasta la plena conciencia de su humanidad y de sus deberes humanos, el defecto no está en ellos y en su naturaleza, sino en el medio social donde nacieron y se han desarrollado."

MIJAIL BAKUNIN

Las grandes urbes han sido siempre el escenario donde se ha representado el trágico destino de todas y cada una de las culturas del pasado. Incluso en la actualidad, basta con echar una ojeada al fenómeno social conocido con el nombre de "cultura urbana" para apreciar en toda su profundidad los miserables instintos de los individuos que la integran. Repetidos hasta la saciedad, lemas como "marihuana libre" o "paz y amor" simbolizan la degradación espiritual y el plebeyismo demagógico que esgrimen los acólitos de los movimientos "antisistema", compuestos en su mayor parte por anarquistas y comunistas, y cuyas reivindicaciones podrían resumirse en la descarada repulsa a todo lo que sea autoridad y responsabilidad. Ni que decir tiene que en su particular vocabulario, el término "libertad" significa el más desenfrenado libertinaje.

Todas estas ideologías han nacido con el fin de agitar hasta convertir en auténtica fuerza de combate la envidia malsana que corroe a las capas abisales de la sociedad, envidia que detesta al "rico" no por haber amasado su fortuna de forma poco honrosa o injusta, sino por el simple hecho de serlo. En cambio, de los verdaderos explotadores de nuestro tiempo, los funcionarios, que ostentan sueldos y empleos que en la mayoría de los casos no deberían existir, no se hace el menor comentario. La razón de ello es evidente: para ser inventor, empresario u obrero competente hacen falta cualidades innatas que no suelen estar al alcance del común de los mortales; mientras que para ejercer el rentable y no muy disciplinado oficio de cargo público -al menos así se promete - tan sólo es necesario disponer de "voluntad de colaboración", constancia en los estudios , y sobre todo, participar en las elecciones que se convocan cada cuatro años, que con el tiempo y un poco de paciencia, seguro que algo caerá.

En lo que respecta al aspecto teórico, sería interesante constatar la interior afinidad entre el marxismo y el conductismo, ya que ambas filosofías niegan las desigualdades congénitas entre los individuos, desarrollando la insólita y subversiva tesis de que los seres humanos, al igual que otros animales, adquieren y vigorizan todas sus habilidades merced a la constante interacción con el ambiente en el que viven, corroborando una intuición que los ilustrados ya habían insinuado un siglo antes: que una educación perfecta no sólo puede pulir y mejorar al sujeto, sino transformarlo como si de una sustancia alquímica se tratara. Las hipótesis de Watson y el célebre Pavlov entusiasmaron a personalidades de la calaña de Bakunin, Lenin y Trotski. Este último, presa de un delirante presentimiento sobre un futuro idílico reforzado a través de una ejemplar educación intelectual y física, llegó a escribir lo siguiente:

"El hombre se hará incomparablemente más fuerte, más sabio y más complejo. Su cuerpo será más armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más melodiosa. Las formas de su existencia adquirirán una calidad dinámicamente dramática. El hombre normal se elevará a las alturas de un Aristóteles, de un Goethe o un Marx. Y por encima de estas alturas se levantarán nuevas cumbres."

Por último, no está de menos señalar la vertiente positivista del marxismo y sus variantes afines. Fervientes seguidores del cuantitativismo cientista, no dudaron en utilizar estos métodos para justificar el que será el argumento más exitoso de su doctrina: al ser el trabajo director del empresario (trabajo cualitativo) de un valor incalculable, éste no es mensurable ni divisible por horas, luego no existe. De ahí se colige la clásica conclusión que califica a la plusvalía que incrementa el precio del producto "elaborado íntegramente" por el obrero (trabajo cuantitativo) como de "robo". Sin embargo, como ha visto Spengler con magistral acierto:

"El fabricante y el propietario agrícola son el enemigo visible porque recibe el trabajo asalariado y paga el salario. Esto es insensato, pero eficaz. La estupidez de una teoría nunca fue un obstáculo para su eficacia. En el autor de un sistema lo que importa es el sentido crítico; en los adeptos siempre, todo lo contrario."

lunes, 9 de marzo de 2009

LA FUERZA DE LA HISTORIA


"Lo esencial es que defendamos nuestro ser. La vida del hombre se rige por la causa final. Su finalidad se encuentra en sus principios. Los pueblos señalan su porvenir en sus mismos orígenes, apenas se va plasmando en ellos la vocación de su destino."

RAMIRO DE MAEZTU



Aun no es demasiado tarde. Hoy más que nunca debe anidar en nuestras almas la convicción de que todavía un último esfuerzo es posible, de que una postrera reacción, rebosante de enérgico orgullo y heroica responsabilidad, puede y debe tener un sentido.
Mientras el mundo económico, forjado a través de la más obscena especulación materialista, sucumbe en medio de la descomposición interna de toda la sociedad, se hace indispensable comprender que lo que está en juego es infinitamente más importante que la mezquina cuestión sobre la "conservación del bienestar"; es la dignidad y el honor de una minoría que prefiere someter la vida a un infructuoso pero noble ejercicio de disciplinada abnegación antes que entregarse a la agonía sin retorno que propone el nihilismo contemporáneo.
La historia es implacable; el tiempo no concede treguas ni segundas oportunidades. Mas las posibilidades latentes que bajo la forma de fuerzas vitales yacen en las profundidades de la inconsciencia, y que emergen con fatal necesidad en el presente para afianzar el porvenir, casi nunca dependen del arbitrio de los individuos que le dan continuidad, sino a pesar de él.

Nadie es capaz de advertir en toda su dimensión la singular complejidad del mundo en el que forma parte, por lo mismo que resulta imposible para el hombre corriente adivinar la personalidad que animó épocas pretéritas que ya no podrán ser revividas. Tampoco nadie puede albergar la certeza de que sus elecciones encuentren la corriente histórica favorable que las guíen hasta la consumación del fin pretendido, pues la vida humana, como toda vida, es una incesante lucha entre poderes antagónicos que aspiran al predominio. Lo que llamamos Historia es la biografía de esta milenaria contienda, en la que el azar y la total ausencia de finalidad excluyen cualquier explicación teológica o racional. (Goethe: "la vida es garantía de la vida y tan sólo ella es su propio aval.")

Pese a todo ello, los hechos nos muestran que hemos alcanzado un límite histórico que nos obliga a introducir determinadas posibilidades en la esfera de la necesidad, posibilidades que, en conjunto, exigen la reaparición del instinto, de la sangre y de la fuerza como resortes de un acontecer que acaso ya esté gestándose.

Si es posible que una minoría de hombres de raza, cuya rectitud espiritual les haya permitido conservar, por pequeño que sea, un sustrato de vigorosidad moral y conciencia distinguida del deber; si durante estos infames tiempos han acometido la hazaña de no dejarse llevar, sino que han logrado anclar sus pies sobre el firme suelo de la tradición sin verse arrastrados por corriente ideológica alguna; sin han crecido con la fe y la esperanza de cambiar el mundo en lo posible sin quedar cegados por estériles idealismos, podrán reavivar las llamas del futuro, serán ellos el futuro.

Casi con total probabilidad, empero, sus sacrificios serán en vano y los inertes restos de la cultura Occidental no reverdecerán jamás. Pero la venerable honra de quienes desafiaron al destino en una batalla que tenían perdida de antemano, será recordado y juzgado por la Historia como un acto de grandiosa virilidad que infundirá admiración y respeto por sobre incontables generaciones.

jueves, 5 de marzo de 2009

LA ECONOMÍA COMO "CONCEPCIÓN DEL UNIVERSO"


"Esta separación entre las distintas clases (las de la época de Augusto) no era nueva: fue una herencia de los usos y costumbres, ya establecidas, del último período de la República. Los criterios distintivos eran de orden puramente material. Hasta un cierto punto se atendía, desde luego, al origen personal; pero lo principal era el acomodo material, una fortuna mayor o menor, un census definido."


MIJAIL ROSTOVTZEFF



Qué duda cabe que si hay un síntoma que revele con especial claridad la decrepitud moral y social de una cultura, ese es el que otorga una desmedida significación a la actividad económica, sobre todo cuando ésta alcanza unas proporciones que la elevan a la categoría de "concepción del universo".


Hasta entonces, la economía había sido relegada a una mera ciencia auxiliar, por completo subordinada a la voluntad directiva de los hombres de Estado. Sin embargo, tras el advenimiento de la burguesía al primer plano social (s.XVII), la situación cambió tan drásticamente que el tradicional perfil de los principales dirigentes de las potencias europeas, de una laureada experiencia militar y estadista, cedió el puesto a una nueva estirpe de políticos, quienes merced a sus amplios conocimientos económicos y financieros, no tardaron en utilizar el poder gubernamental para robustecer, de forma partidista y no menos demagógica, sus ambiciones privadas.


No es la primera vez, empero, que factores puramente económicos han decidido acciones conflictivas a lo largo de la Historia. Sin ir más lejos, baste mencionar que según han puesto de relieve diversos autores, parece razonable suponer la implicación de este tipo de intereses durante las célebres guerras Púnicas (s.III a.C.), donde las potencias de Roma y Cartago se disputaron la hegemonía comercial sobre el mar Mediterráneo. Tales hechos se corresponderían, en la cultura Occidental, con la Primera y Segunda guerras mundiales, conflictos bélicos que más allá de una pueril retórica, esconden subterráneos intereses de un marcado cariz económico.


Todos estos argumentos nos confirman hasta qué punto es el poder del Dinero quien en determinadas épocas dirige al resto de formas vitales de la cultura, desde las más arriesgadas decisiones diplomáticas hasta el criterio que fija la división de las diferentes clases sociales.


En efecto: antes de la irrupción del liberalismo burgués, el término "clase social" designaba una esencia, una cualidad espiritual que, heredada por lo general de los antepasados, impregnaba hasta los detalles más inadvertidos de la existencia. En cambio, desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días se ha consolidado la creencia de que "clase social" no es más que una situación económica, expresión que ya deja translucir el carácter transitorio de ésta. Las diferencias entre ambas concepciones saltan a la vista: la primera resalta la cualidad, centrándose en qué consistía la propiedad y cómo había sido adquirida; la segunda, no obstante, tan sólo se preocupa por cuánto se tiene, delatando la perspectiva cuantitativista que hoy sigue encubriendo, también en el plano social, el nihilismo en el que está sumida la sociedad Occidental.


Pero aún más significativa es la circunstancia de que cuando se habla de "crisis mundial" o de "época crítica", casi nunca se plantea remontar el origen de estas situaciones a una correspondiente crisis de las formas vitales (culturales o morales), sino que se da por sentado que todo se debe al producto material de la economía. Esta es la opinión de Spengler:


"Es evidente que las formas económicas son cultura en el mismo grado que los Estados, las religiones, los pensamientos y las artes. Pero a lo que se apunta no es a las formas de la vida económica (...), sino al producto material de la actividad económica, el cual se equipara hoy, sin más ni más, al sentido de la cultura y de la Historia, y cuya disminución se considera, de un modo plenamente materialista y mecanicista, como "causa" y contenido de la catástrofe mundial".