viernes, 17 de abril de 2009

SOBRE EL TOTALITARISMO DEMOCRÁTICO


"La razón es, por naturaleza, igual en todos los hombres"


DESCARTES





La democracia es, actualmente, el sistema político que cuenta con mayor prestigio entre las masas de Occidente. Sus partidarios aseguran que, merced a los ideales democráticos, la sociedad posee en sus manos la libertad y responsabilidad necesarias para determinarse a si misma. Pero esta afirmación descansa en un supuesto cuanto menos equívoco: el de relacionar directamente la democracia con el sistema del sufragio universal; eso sí, siempre y cuando se respeten las reglas del juego y los electores se sientan amparados bajo la adscripción voluntaria de una constitución que garantice la igualdad en derechos de todos y cada uno de los ciudadanos. Así pues, la "igualdad de todos los hombres" y el "sufragio universal" constituyen los dos aspectos más esenciales de la moderna concepción de la democracia.


Pero es precisamente el término de "igualdad" el que sigue prestándose a una ambigüedad que ha suscitado en la Historia las más variopintas interpretaciones. Por que si por igualdad cabe entender homogeneidad, no existe la menor duda de que regímenes tan totalitarios como el comunismo y el nazismo han contribuido activamente a la supresión de cualquier diversidad, en el fanático intento de instaurar una "humanidad perfecta" donde la personalidad cualitativa del individuo quedase reducida a su mínima expresión.


En efecto, comunismo y nazismo tan sólo discrepaban en el "modelo humano" elegido como objeto de su radical transformación: el primero, en el "modelo proletario", con independencia de su procedencia étnica o nacionalidad; el segundo, en el "modelo ario", sin atender a su posición social o económica. En ambos casos, el ideal humano servía como prototipo de una "sociedad nueva", perfectamente compacta y homogénea, en la que la progresiva dominación del hombre y su entorno se correspondía con una especie de "plan mesiánico" consagrado por la Historia.


Después de enterrar deliberadamente todo la herencia cultural y religiosa acumulada en siglos pasados, comunismo y nazismo emprendían por separado el mismo cometido que sus predecesores, ya que en el fondo lo único que modificaban era el carácter profano del mismo: en vez de la comunión absoluta del hombre con Dios en el reino celeste, la comunión totalitaria del hombre con el super-hombre en el reino terrestre.

Paradójicamente, esta lectura "totalitaria" del ideal de igualdad no es exclusiva del totalitarismo.
Antes que éste, surge por vez primera en el marco de la Revolución Francesa, acontecimiento capital que ha sido señalado por numerosos historiadores como el primer impulso de una Humanidad plenamente dispuesta a la emancipación. En este contexto, el perfeccionamiento del hombre dejó de ser patrimonio exclusivo de la divinidad para convertirse en tarea propia del individuo, encargado de darle cumplimiento mediante la acción histórica.

Enarbolando las banderas de la igualdad y del progreso, los jacobinos impusieron el Terror como principio político. El comentario que hace al respecto Alain de Benoist merece toda nuestra atención: "El primer intento de genocidio de la historia moderna tuvo como marco la región de Véende: 180.000 hombres, mujeres y niños matados por el mero hecho de haber nacido". Acto seguido, el célebre ensayista cita las declaraciones que, ante tales atrocidades, realizó el líder revolucionario Couthon: "Se trata menos de castigarlos que de aniquilarlos".

Por otro lado, es sabido que gran parte de la ideología revolucionaria tiene su origen en el humanismo difundido por la Ilustración, sucesor por su parte del "Gran Racionalismo", cuyo inicio podemos situar en René Descartes. Esta circunstancia nos induce a sospechar que la conclusión a la que llegó el mítico filósofo francés (y que encabeza este mismo artículo), no sólo fundamentó en buena medida la concepción moderna de la actual democracia -al suprimir las variaciones cualitativas tradicionales entre los individuos y suplantarlas por otras más cuantitativas y "racionales"-, sino que también supuso el arranque de una mentalidad subversiva que no alcanzaría su culminación hasta el siglo XX con tres variantes de totalitarismo: el comunismo, el nacional-socialismo y la democracia de masas.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, no resulta tan descabellado medir a la "democracia liberal" con el mismo rasero que dos sistemas que, juntos, han causado la muerte a más de 120 millones de personas. Todo pasa por redefinir con mayor precisión el verdadero sentido del totalitarismo, no tanto por los medios que emplea como por los fines que persigue. Qué mejor forma de concluir este artículo que con las brillantes apreciaciones de Alain de Benoist:
"Los regímenes totalitarios no han sido necesariamente dirigidos por hombres que amaban causar el mal y matar por placer, sino por hombres que pensaban que tal era el medio más sencillo para conseguir sus fines. Si hubieran tenido a su disposición otros medios menos extremos, nada nos asegura que no hubiesen escogido recurrir a ellos. Tomado en su esencia, el totalitarismo no implica automáticamente recurrir a tal medio en lugar de a tal otro. Nada excluye que mediante medios indoloros no se puedan conseguir los mismos fines.La caída de los sistemas totalitarios del siglo XX no aleja el espectro del totalitarismo".

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