jueves, 29 de enero de 2009

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE


"El régimen democrático, con su opresión sistemática y creciente, nos ha enraizado ya en el alma el sentimiento de la opresión, hasta el punto de que va convirtiéndose en un temor enorme, en el que todo nos parece inconveniente y subversivo; así nos aplana, nos embrutece, nos disminuye, y de aquí la degradación, el rebajamiento de los caracteres, la decadencia progresiva, la mediocridad en todo, la lenta degradación de todos los valores culturales.. .”


VICENTE RISCO




Hace ya más de 90 años desde que Oswald Spengler publicara la que a la postre sería su más importante obra, y es, por tanto, de vital importancia que ahora, en estos tiempos de brumosa incertidumbre, lancemos una mirada retrospectiva que ha de extenderse sobre casi un siglo de hechos singulares y acontecimientos decisivos. Cierto es que Occidente sigue hoy dominando el concierto político y económico del resto del planeta, pero esta valoración posee unas intrínsecas connotaciones harto engañosas; sobre todo, si tenemos en cuenta que muchas civilizaciones del pasado iniciaron su etapa hegemónica de conquistas y expansiones imperialistas justamente como reacción al decaimiento vital que asoló a los pueblos y naciones que la sustentaban.


Para quienes, desde una enfoque tradicionalista, hemos observado con atención el devenir de las sociedades occidentales en las últimas décadas, resulta incuestionable la de cada vez más acentuada pérdida de costumbres, gustos y valores que hasta hace relativamente poco tiempo parecían constituir las bases más elementales de toda civilización.


Las señales son evidentes: desde una concepción económica que, enlazando con el utilitarismo del siglo XIX, se ha consolidado bajo el llamado "capitalismo" de orden puramente especulativo en pleno siglo XX, hasta una visión hedonista y poco menos que materialista sobre las dos actividades más dependientes de la salud espiritual humana: la sexualidad y el trabajo.


Aun más desalentadora es la circunstancia de que, lejos de estabilizarse, estas tendencias han sido últimamente objeto de una desenfrenada propaganda por parte de quienes han sabido explotar para sí los innumerables vicios y perversiones de una sociedad que, como hemos reiterado en diversas ocasiones, parece herida de muerte; así pues, tales enfermedades, que encuentran en los medios de difusión (y consecuentemente en la opinión pública) un ambiente idóneo para campar a sus anchas, se extienden como un cáncer sin respetar ideologías ni estratos sociales.


Por todo ello, he creído conveniente publicar un video en el conocido portal Youtube en el que expongo sin ambages mi postura sobre una situación actual que, a mi entender, habla por sí sola. Digan lo que digan la mayoría de los intelectuales, nadie podrá acallar la voz de quienes hemos asimilado en toda su profundidad el mensaje que Spengler se atrevió a lanzar a las futuras generaciones, un mensaje cuyas precogniciones empiezan ya a materializarse con sobrecogedora sincronicidad.

lunes, 19 de enero de 2009

SOBRE EL RELATIVISMO CULTURAL


"Antes del fin del siglo XVIII el hombre no existía"


MICHEL FOUCAULT




Pese a ejercer como docente en materias tan dispares como Historia, matemáticas, física o química, sorprende al profundizar en la filosofía de Spengler averiguar que se decantase por un relativismo cultural que aun hoy sigue generando una fuerte polémica entre filósofos y científicos, pero que pese a ello ha aportado una fecunda fuente de inspiración metodológica en los campos de la antropología, la sociología y, sobre todo, la epistemología.

Básicamente, Spengler sostuvo que cada cultura -y en este sentido Occidente no representa ninguna excepción- posee su particular forma de concebir e interpretar la religión, el arte, la moral, la ciencia e incluso las matemáticas, y que la precisa índole en la que se manifiestan y diferencian cada una de estas concepciones aparece determinada por un incomunicable sentimiento del tiempo y del espacio, el cual es, precisamente, el que da razón de ser al vocablo "cultura".

Contrariamente a la ya clásica suposición de Kant, para quien las intuiciones apriorísticas temporales y espaciales son las mismas en todos los individuos, elevándolas a la categoría de universales, Spengler trató de demostrar que, si en verdad existen tantos sentimientos espacio-temporales como culturas, esta circunstancia debía condicionar su perspectiva a la hora de desarrollar una física, ciencia o matemática propias. Estudiadas fisiognómicamente, la singularidad de estas creaciones podrían ofrecernos la clave para ahondar en el mundo simbólico del creador, revelándonos así el "alma" del mismo, esto es, su "cultura".

Centrándose en el problema de las matemáticas, Spengler expuso su revolucionaria tesis de que no puede hablarse de una matemática universal, y mucho menos de que existan matemáticas superiores a otras. Cada cultura ha elaborado su especial sentimiento del número, el cual fue gestado por la intuición espacial correspondiente. Así, por ejemplo, la conocida geometría de Euclides, que se constituyó merced a la matemática específicamente antigua, guarda una estrecha analogía con la arquitectura, la escultura, la concepción del Estado e incluso con la religión antiguas. Todas ellas poseen una común afinidad simbólica que resalta la predilección espacio-temporal de la Antigüedad por lo cercano, visible, absolutamente limitado e indivisible. En otras palabras, la geometría antigua es euclidiana porque toda el "alma" antigua también lo es.

En cambio, la matemática genuinamente Occidental (ya intuida por Descartes y en pleno desarrollo a partir de Leibniz y Euler), fundamentada en el número concebido como función y el cálculo infinitesimal, evidencia la disposición espiritual de nuestra cultura, inconscientemente orientada hacia el sentimiento de espacialidad infinita. Esto se corresponde a la perfección con la percepción del Dios judeocristiano (en contraposición a la total visibilidad y finitud "euclidiana" propia de las deidades del Olimpo), así como con la arquitectura gótica y su peculiar esfuerzo "ascendente" que parece anular la presencia de "techo".

Desde el punto de vista del sujeto, esta teoría adquiere dramáticas implicaciones, ya que contradice la visión tradicional que, desde al menos el siglo XVIII, aseguraba que la conciencia del individuo garantizaba su propia libertad y autonomía críticas. Si, por el contrario, el sujeto no es libre de objetivizar un hecho empírico o una representación abstracta, sino que su pensamiento es dirigido por diversos factores inconscientes que condicionan su particular objetividad, entonces deberíamos replantearnos la teórica faceta transcultural que se desprende a priori de los conceptos "hombre" y "ciencia".

Esta inquietante cuestión ha sido objeto de debate por diversos autores que a día de hoy ocupan un lugar preeminente en la ciencia de la epistemología , con Michel Foucault y Thomas Khun como principales exponentes. En efecto, ambos expertos cuestionan que el saber se desarrolle de forma coherente y progresiva, sino que, al menos en lo que concierne al conocimiento Occidental, las diversas hipótesis científicas y prácticas discursivas que se han sucedido a lo largo de la Historia están cimentadas sobre paradigmas o estructuras epistémicas que, tras entrar en crisis a causa de acontecimientos primordialmente históricos, son reemplazados por otros completamente diferentes. De este modo se pretende relativizar la presunta ausencia de dogmas que ha caracterizado la imagen científica de nuestros días, recuperando la actitud escéptica ante un mundo que hoy parece vacilar frente a las expectativas suscitadas en décadas anteriores.

lunes, 29 de diciembre de 2008

CAMINANDO HACIA EL CESARISMO


"Nihil Adeo Ardvvm Est Qvod Virtvte Conseqvi Non Possit"
("Nada es tan difícil que no se pueda conseguir con coraje")

JULIO CÉSAR




Es rasgo característico de la Antigüedad que el poder militar estuviese indisolublemente unido al poder económico. Sobre ambos ejes giraba la política de la República romana desde al menos el siglo IVa. C. Las campañas bélicas se convirtieron bien pronto en la principal fuente de ingresos para las arcas del Estado, de modo que los pueblos extranjeros se vieron en la obligación de pagar con tributos y esclavos su sometimiento a la civilización más eficiente que jamás conoció el Mediterráneo.

Durante centurias enteras, fue sinónimo de honra y distinción social valores tan preciados como el espíritu guerrero, el valor y arrojo en la batalla, así como la capacidad de mando y obediencia en los momentos decisivos de la campaña. Tales eran las virtudes que el pueblo romano exigía de aquellos ciudadanos que poseían tierras, y cuyo orgullo y lealtad a Roma garantizaban la hegemonía de su estirpe.

Sin embargo, esta situación fue declinando y diversos cronistas relataron de primera mano cómo el espíritu heroico se relajó hasta alcanzar extremos vergonzosos, no quedando otra solución que la de reclutar en las levas de soldados a simples aliados, mercenarios y gentes de la más variada procedencia. Esta circunstancia, que marcó un antes y un después en la Historia romana, quedó reflejada desde la llegada al consulado del general Mario (107 a. C.).

La situación de la República, muy debilitada tras la reforma agraria de los Gracos, provocó una fuerte reacción senatorial que evidenció la falta de unidad y la susceptibilidad de corrupción por parte de sus dirigentes. Este caos interno fue aprovechado por Yugurta, sobrino del rey Micipsa, para usurpar el protectorado de Numidia y sobornar a la comisión senatorial bajo la promesa de apoyar sus aspiraciones personales.

La derrota de las tropas romanas a manos del propio Yugurta obligó a la asamblea popular a ascender a Mario, quien se enfrentó ante la negativa del Senado a proporcionarle ejército alguno. Este acontecimiento sin precedentes forzó al nuevo cónsul a realizar una profunda reforma militar que con el tiempo significó la profesionalización de un Ejército que, adicto a sus generales, tan sólo se movilizaba en interés de tierras y dinero.

Una vez sofocado el conflicto en Numidia, Mario tuvo que hacer frente a las invasiones que diversas tribus germánicas efectuaron en la Galia y en territorios septentrionales de Italia. Sus victoriosas campañas le valieron la reelección al consulado en reiteradas ocasiones, y no dudó en utilizar la creciente popularidad de sus hazañas para atraerse al poder financiero y a la plebe mediante recursos abiertamente demagógicos.

Hacia el año 100 a. C., la situación empeoró de tal forma que Roma cayó en un ciclo de contiendas civiles originado por las ambiciones privadas de caudillos como Sila (88 a. C.), quien venció a la resistencia democrática en Porta Collina y estableció la dictadura con el fin de reorganizar el Estado y restaurar a la clase senatorial al primer plano político-administrativo.

No mucho después, cónsules de la talla de Pompeyo, Craso o el mismo César confirmaron la tendencia de un Ejército sumido en la anarquía, dividido e instrumentalizado por las promesas de sus respectivos generales. Como es sabido, este desequilibrio militar e institucional culminó en la dictadura de César, que señaló el fin de la República y el definitivo y permanente ascenso del Imperium, con el cual se le otorgaba plenos poderes y total libertad de acción al máximo mandatario.

A juicio de Spengler, "El imperio significa, en toda cultura, el término de la política del espíritu y del dinero". ¿Cuál es la implicación de semejante afirmación para nuestra propia cultura?.

En Occidente, el poder político está fuertemente adherido al poder económico; la máquina ha suplantado a la espada como método para conseguir riqueza. No obstante, contemplamos con cínica resignación a las razas de color inundar y colapsar nuestras calles y ciudades con la seguridad de encontrar un empleo con pasmosa facilidad. En cambio, los hijos de las naciones occidentales se desentienden cada vez más de los oficios realmente productivos, y deciden abrirse camino en el lucrativo negocio de los cargos públicos, cuando no se abandonan a la más esperpéntica holgazanería. ¿Se está produciendo el mismo fenómeno que, análogamente, supuso la caída del régimen democrático en Roma? ¿Es la actual crisis que se vive en todo Occidente el preludio de una época caracterizada por la violencia y el dominio del más fuerte?

"Aquel cuya espada logre la victoria será señor del mundo. Ahí están los dados. ¿Quién se atreve a echarlos?" Así concluyó Spengler su obra Años Decisivos, vaticinando las inquietantes perspectivas que hoy se ciernen sobre nuestra civilización.




lunes, 15 de diciembre de 2008

NIETZSCHE Y EL IRRACIONALISMO


"Soy lo bastante fuerte como para dividir la historia de la humanidad en dos".


FRIEDRICH NIETZSCHE




Sería del todo imposible interiorizar las teorías spenglerianas sin tener alguna noción del irracionalismo profesado por el alemán.

Es indudable que Spengler fue ampliamente influenciado por el pensamiento del genio irracionalista Friedrich Nietzsche. En su obra El origen de la tragedia en Grecia, Nietzsche advirtió que la esencia de la espiritualidad griega se debatió en la dicotomía existente entre dos principios contradictorios. El primero es el elemento apolíneo, sustentado por el ensalzamiento de la individualidad que aprobó la aristocracia. El culto de Apolo resalta el lado "luminoso" del hombre: la racionalidad que demuestra la armonía del orden cósmico. El segundo es el elemento dionisiaco, que reconoce y acepta el lado "oscuro" del mismo: los irracionales instintos que, brotando de las insondables profundidades del alma, le incitan a fundirse con la naturaleza y con el colectivo del que forma parte.

El espíritu apolíneo, representado en las formas artísticas de la arquitectura y la escultura, reflejaba el orden y la disciplina que caracterizaban las virtudes de la nobleza. En cambio, Dioniso significaba la abolición de las convenciones establecidas, de ahí su permanente embriaguez y demencia; el arte dionisiaco por excelencia se asignó a la música.

De hecho, las orgiásticas fiestas consagradas a Dionisos fueron moderándose hasta derivar en una representación simbólica y mímica que terminó sintetizándose en la tragedia griega. Antes de la aparición de los grandes trágicos (Esquilo, Sófocles y Eurípides), el mundo prehomérico estuvo dominado por los ideales heroicos y caballerescos de la kalokagathia, en los que primaba la lucha por la vida, el arrojo en la batalla y las ansias de poder y botín. La popularidad de estas virtudes alcanzó su punto álgido en los escritos épicos de Hesíodo y Homero. Sin embargo, con la llegada de los primeros trágicos, esta ética ancestral empezó a ser objeto de críticas en las que se asimilaba el dolor, el sufrimiento y la muerte como partes integrantes de la existencia. Para ellos, el crecimiento espiritual y el devenir estaban estrechamente ligados al padecimiento y la desdicha.

Con todo, apenas cien años después la tragedia sucumbió ante las pretensiones apolíneas de los filósofos socráticos, que expulsaron el elemento dionisiaco con el fin de consolidar la racionalidad e inteligibilidad de la vida. Este acontecimiento se plasmó en el teatro puramente apolíneo de Eurípides.

Para Nietzsche, la metafísica platónica es fruto de la insana hostilidad de Sócrates hacia la vertiente irracional constitutiva del hombre y la realidad, por lo que cualquier explicación filosófica, religiosa o incluso científica sobre la vida no es más que una forma de nihilismo, una debilidad psicológica que aparece en las épocas decadentes y que rechaza la acción plena, resuelta e instintiva en el mundo de los hechos.

Más allá del bien y del mal fue posiblemente la obra más escandalosa de Nietzsche. Tras disertar sobre la genealogía de la moral, en este ensayo el filósofo alemán acometió la titánica empresa de mostrar al público occidental que la ética cristiana heredó algunos de sus valores del humanismo socrático.

Nietzsche explicó que tras la caída de la clase nobiliaria en la antigua Grecia, los arcaicos valores aristocráticos fueron sustituidos por una moral de esclavos, una moral en la que, en palabras del propio filósofo, se "exaltan la compasión, la mano generosa y dispuesta a ayudar, la humildad, la cordialidad, ya que en este caso son las características más útiles y casi el único remedio para soportar la opresión de la existencia". El cristianismo habría adoptado un amplio porcentaje de esos hábitos, dando vía libre a las masas para conformar una perniciosa y resentida sociedad igualitaria, hostil a cualquier ostentación de innata superioridad.

Contrariamente a esta hipótesis, Spengler sostuvo que la "moral de la compasión", al menos en lo que respecta a Occidente, jamás pudo llevarse a cabo en la práctica, pues entra en conflicto con la "voluntad de poder" típica del alma fáustica.

En lo concerniente al racionalismo, Spengler se mostró muy próximo a la perspectiva propia de los pensadores románticos, quienes desconfiaron del método lógico-deductivo y científico. Según su convicción, semejante procedimiento tiende a esquematizar y reducir cada símbolo viviente en una representación mental, la cual es en esencia intelectualizada e inorgánica (concepto). El filósofo tudesco insistió en que todo saber crítico presupone la fe dogmática en que, si se logra aplicar el método correcto, pueden desentrañarse los secretos más recónditos de la realidad. "Pero la historia demuestra que la duda de la fe conduce al saber, y la duda del saber -tras un tiempo de optimismo crítico- otra vez a la fe. Cuanto más se emancipa el saber teórico de la aceptación creyente, tanto más se acerca a su propia anulación. Lo único que queda es la experiencia técnica."

martes, 9 de diciembre de 2008

VICO, PADRE DEL HISTORICISMO


"El orden de las cosas humanas fue el siguiente: primero fueron las selvas, luego las chozas, después las aldeas, a continuación las ciudades y al final las academias. Los hombres primero sienten lo necesario, luego se preocupan por lo útil, después advierten lo cómodo, más adelante se deleitan en el placer, a continuación se entregan a la suntuosidad y finalmente enloquecen por adueñarse de las substancias. La naturaleza de los pueblos primero es cruel, luego rigurosa, después benigna, más tarde delicada y por fin disoluta."


GIAMBATTISTA VICO



Spengler jamás lo reconoció, pero el pensador que más influyó en su filosofía ciclicista -incluso más que Nietzsche o Goethe- fue el filósofo napolitano Giambattista Vico.


Fue en 1.725 cuando Vico terminó su obra más conocida, la Scienza Nuova. Pese a que en un principio su publicación cosechó una gran controversia, diversos autores contemporáneos han resaltado que los planteamientos propuestos en este libro anticipan muchos de los aspectos esenciales del moderno historicismo.


Ye en 1.725 Vico se hizo célebre por ser uno de los pocos intelectuales que se atrevió a criticar con dureza e ingenio la doctrina que por entonces revolucionó todas las ramas del conocimiento: el cartesianismo. En el escrito titulado De nostri temporis studiorum ratione, Vico alertó de los peligros que suponían la aplicación del método cartesiano en ramas tan dispares como la pedagogía, la física o la medicina. Además, el filósofo italiano desarrolló con admirable elocuencia los motivos por los que este racionalismo condenaba a las venerables ciencias morales al peor de los ostracismos.


Fiel a su creencia de que sólo el artífice de una obra puede conocer los entresijos de ésta, Vico comprendió que el método concebido por Descartes, fundamentado principalmente en la geometría y las matemáticas, inducía a creer que la estructura de la realidad objetiva -y de las leyes físicas que la sustentaban- estaban escritas en lenguaje matemático (Galileo). Sin embargo, esta hipótesis descansa sobre una creencia profundamente dogmática: suponer que el mundo numérico y geométrico proviene de la física natural, y no del pensamiento específicamente humano. Vico rebatió esta teoría argumentando la falta de un conocimiento empírico que demostrase la validez de este supuesto: "si nos fuese posible ofrecer demostraciones de las proposiciones de la física -escribió-, esto significaría que también seríamos igualmente capaces de crearla ex nihilo." Con ello el filósofo quiso probar que el hombre es constitutivamente incapaz de asimilar intelectualmente las leyes naturales sin descomponerlas en fórmulas matemáticas y conceptos abstractos, lo que obliga a modificar y distorsionar su genuina esencia.


En armonía con su particular punto de vista, Vico concluyó que la única ciencia que está en condiciones de ser comprendida por el hombre en su totalidad es la Historia, puesto que aquél es su único autor.


Pero es en la Ciencia Nueva donde Vico desplegó una visión del hombre y de la Historia sospechosamente similar a la que recurriría Spengler dos siglos después.

Tras difamar la historiografía de su tiempo, el napolitano resaltó la necesidad de estudiar por separado y desde una perspectiva crítica la trayectoria vital de las diferentes culturas, confeccionando una división morfológica de cada una de ellas en tres edades: 1) "edad de los dioses", época marcada por la tiranía de los sentidos y la ausencia de capacidad reflexiva; 2) "edad de los héroes", etapa en la que empieza a despuntar la razón, pero que aún es gobernada por la religión y la fantasía. La literatura es en este período poética de carácter épico, y el sistema social predominante es el feudal; 3) "la edad de los hombres", último estado en el que la razón termina imponiéndose, y junto a ella, el derecho natural y la democracia.

Estudiando la filología, el derecho y la mitología de las diferentes civilizaciones,Vico creyó advertir que todas ellas intentaban cumplir una especie de "proyecto ideal" que bautizó con el nombre de "Providencia". Esta concepción es extrañamente pareja a la que refirió Spengler al hablarnos de "la idea del sino". En efecto, la Providencia de Vico posee la cualidad de estar presente en el devenir del hombre, pero sin pertenecer al hombre. Al contrario, la Providencia limita y de algún modo determina las posibilidades del mundo en el que se desenvuelve cada individuo; es una realidad que procede más del ambiente colectivo al que pertenece el sujeto que de la propia voluntad y conciencia del mismo. No obstante, la diferencia más notable entre Vico y Spengler reside en que la Providencia del primero es eterna y universal (aunque en el caso concreto de cada cultura se la dote de un contenido particular), mientras que para el segundo el sino posee una propiedad inherentemente singular e indisociable con lo estrictamente orgánico y vital. Esta discrepancia es la causa de que para Vico la historia de las naciones sea susceptible de ser reconducida, en claro contraste con fatalismo spengleriano que reduce la Historia a un insalvable determinismo cíclico.

Pese a todo, ambos autores coincidieron en diagnosticar cuáles son las condiciones en las que puede afirmarse que una cultura ha iniciado el declive. Como resumen Giovanni Reale y Dario Antiseri, Vico intuyó que el retorno histórico se produce cuando "la razón domina hasta caer en la abstracción, en la sofisticación y por lo tanto en una progresiva infecundidad del saber... La pérdida de una relación simbiótica con nuestro pasado o con los estadios precedentes, deseca las fuentes de la vida y el pensamiento... La pérdida de la memoria del pasado hace que surja un hombre carente de raíces y savia vital. Al creerse artífice arbitrario de su propia historia, el hombre rompe con los ideales... reduciéndolos a meros pretextos."

lunes, 1 de diciembre de 2008

HOBBES, PRECURSOR DEL COLECTIVISMO


"¿Cuál es el motivo... de que los escritos de los geómetras sean científicos, mientras que los escritos éticos se limitan a ser -por así decirlo- verbalistas, si no es éste: los primeros fueron elaborados por hombres que sabían, mientras que los segundos fueron elaborados por hombres que ignoraban la materia tratada y únicamente se proponían poner de relieve su elocuencia y su ingenio?"


THOMAS HOBBES




El filósofo inglés Thomas Hobbes es considerado como uno de los principales discípulos del cartesianismo, aunque también podríamos encuadrarlo dentro de los precursores del pensamiento ilustrado.


Hobbes destacó por su posición intelectual, impregnada de racionalismo y mecanicismo. Su temprana aversión hacia la metafísica, junto con sus amplios conocimientos de física y geometría le impulsaron a desarrollar una filosofía que anticipó, sin duda, los postulados que pronto defenderán empiristas y materialistas.


Para Hobbes cualquier movimiento que acontece en el espacio es producto de la necesidad causal, rechazando de este modo la teoría cartesiana del "libre albedrío". De ahí se infiere que el hombre no tiene libertad para actuar bien o mal, dado que, según Hobbes, los valores morales dependen de la apreciación subjetiva de cada individuo, la cual determina su comportamiento.

Debido a esta negación de la moral objetiva, Hobbes se propuso crear un sistema en el que toda la vida humana estuviese regida no por los sentimientos o "pasiones" (que para los discípulos cartesianos eran una auténtica patología), sino por la "luz" de la razón, cuya ventaja estriba en que es capaz de "iluminar" a todos los hombres por igual.


En 1651, Hobbes publicó su obra más conocida, el Leviatán. En este libro el filósofo inglés expuso su Teoría del Estado Absolutista. Según su autor, el Estado ideal es aquel que sólo admite único valor absoluto: el de conservar la vida y evitar la muerte. Todas las demás suposiciones sobre la justicia o la injusticia nada tienen que ver con la naturaleza, sino con meros convencionalismos impuestos por la mayoría de los hombres. Por tanto, era necesario establecer una nueva "ciencia política" que se fundamentase sobre dos principios antagónicos: el egoísmo y el convencionalismo.


De hecho, Hobbes no dudó en aplicar el método geométrico a sus preceptos de ética social, concluyendo que las verdaderas "leyes naturales" debían surgir de la racionalización de los diferentes egoísmos individuales, asunto que retomaría Rosseau un siglo después en el Contrato social.


En total, se preescriben en el Leviatán hasta diecinueve leyes, muchas de las cuales dejan translucir los principios colectivistas que dominarán buena parte del siglo XX. Por ejemplo, la segunda de estas reglas exige que el individuo renuncie a su hipotético derecho de llegar a poseer todas las cosas, "y que se contente con poseer tanta libertad en contra de los demás hombres, como la que él les concedería a los otros hombres en contra de él". La quinta ley preescribe que cada hombre tiene la obligación de adaptarse a las exigencias de los demás, de suerte que tienda hacia la sociabilidad y reniegue de su opuesto: el egoísmo. Pero de entre todas ellas, quizá la más esclarecedora sea la novena: todos los hombres han de reconocer a sus semejantes como iguales por naturaleza, aniquilando cualquier relación cualitativa entre los individuos. Hobbes advierte que la infracción contra esta norma conduce al peor de los egoísmos: el orgullo.


Sin embargo, tales reglas sólo podían aplicarse siempre y cuando existiese también un poder supremo que garantizase su cumplimiento. Este poder recaía en el en el soberano o Estado, el cual no era sino el depositario de la suma de todos los pactos que los ciudadanos debían realizar entre sí. Como explica Hobbes, el poder del Estado era tan absoluto que el terror a contravenir su voluntad aplacaba cualquier intento de rebeldía egoísta:



"En efecto, mediante la autoridad que cada individuo ha concedido al Estado, es tan grande la fuerza y la potencia que le han sido conferidas y cuyo uso posee, que el terror que provocan es suficiente para conducir las voluntades de todos hacia la paz interior y hacia la ayuda recíproca en contra de los enemigos externos. En esto consiste la esencia del Estado... que es una persona de cuyos actos cada miembro de una gran multitud -mediante pactos recíprocos, cada uno en relación con el otro y viceversa- se ha reconocido como autor, para que pueda utilizar la fuerza y los medios de todos en la forma que considere beneficioso para la paz y para la defensa común".



Como hacen notar Giovanni Reale y Darío Antiseri en Historia del pensamiento filosófico y científico, la filosofía de Hobbes posee una "sorprendente analogía con respecto al esquema de las filosofías helenísticas, que hacían preceder... la física y la ética de una lógica (puesto que) coloca también una lógica antes del tratamiento de los cuerpos". Este corporeísmo ontológico, que según ambos autores posee unas características que "niegan la dimensión espiritual y, por tanto, la libertad y los valores morales objetivos y absolutos", ha sido puesto de relieve por diversos expertos como la consecuencia necesaria de la introducción de la geometría euclidiana y la física cuantitativa de Galileo en la ciencia política.

lunes, 17 de noviembre de 2008

RACIONALISMO Y VITALISMO


"La naturaleza no tiene sistema; tiene vida, es vida y fluye de un centro desconocido hacia un límite incognoscible."
.
GOETHE


Si ha habido una personalidad que logró influir de forma decisiva en la historia del pensamiento moderno, esa fue la del filósofo francés René Descartes. El conocido método cartesiano constituyó el hito más fecundo para el posterior desarrollo del movimiento científico, filosófico y literario del Siglo de las Luces (Ilustración), el cual aportó, a su vez, la piedra angular a los positivistas y cientistas que surgieron en centroeuropa a finales del sigloXIX y principios del XX.

El deduccionismo cartesiano fundamentó su legitimidad en la necesidad de aplicar un método lógico y racional al saber humano. De hecho, Descartes no hizo sino extrapolar sus conocimientos matemáticos y geométricos a la esfera de la vida y de la experiencia sensible, lo que le indujo a la consideración de teorías tan absurdas como la del dualismo mente-cuerpo (res cogitans-res extensa), así como su tesis sobre los "animales-máquinas".

El problema del racionalismo cartesiano reside en el intento de asimilar el mundo inorgánico, mecánico y matemático de la res extensa al mundo de la Naturaleza orgánica del que proceden tanto el cuerpo humano como los animales y vegetales, cuestión que fue criticada tanto por empiristas (Hume) como por positivistas (Mach), aduciendo la excesiva abstracción que el método deductivo imponía en detrimento de la percepción.

Sin embargo, esta polémica no evitó que dicho racionalismo desenbocase en el cuantitativismo de Newton, que más tarde inauguraría el camino para las ciencias físicas de la mano del Círculo de Viena y sus directos sucesores.

Frente a este mecanicismo que desvitalizaba las cualidades intrínsecas de la Naturaleza, se alzaron las voces de artistas e intelectuales durante los años inmediatamente anteriores a la ocupación napoleónica en Alemania. Entre ellos, dos de los más ilustres fueron el poeta Goethe y el filósofo Schelling.

En 1810, Goethe criticaba el newtonianismo en un cuaderno titulado Contribuciones a la Óptica.
En este pequeño librito, pueden leerse frases tan audaces como la siguiente:"Para el hombre atento, la Naturaleza no está ni muerta ni muda en parte alguna". En otros escritos, el genial poeta insistió en que "en conjunto, las ciencias se alejan siempre de la vida, y sólo vuelven a ella después, dando un rodeo", profética frase que debió inspirar a Spengler en su concepción sobre el cíclico final del conocimiento.

Por su parte, Schelling, alumno aventajado de Fichte, elaboró un sistema metafísico en el que entremezclaba el idealismo filosófico junto con convicciones de índole personal, dando origen a lo que se conocería con el nombre de "Naturphilosophie" o "filosofía naturalista".

Según Schelling y Goethe, materia y espíritu convergían en un único principio macrocósmico, cuya esencia creyeron intuir en el "Absoluto Universal", idea inmanentista que luego tomaría de prestado Hegel para sintetizar su célebre "dialéctica".

Goethe propuso que los fenómenos naturales que pueden ser percibidos por los sentidos ayudaban a captar la expresividad de la Naturaleza, aunque ella misma no era el Creador, sino "el ropaje viviente de la divinidad". Así pues, la realidad sensible sólo debía ser entendida como "el órgano de Dios".

Pese a ello, los profundos pensamientos metafísicos de ambos intelectuales no cuajaron y fueron rechazados de inmediato por los científicos positivistas, e incluso hoy día por la práctica totalidad de los filósofos,como muestra L.Geymonat en su obra "Historia del pensamiento filosófico y científico", donde puede leerse en relación con la filosofía naturalista que: "se trata de un turbio abandono a las fuerzas desenfrenadas de la fantasía que ha llegado a producir las absurdidades más ridículas".

Esta fe ciega en la explicación mecánico-causal de los fenómenos naturales e históricos ha desembocado en la renuncia absoluta de abordar la explicación racional de las decadencias de las culturas en términos trascendentes como "alma" o "espíritu". De hecho, todos los historiadores contemporáneos coinciden en la opinión de analizar los procesos históricos mediante relaciones políticas, económicas o tecno-ecológicas.