lunes, 15 de diciembre de 2008

NIETZSCHE Y EL IRRACIONALISMO


"Soy lo bastante fuerte como para dividir la historia de la humanidad en dos".


FRIEDRICH NIETZSCHE




Sería del todo imposible interiorizar las teorías spenglerianas sin tener alguna noción del irracionalismo profesado por el alemán.

Es indudable que Spengler fue ampliamente influenciado por el pensamiento del genio irracionalista Friedrich Nietzsche. En su obra El origen de la tragedia en Grecia, Nietzsche advirtió que la esencia de la espiritualidad griega se debatió en la dicotomía existente entre dos principios contradictorios. El primero es el elemento apolíneo, sustentado por el ensalzamiento de la individualidad que aprobó la aristocracia. El culto de Apolo resalta el lado "luminoso" del hombre: la racionalidad que demuestra la armonía del orden cósmico. El segundo es el elemento dionisiaco, que reconoce y acepta el lado "oscuro" del mismo: los irracionales instintos que, brotando de las insondables profundidades del alma, le incitan a fundirse con la naturaleza y con el colectivo del que forma parte.

El espíritu apolíneo, representado en las formas artísticas de la arquitectura y la escultura, reflejaba el orden y la disciplina que caracterizaban las virtudes de la nobleza. En cambio, Dioniso significaba la abolición de las convenciones establecidas, de ahí su permanente embriaguez y demencia; el arte dionisiaco por excelencia se asignó a la música.

De hecho, las orgiásticas fiestas consagradas a Dionisos fueron moderándose hasta derivar en una representación simbólica y mímica que terminó sintetizándose en la tragedia griega. Antes de la aparición de los grandes trágicos (Esquilo, Sófocles y Eurípides), el mundo prehomérico estuvo dominado por los ideales heroicos y caballerescos de la kalokagathia, en los que primaba la lucha por la vida, el arrojo en la batalla y las ansias de poder y botín. La popularidad de estas virtudes alcanzó su punto álgido en los escritos épicos de Hesíodo y Homero. Sin embargo, con la llegada de los primeros trágicos, esta ética ancestral empezó a ser objeto de críticas en las que se asimilaba el dolor, el sufrimiento y la muerte como partes integrantes de la existencia. Para ellos, el crecimiento espiritual y el devenir estaban estrechamente ligados al padecimiento y la desdicha.

Con todo, apenas cien años después la tragedia sucumbió ante las pretensiones apolíneas de los filósofos socráticos, que expulsaron el elemento dionisiaco con el fin de consolidar la racionalidad e inteligibilidad de la vida. Este acontecimiento se plasmó en el teatro puramente apolíneo de Eurípides.

Para Nietzsche, la metafísica platónica es fruto de la insana hostilidad de Sócrates hacia la vertiente irracional constitutiva del hombre y la realidad, por lo que cualquier explicación filosófica, religiosa o incluso científica sobre la vida no es más que una forma de nihilismo, una debilidad psicológica que aparece en las épocas decadentes y que rechaza la acción plena, resuelta e instintiva en el mundo de los hechos.

Más allá del bien y del mal fue posiblemente la obra más escandalosa de Nietzsche. Tras disertar sobre la genealogía de la moral, en este ensayo el filósofo alemán acometió la titánica empresa de mostrar al público occidental que la ética cristiana heredó algunos de sus valores del humanismo socrático.

Nietzsche explicó que tras la caída de la clase nobiliaria en la antigua Grecia, los arcaicos valores aristocráticos fueron sustituidos por una moral de esclavos, una moral en la que, en palabras del propio filósofo, se "exaltan la compasión, la mano generosa y dispuesta a ayudar, la humildad, la cordialidad, ya que en este caso son las características más útiles y casi el único remedio para soportar la opresión de la existencia". El cristianismo habría adoptado un amplio porcentaje de esos hábitos, dando vía libre a las masas para conformar una perniciosa y resentida sociedad igualitaria, hostil a cualquier ostentación de innata superioridad.

Contrariamente a esta hipótesis, Spengler sostuvo que la "moral de la compasión", al menos en lo que respecta a Occidente, jamás pudo llevarse a cabo en la práctica, pues entra en conflicto con la "voluntad de poder" típica del alma fáustica.

En lo concerniente al racionalismo, Spengler se mostró muy próximo a la perspectiva propia de los pensadores románticos, quienes desconfiaron del método lógico-deductivo y científico. Según su convicción, semejante procedimiento tiende a esquematizar y reducir cada símbolo viviente en una representación mental, la cual es en esencia intelectualizada e inorgánica (concepto). El filósofo tudesco insistió en que todo saber crítico presupone la fe dogmática en que, si se logra aplicar el método correcto, pueden desentrañarse los secretos más recónditos de la realidad. "Pero la historia demuestra que la duda de la fe conduce al saber, y la duda del saber -tras un tiempo de optimismo crítico- otra vez a la fe. Cuanto más se emancipa el saber teórico de la aceptación creyente, tanto más se acerca a su propia anulación. Lo único que queda es la experiencia técnica."

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