lunes, 16 de noviembre de 2009

LA METAMORFOSIS DE LA IZQUIERDA: 20 AÑOS DESPUÉS DE LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN


"Durante décadas, la gente ni siquiera podía acercarse al Muro de Berlín. Esa noche, la gente bailó sobre el muro y el mundo cambió."

HORST KÖHLER




Hace unos días se cumplieron 20 años de la caída del Muro de Berlín. Para conmemorar tan relevante efeméride, La Maldición de Spengler ofrece en exclusiva la transcripción de la entrevista que la cadena Cope de radio efectuó al conocido escritor Juan Manuel de Prada, a propósito de la posterior evolución que el mundo experimentó a partir de este acontecimiento.






Juan Pablo Colmenarejo: ¿Cree que ese día (hace 20 años) terminó el siglo XX?


Juan Manuel de Prada: Bueno, hay quienes sitúan esa fecha en el día de la caída del Muro de Berlín; también los hay que la sitúan tras el atentado del 11-s. Creo que la fecha de la que has hablado es, de todas formas, digna de marcar un hito dentro de la evolución interna de Occidente; una evolución que, en contra de las tesis optimistas que proliferan en estos días, es mucho más sombría de lo que generalmente se cree.



J.P.C. : Pero... ¿no fue ese día el triunfo de la Libertad?


J. M. P. : Sí, sin duda fue el triunfo de la "Libertad"... Lo que ocurre es que la "Libertad" es, en sí misma, un movimiento, y lo que cuenta en el movimiento es el "hacia dónde". Puede que el movimiento tenga un norte o esté desnortado, puede que sea un movimiento pequeño o gigantesco, puede que la dirección que tome sea hacia "adelante" o hacia "atrás"... En la libertad no es tan relevante la cuestión de "ser libre" como la de ser "libre para qué". Y creo que la "Libertad" que ha venido después de la caída del Muro, la de estos últimos 20 años, ha sido una Libertad destructiva. Mi opinión es que "los logros" de ésta podemos verlos hoy: libertad para retirar crucifijos, libertad para destruir toda clase de vínculos humanos (empezando por la Familia), libertar para abortar sin cortapisas, libertad para acabar con la transmisión de concierto fundada en la Tradición, libertad para experimentar con embriones...; en definitiva, Libertad para destruirnos. Sin embargo, creo que la obsesión por la Libertad que exteriorizan algunos no es más que la marca distintiva de los débiles.


J.P.C. : Cayó el Muro, pero ¿cayó junto a él la fascinación de la izquierda Occidental por los regímenes del "socialismo real"?


J.M.P. : En realidad parece que la izquierda había iniciado un proceso de "metamorfosis" 20 años antes, especialmente visible en mayo del 68. Evidentemente, hay por aquel entonces un momento en el que la izquierda se da cuenta de que los regímenes comunistas eran eminentemente represores de la naturaleza humana, por lo que provocaba en sus víctimas una reacción que se traducía en un "apetito" de Libertad. Pero esa Libertad adquiere en mayo del 68 unas connotaciones muy concretas: rebelión contra el Sistema, "apoteosis sexual"...; en suma, un intento de romper y transvalorar las normas. Es en ese clima que la izquierda realiza ese proceso de mutación, por otra parte inteligentísimo, en el que toma conciencia de que si quiere llevar a cabo su proceso de "ingeniería social" (pues la izquierda ha tenido desde sus orígenes un claro propósito de "transformar" a la sociedad), lo que debía hacer no era reprimir la Libertad, sino exaltarla al máximo hasta deificarla. Así la "Libertad" se convierte en un ídolo al que todos debemos adoración. Y es en ese proceso de "regeneración" donde está la clave para comprender que, tras la caída del Muro de Berlín, la izquierda está perfectamente pertrechada y dispuesta a lanzar su nueva ofensiva, que es precisamente la que estamos padeciendo hoy, y a la que la derecha no ha tardado en adherirse. De esta manera, esa exaltación destructiva de la Libertad nos está conduciendo a un nuevo modelo de tiranía mucho peor que las tiranías comunistas, y todo por una sencilla razón: bajo los regímenes represores, el Hombre es consciente de que se le está arrebatando algo que le pertenece por Naturaleza, que es su Libertad. En cambio, en las nuevas tiranías esa "bulimia" de Libertad provoca que el Hombre quede "anestesiado" ante los abusos del Poder.


J.P.C. : Unos meses antes de la caída del Muro, el Presidente de la RDA, Erich Honecker, fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid; fue cuando declaró aquello de que "el Muro seguirá en pie cien años más", y se cayó seis meses después... Es como si la "progresía" española hubiese estado siempre muy atenta a esta clase de "homenajes" ¿no le parece?


J.M.D. : No debemos olvidar que hace poco tiempo también se le concedió ese mismo galardón a Santiago Carrillo, que aun simboliza la supervivencia de esta clase de ideologías. Por otro lado, actualmente el "Mátrix Progre" se complace en abrazar con alborozo a Hugo Chávez, otro personaje que representa la "puesta al día" del socialismo real. Al fin y al cabo, toda ideología necesita construir su propia mitología. Es indudable que hoy la izquierda europea reniega de estos regímenes porque los considera obsoletos y anacrónicos; pero ello es así porque a su vez ha descubierto que el "orden liberal", es decir, el sistema político basado en la economía capitalista, es infinitamente más eficaz de cara a realizar su proyecto de "ingeniería social". En este sentido, resulta muy fácil compatibilizar la veneración a este mitología pasada con la construcción de una "sociedad nueva" sustentada por los regímenes social-democráticos actuales. Por eso creo que no debemos engañarnos; la frase pronunciada por el Presidente de la RDA se ha cumplido: él sabía que "el Muro" iba a sobrevivir cien años más, precisamente porque también sabía que la izquierda había preparado esta metamorfosis...

lunes, 2 de noviembre de 2009

EL NUEVO ORDEN MUNDIAL EN CLAVE SPENGLERIANA


"Todo poder es una conspiración permanente "

HONORÉ DE BALZAC



"El mecanismo del Estado romano, desde Escipión el Africano hasta Augusto, permaneció mucho más estacionario de lo que generalmente se cree. Pero los grandes partidos son sólo en apariencia el centro de las acciones decisivas. Lo decide todo un pequeño número de cerebros superiores, cuyos nombres en este momento no son acaso los más conocidos."

OSWALD SPENGLER




Desde el final de la Primera Guerra Mundial y la creación de la Sociedad de Naciones, el deseo de consolidar un Nuevo Orden Mundial que regule diplomáticamente las relaciones internacionales viene sobrevolando las mentes de los expertos más avezados en geopolítica del último siglo. Paralelamente, la visión de una sociedad implacablemente gobernada por una élite tecnocrática que, bajo el manto de una aparente democracia, se vale del control burocrático de la educación pública y del sector económico y financiero (a través de las universidades, las empresas multinacionales y la Banca Mundial), el monopolio de los emporios mediáticos y la absoluta potestad para crear nuevos organismos globalizadores (UNESCO, OMS, OTAN, FMI, etc.), cautivaron la imaginación de multitud de literatos que a lo largo del siglo XX ofrecieron la inquietante descripción de un futuro en el que la Humanidad sería atomizada y esclavizada por un gobierno "invisible" de poder omnímodo y proporciones planetarias. Autores como A. Huxley o G. Orwell llevaron hasta sus últimas consecuencias las llamadas anti-utopías, alertando de la tiranía que el uso indiscriminado de los avances tecno-científicos y el control social por parte del Estado podían ejercer sobre la población de un futuro no muy lejano.

No obstante, no estamos hablando de ciencia ficción ni de paranoias conspirativas. Las pretensiones imperialistas del N.O.M. se corresponden perfectamente con el pathos del imperium mundi profetizado por Spengler. Esos "cerebros superiores" conforman la espina dorsal de las oligarquías que durante muchas generaciones han dominado un mundo sometido a la dictadura del Dinero. Pero esta hegemonía empieza a vacilar en cuanto formulamos la siguiente cuestión: es innegable que las decisiones políticas de mediana envergadura, las que aparecen a todas horas en prensa y televisión, se siguen llevando a cabo con dinero; pero en lo que respecta a la alta política del presente, ¿se desarrolla todavía por dinero? La respuesta es un simple y contundente no. Es la voluntad de poder y no de enriquecerse la que marca la pauta a las élites dirigentes, y ello desde hace mucho más tiempo del que se cree. Pero esta sutil variación de la tendencia es la que anticipa la índole del Cesarismo auténtico, para el que los hechos económicos no son sino un arma más al servicio de la constante actualización del Gobierno Mundial o Imperio como idea política.

El Club Bilderberg, el Club de Roma, la Comisión Trilateral, en cuyas fisonomías puede apreciarse la inconfundible impronta de ese imperialista nato que fue Cecil Rhodes, son ejemplos de que la alta política, la única que actualmente se preocupa del futuro, que tiene dirección, y por tanto, la única que cuenta para el mundo de los hechos, está al fin desligada de cualquier elemento "democrático": ideologías, partidos, mítines, elecciones... Al contrario, toda esa parafernalia es un instrumento cuidadosamente preparado para dicotomizar y confundir a la "opinión pública", mientras los mismos que han creado es paradigma pueden actuar con plena libertad de acción en sus planes de conquista.

Así pues, la partitocracia vigente está siendo paulatina y silenciosamente sustituida por una nueva forma de gobierno, forma que en las etapas sucesivas culminará con el retorno del mismo elemento dinástico que había sido reprimido durante más de dos siglos de repúblicas democráticas. De una parte, las dinastías del Dinero (Rockefeller, Rothschild, Carneige, etc.); de otra, las añejas dinastías de la Sangre (las grandes casas reales, como los Habsburgo). La lucha entre ambas facciones marcará el regreso de la Autoridad y el Honor como premisas indiscutibles para la nueva fase de Occidente en su sino particular: el Nuevo Orden Mundial, el Imperio Universal que simbolizará la última misión histórica de una raza cuya vitalidad se consumió hace mucho tiempo entre las brumas del pasado.

jueves, 1 de octubre de 2009

HISTORIA DE UNA OPOSICIÓN INSALVABLE




"Lo que distingue y separa a la ciudad del campo no es, por ende, la revolución ni la reacción. Es, sobre todo, una diferencia de mentalidad y de espíritu que emana de una diferencia de función. En el panorama de una sociedad, la ciudad es la cima y el campo es la llanura. La ciudad es la sede de la civilización. A medida que la civilización se perfecciona, se acentúan las distancias espirituales y psicológicas entre el hombre de la urbe y el hombre del agro. El hombre de la urbe vive aprisa. (La velocidad es una invención urbana, una cosa moderna). El campesino vive monótona y lentamente. Su trabajo y su producción están gobernados por las estaciones. Arada por el buey o la máquina, la tierra da en el mismo tiempo y en la misma estación sus espigas. La urbe y la campiña producen dos distintas psicologías, dos ánimas diversas."

JOSE CARLOS MARIATEGUI




Existe en la historia de las grandes Culturas un misterioso fenómeno, raras veces explicado, que informa y domina cada una de las manifestaciones vitales de los pueblos civilizados. Me refiero a la oposición entre el campo y la ciudad, entre el modo de vivir y sentir privativo del aldeano en contraste con el habitante de la gran urbe.

Esta antítesis empieza a hacerse visible en las primeras etapas de la Cultura (es la "Época Feudal", que en Occidente se inicia en el siglo X d. C., mientras que en la Cultura Antigua lo hace al rededor del siglo IX a. C.), cuando las ciudades crecen a expensas del paisaje aldeano circundante. En este período ambos elementos se respetan en armonioso equilibrio. Pero más adelante, cuando algunas de esas ciudades se transforman en gigantescas urbes cosmopolitas, y la clase labriega que hasta entonces había subsistido al rededor de esas capitales comienza a ser absorbida por ellas, la dicotomía se hace ya insalvable. En un éxodo masivo, los elementos rurales se ven forzados a emigrar hacia los epicentros urbanísticos que van aglomerándolos paulatinamente en su periferia, hasta que el campo queda prácticamente desierto. Este hecho orgánico no sólo marca la muerte de la raza campesina sino también el colapso definitivo del ciclo vital de la Cultura.
No resulta complicado describir las sustanciales diferencias entre el campesino y el urbano. El primero tiene desde luego más instinto, más capacidad intuitiva, más sentido común: simboliza el elemento vegetativo. En cambio, el segundo (sobre todo el habitante de las grandes cosmópolis) es más inteligente, su pensamiento puede ser más abstracto, neuronal, pero también más vacío de contenido vital: simboliza el elemento espiritual. El campesino hunde sus raíces en la misma tierra que heredaron sus antepasados, procurando que sus vástagos se críen en el hogar que para él significa el linaje que corre por sus venas, pues el instinto vegetativo asegura el anhelo de propiedad. Pero el urbano es un ser sin tradición, sin raíces. Suplanta su natural carencia de arraigo y propiedad con insulsas abstracciones, puramente espirituales, imposibilitadas para crear pero harto eficientes para destruir: libertad, democracia, Humanidad, etc. El aldeano sólo es capaz de concebir la propiedad como substrato del alma;el urbano puede poseer de todo menos verdadera propiedad, pues el dinero no tiene alma. Por eso todas las grandes teorías sociales que cuestionan la propiedad han surgido en el gélido ambiente del intelecto urbano, pues el Espíritu no es más que la inteligencia desligada de los instintos "fuertes".

En los comienzos del ciclo vital del organismo cultural, cuando las ciudades conservan un cierto aroma aldeano, la existencia transcurre en una incesante y ascendente actividad creadora. Así como el labriego se siente "atado" a la propiedad que heredó mediante una ligadura metafísica, casi mística (que es la fuerza vegetativa que impulsa el desarrollo de la Cultura),el vasallo hace lo propio con el noble a quien decide servir. Lo mismo hacen los súbditos en la unión con el monarca, y éste último otro tanto con la idea nacional que, a modo de misión histórica, su simple presencia encarna. La mujer también siente ese impulso vegetativo en la necesidad de "atarse" al padre, y cuando es desposada encuentra su sino en sacrificarse en cuerpo y alma por los hijos. Las corporaciones gremiales, las órdenes monásticas y de caballería, las grandes casas dinásticas, la Iglesia y el Estado: todo ello son expresiones, símbolos de plenitud suprapersonal, donde cada individuo siente su existencia tan comprometida con el organismo al que pertenece, que cuestionar éste es como cuestionar el alma de aquél. Una Cultura en pleno desarrollo supone una vigorosa vivencia del Destino por parte de cada uno de los elementos que componen la jerarquía social del organismo, por lo que cualquier crítica contra los fundamentos de esta totalidad viviente no sólo se revela impracticable, sino ni siquiera concebible.

Pero con el ascenso de las capitales esta situación se invierte. Aparece entonces la"Época de la Razón", que en Occidente alborea hacia el siglo XVII d. C. , que se corresponde con el siglo V. a.C. de la Cultura Antigua. Aquí ya despuntan los conceptos que una centuria después, y cargados de una popularidad magnética, tendrán el imperativo no de crear algo nuevo, sino al contrario, de destruir el orden existente. En el siglo XVIII vemos ya a los hombres matarse y morir en busca de palabras como "libertad" e "igualdad"; pero estas palabras no significan nada por sí mismas y sólo cobran sentido cuando son contrapuestas a la tradición y las normas que pretenden destronar. Así, "libertad" significa en boca de los racionalistas no sólo vivir sin la autoridad del pasado, sino sobre todo tratar de vivir con el máximo de "libertad" (libertinaje) posible. "Igualdad" es el martillo que esgrimen los enemigos de la Cultura, pues al ser ésta como una noble planta o edificio, tanto más destaca cuanto más fomenta las naturales diferencias que permiten su elevación. Sólo su destrucción puede garantizar la "igualdad", por eso los fanáticos igualitaristas quieren reducir este milenario edificio a escombros y así "retornar a la Naturaleza". Sobra decir que ninguno de tales ideales se han llevado a la práctica de forma total, pues sus pregoneros necesitan que el organismo esté lo suficientemente vivo como para explotarlo y vivir de él.

Por tanto, es posible dividir el ciclo vital de la Cultura en dos fases bien diferenciadas: Cultura y Civilización. La Cultura crece bajo el signo de la creación interior; la Civilización no crece propiamente, sino que expande su dominio sobre el mundo exterior mientras que su mundo interior (el alma o "fuerza vegetativa") se anquilosa y muere. Esta última fase inicia su andadura durante las primeras décadas del siglo XIX, y alcanzó el cénit de actividad destructora en España hacia los años 60 del pasado siglo, para luego estabilizarse después de haber desarrollado todas sus posibilidades.

El destierro definitivo de la vida campesina simboliza el destierro del alma y del sentido común en el mundo Occidental, circunstancia que por más que lamentemos ya no podremos remediar.



jueves, 17 de septiembre de 2009

TRADICIONALISMO, FASCISMO, NAZISMO


"EL cabecilla debe ser un héroe y no un tenor heroico."
(Refiriéndose a Adolf Hitler)

OSWALD SPENGLER


Es conveniente aclarar de vez en cuando algunos términos, dada la polémica que en los últimos días han suscitado ciertos aspectos ideológicos y biográficos de Spengler.

Es indudable que tanto el fascismo como el nazismo compartían ciertos elementos tradicionalistas (sobre todo si los comparamos con los movimientos izquierdistas que pululaban por aquel entonces), pero de ahí a concluir que ambas ideologías son tradicionalistas hay un enorme e injustificado trecho.

Por otro lado, creo que no es del todo correcto incluir al nazismo dentro de la corriente fascista, pues resulta obvio que ambos movimientos se identificaron más por el enemigo común contra el que combatían que por los fines que perseguían. Incluso dentro del Nacional-Socialismo, parece que también muchos militares, intelectuales y civiles se adhirieron a la causa nazi no por comulgar con sus ideas, sino porque el movimiento liderado por Hitler ofrecía un eficaz antídoto contra un posible golpe de Estado comunista, o contra la posibilidad de que en un futuro no muy lejano el capital de Estados Unidos monopolizase la maltrecha economía alemana. Quizá todas estas reflexiones ayuden a explicar por qué Spengler votó al partido Nazi en las elecciones de 1932.

Con respecto a la supuesta relación que Spengler mantuvo con el nazismo, si bien es posible que algunos de sus pensamientos influyeran notablemente en algunos ideólogos nazis, no es menos cierto que también lo hicieron sobre otros pensadores que nada tuvieron que ver con este movimiento, como es el caso de Michel Foucault, Theodore Roszak, Charles Reich, Georg Lukacs o L. Von Wright. Además, no es difícil sospechar que el intento de los nazis Strasser y Hanfstängl por que Spengler engrosase las filas del NSDAP se corresponde más bien a una estrategia propagandística con el objetivo de ganar popularidad. No olvidemos que el autor de "La Decadencia de Occidente" se hizo muy célebre a partir de 1919, por lo que rápidamente se convirtió en una personalidad muy apetecible para los partidos de extrema derecha.

Sobre las críticas de Spengler en los años 30, hay que reseñar que éstas no se limitaron al nazismo, sino que también alcanzaron al fascismo. Al filósofo alemán no se le escapó que el mismo Hitler inició su andadura política en el Partido Obrero Alemán, mientras que Mussolini hizo lo propio con sus "fasci di combattimento", escuadras en las que se respiraba un fuerte aroma obrerista. Sobre el fascismo en particular, escribe Spengler en Años Decisivos:

"También el fascismo es un tránsito. Se ha desarrollado partiendo de la masa urbana, como partido de masa con ruidosa agitación y discurso de mitin. Integra tendencias del socialismo obrero."
Tampoco considero muy acertado identificar taxativamente el imperialismo con el fascismo, pues aquél ha sido el sueño de todas las potencias europeas desde los últimos 500 años. ¿Qué podemos decir de la España de Felipe II, de la Francia de Napoleón, de la Alemania de Bismarck o de la Inglaterra de la reina Victoria, por poner algunos ejemplos? Incluso Estados Unidos, con su constitución liberal, no ha podido resistir la tentación imperialista en cuanto se ha visto libre de trabas para desarrollar su particular política exterior. Tal es el sino de los Estados "fáusticos" tan pronto como toman conciencia de su fuerza geopolítica en el concierto mundial. Por tanto, decir que "la piedra angular del fascismo es el imperialismo", es tanto como decir que en el último lustro las naciones occidentales han sido gobernadas por fascistas.

Por lo demás, no creo que Spengler se mostrase muy convencido de la ofensiva que llevó a cabo Hitler contra Rusia. Debemos tener presente que Spengler concibió a Occidente como una unidad geopolítica, mientras que la limitada visión de Hitler tan sólo se centraba en sus deseos pangermanistas. En vez de consolidar la unidad interna de todas las naciones europeas, cosa que por entonces andaba muy lejos de conseguirse, Hitler lanzó a sus tropas contra el frente del Este sin contar con que las circunstancias eran bien distintas con respecto a las que se dieron durante su victoriosa etapa de expansionismo. La táctica de la "Guerra Relámpago" (Blitzkrieg) se mostró totalmente inoperante frente al bien pertrechado Ejército Rojo, que sólo tuvo que esperar a la llegada del invierno para recuperar en una rápida contraofensiva todo el terreno perdido. Esta falta de realismo, unida a una posición demasiado exclusivista del papel que debían asumir los pueblos germánicos dentro del mundo occidental, fue la perdición de Alemania y de todo Occidente durante la II Guerra Mundial. Nada extraño en un pueblo, todo hay que decirlo, cuyo dirigente fue elegido por las urnas, confirmando que quienes emplean sus esfuerzos en la escenificación demagógica son luego ciegos e incapaces de afrontar los problemas que surgen en el implacable torrente de la alta política.

lunes, 7 de septiembre de 2009

ASALTO A LA CIVILIZACIÓN: LA ESCUELA DE FRANKFURT Y LA REVOLUCIÓN SEXUAL


"...las nociones freudianas de felicidad y libertad son eminentemente críticas, en cuanto que son materialistas y protestan contra la espiritualización del deseo."

HERBERT MARCUSE



Comprender la genealogía de la revolución moral y sexual que viene gestándose en el mundo occidental desde la segunda mitad del siglo XX, implica reconocer la gigantesa conspiración de la que es víctima nuestra civilización desde la decisiva victoria de los poderes plutocráticos en 1945. A partir de esta fecha, no es difícil observar una progresiva incursión ideológica en las esferas más privadas del individuo por parte de toda una serie de "agitadores pseudointelectuales" que fueron convenientemente financiados por los grandes magnates del Dinero, demostrando una vez más que detrás de las palabras "liberalismo" y "democracia" se esconden los poderes fácticos que se encargan de crear, promover y consumar los conflictos sociales necesarios para desestabilizar los principios del organismo que pretenden destruir.

La llamada "revolución sexual" y los diversos movimientos contraculturales (que comprenden desde el feminismo y el nihilismo hippie hasta el misticismo de la New Age) revelan un panorama desolador en el que la intensiva propaganda sobre disparatadas tendencias filosóficas o políticas casi siempre termina generando un clima de convulsión social que puede llegar a paralizar una nación o incluso un continente entero. Tal fue el caso de la "revolución de mayo del 68", donde Francia se vio envuelta en un torbellino de continuas revueltas estudiantiles bajo el prisma de una situación laboral en la que más del 50% de los trabajadores no campesinos se hallaba en huelga.

Pero es necesario indagar en los orígenes de esta especie de "suicidio cultural" para obtener una imagen clara y precisa de la grave crisis que atraviesa Occidente en estos delicados momentos.

Fundado en 1929, el Instituto para la Investigación Social, posteriormente rebautizado con el célebre nombre de la Escuela de Frankfurt, fue sin duda la escuela filosófica que más influyó en el pensamiento postmoderno del que son deudoras las corrientes revolucionarias de los años 60. Su fundador, el neomarxista húngaro Georg Lukacs, no ocultó que el cometido principal de esta escuela era provocar cambios sociales a escala masiva.

A mediados de los años 30 la Escuela de Frankfurt halló en Estados Unidos el escenario idóneo para desarrollar su particular agenda ideológica; tras un breve período de participación en diversos medios de comunicación, pronto sus integrantes comprendieron la necesidad de promocionar sus doctrinas filosóficas infiltrándose en el sistema educativo norteamericano. En la década de los 60 la presencia de la Escuela de Frankfurt en las principales universidades del país era ya casi hegemónica, y en poco tiempo sus postulados antropológicos y sociológicos se convirtieron en dogmas de fe para la nueva generación de estudiantes que no tardaría en respaldar el proyecto político de Kennedy y la ampliación de los Derechos Civiles de la mano de Martin L. King.
En general, el objetivo de la Escuela de Frankfurt era ofrecer un nuevo replanteamiento de las teorías de Marx y Freud a la luz de la crítica hacia las modernas sociedades industrializadas del siglo XX, incidiendo en la complejidad del "sistema de dominación" organizado por el "capitalismo", así como en su capacidad para "reprimir" la dimensión instintiva del hombre hasta transformarlo en mero "instrumento de trabajo" a través de la "racionalidad tecnológica" y la constante "enajenación" de su personalidad.
Entre los autores que representaron un papel protagónico en las revueltas del año 68 descolla la figura del archiconocido Herbert Marcuse, filósofo que escribió hacia la década de los 50 una de las obras más laureadas de la Escuela de Frankfurt: "Eros y Civilización". En este libro Marcuse especula con la posibilidad de crear una "civilización no represiva", corrigiendo la pesimista opinión de Freud, para quien la restricción de los instintos sexuales era un hecho constitutivo de toda civilización. Marcuse expone en este ensayo que la sociedad contemporánea puede liberarse del "sistema represivo capitalista" mediante la creación de una "razón libidinal" que impida "la desviación de la líbido hacia actividades culturalmente útiles". Pero aun más inquietante es la circunstancia de que el propio autor reconoce sin tapujos que:

"Este cambio en el valor y el panorama de las relaciones libidinales llevaría a una desintegración de las instituciones en las que las relaciones privadas interpersonales han sido organizadas, particularmente la familia monogámica patriarcal."

El ataque a la institución familiar salta a la vista, toda vez que el propio Marcuse simpatizó con las ideas del psiquiatra vienés Wilhelm Reich, el cual aseveró en su obra "La Revolución Sexual" que la familia no era más que un dispositivo represivo impuesto por el capitalismo para dominar y adoctrinar a los hijos desde su más tierna infancia. Sin embargo, esta postura "anti-familia" no debería extrañarnos del marxismo-freudianismo, ideología que continúa desarrollando la monumental falacia que considera a los instintos sexuales degenerados como "la líbido del hombre", (ya que para los seguidores del psicoanálisis las pulsiones sexuales están orientadas por el hedonista principio del placer corporal), mientras que los instintos sanos que reclaman una mayor disciplina en el trabajo y en la vida son considerados por ellos como "trastornos neuróticos".

Es innegable que los precursores de los movimientos contraculturales han encontrado sus valedores en los grandes magnates plutocráticos (buena parte de las obras de la Escuela de Frankfurt fueron sufragadas por la Fundación Rockefeller) y en esos centros neurálgicos del actual Sistema que son las universidades de todo Occidente, las cuales son las encargadas de preparar a los ejércitos de funcionarios que administrarán -y controlarán- nuestro más inmediato futuro. ¿No es reconocible la siniestra mano del Falseador de la Cultura en todas estas tendencias encaminadas a la desintegración de los valores que otrora forjaron la civilización más poderosa del planeta?.

martes, 11 de agosto de 2009

EL FIN DEL ECONOMICISMO COMO HORIZONTE POLÍTICO


"Cuando ambicionan altos empleos del Estado y no pueden obtenerlos por méritos y talentos personales, derrochan dinero, seduciendo y atrayéndose a la masa por todos los medios posibles. La consecuencia es que este arribismo político acostumbra al pueblo a tomar regalos y le infunde un ansia de dinero obtenido sin trabajar. Con ello perece la democracia y es sustituida por la dictadura de los puños.(...) Y entonces, aglomerándose, asesina, saquea y hace suya la propiedad de los demás , hasta que, totalmente corrompida, cae en poder de un dictador ilimitado..."

POLIBIO


"El príncipe Pompeyo y el tribuno César (...) representan aun partidos; pero se repartieron el mundo con Craso en Luca por vez primera. Cuando los herederos combatían en Filipi contra los asesinos de César, ya no eran más que grupos. En Accio sólo había individuos. El cesarismo se había realizado"

OSWALD SPENGLER




En todo movimiento revolucionario alientan, de un lado, la envidia y las ansias de destrucción que emanan de la chusma callejera, y de otro, la maestría de los demagogos que saben sacar partido a estos enfermizos instintos.

Pero no nos engañemos. Cualquier organización descansa por necesidad en la capacidad rectora de una minoría que marca la dirección que unívocamente ha de seguir el resto; hay, pues, un sujeto que impone su voluntad y un objeto -la inmensa mayoría- que obedece ciegamente. Este hecho es tan válido en las fábricas como en los ejércitos, tanto en las democracias como en los estallidos revolucionarios. Pero en el terreno político, la pregunta decisiva es (idealismos aparte) si las cabezas que están al mundo utilizan su autoridad para consumar ideas suprapersonales, o si tan sólo se busca el botín con el fin de consolidar y acrecentar negocios puramente privados. Y como no podía ser menos, los demagogos que más han despuntado en la Historia han anhelado únicamente servirse de la masa que previamente habían aglutinado y enardecido, todo ello con la clara intención de aprovecharse de ella y manejarla a su antojo para alcanzar el poder que por tradición no les corresponde. Por eso la "democrática" fórmula de prometer todo cuanto a la plebe le apetece se convierte en expresión de la época, y los ideales utilitarios que persiguen la "felicidad del mayor número" desarrollan sistemas eticosociales con el propósito de legitimar en el campo teórico las aspiraciones plutocráticas del sistema dominante.

Como fácilmente podemos bosquejar, los partidos políticos y los sindicatos, acompañados del innumerable séquito de incondicionales ávidos de ocupar cargos burocráticos, así como de la clase de los banqueros y altos financieros, han llevado a cabo conjuntamente la exitosa tarea de expropiar la autoridad del Estado en política y la del inventor o empresario en economía. Sus altas esferas son las que han subvertido el significado de todos los términos que antaño parecían inamovibles (libertad, autoridad, clases sociales, capitalismo, riqueza, pobreza) y los han acomodado de acuerdo a sus particulares intereses; han invertido ingentes sumas de dinero para, a través de los mass media y las instituciones públicas, atenazar al individuo hasta reducirlo a mera función de un invisible "campo de fuerza" que hoy abarca toda la Tierra; han creado organismos internacionales con los que poder hacer sentir los implacables efectos de sus decisiones hasta en los rincones más inaccesibles del planeta. Estas personalidades privadas, estos "césares del Dinero", son los señores de nuestras cosmovisiones y de nuestros destinos, y sólo una catástrofe de proporciones colosales puede quebrantar su ilimitado poderío.

Pero para hallar los orígenes de esta inmensa revolución debemos remontarnos muy atrás en el tiempo. Fue hacia la segunda mitad del siglo XIX cuando las teorías oriundas del marxismo penetraron de tal forma en política que lograron desviar la creciente aversión que ciertos sectores sintieron hacia el Estado de constitución liberal, canalizando ese odio en la dirección de los industriales. Esta circunstancia fue pronto aprovechada por los nuevos regentes del Estado, que empezaron a intervenir en la vida económica de todas las potencias europeas, dividiéndolas internamente mediante parlamentos y partidos (división que sólo pudo superar Inglaterra debido a su larga tradición parlamentaria) y fomentando la discordia en su seno para hacer imposible la unidad de cara a la política exterior. De esta forma los esfuerzos estatales se focalizaron casi exclusivamente en la economía nacional, por lo que la labor del genuino estadista, repleta de una profunda experiencia histórica, se desvalorizó hasta dejar el puesto a los negocios de partido y a los agitadores profesionales, marginando la política de Gran Estilo a un segundo plano.
Pero este orden será aniquilado en cuanto se extinga el pensamiento economicista, lo cual acontecerá en el mismo instante en que se constate que el valor del Dinero no se corresponde con ningún valor real o tangible, sino tan sólo con magnitudes abstractas, como las "cotizaciones", que pueden hacer aumentar la deuda indefinidamente hasta que por la falta de recursos el sistema se colapsa y se viene abajo. Es en esta encrucijada cuando resurgirán los poderes de la auténtica política, que vencerán a los beneficiarios del anterior orden en una contienda cuyo resultado está determinado. A partir de entonces los combates serán más privados que nunca, pero ya no por Dinero, sino por alcanzar el poder absoluto. Serán tiempos en los que unas pocas personalidades enérgicas podrán reunir bajo su mando ejércitos inmensos, tiempos en los que los territorios en disputa serán azotados por el pillaje de quienes, libertados del pusilánime economicismo, buscarán en el saqueo y la violencia las armas con las que abrir el camino a un nuevo capítulo de la Historia.

miércoles, 22 de julio de 2009

UN COMPLOT DE PALABRAS


"¡Qué contraste, qué brusco cambio! La jerarquía, la disciplina, el orden que la autoridad se encarga de asegurar, los dogmas que regulan la vida firmemente: eso es lo que amaban los hombres del siglo XVII. Las trabas, la autoridad, los dogmas: eso es lo que detestan los hombres del siglo XVIII, sus sucesores inmediatos. Los primeros son cristianos, y los otros anticristianos; (...) los primeros viven a gusto en una sociedad que se divide en clases sociales, los segundos no sueñan más que en la igualdad (...) Ha llegado el tiempo de la heterodoxia de todas las heterodoxias; de los indisciplinados, de los rebeldes."

PAUL HAZARD


"Cada siglo tiene su espíritu que la caracteriza; el espíritu del nuestro parece ser el de la libertad."

DENIS DIDEROT




¿Qué es libertad, qué libertinaje? ¿Qué significa autoridad, qué autoritarismo? Tesis hoy en día corriente basa sus argumentaciones en que libertad y autoridad son contrapuestos como el día y la noche. Otra hipótesis también muy en boga sostiene que ambos términos, sin ser contrarios, pueden llegar a ser compatibles. Pero nadie se atrevería a afirmar que libertad y autoridad no es que puedan coexisitir juntas, sino que la una es inseparable de la otra y viceversa. Ésta es la concepción tradicional de autoridad: cuanto más autoridad, más libertad. No hay otra manera de ser libres.

En cambio, a partir de la Ilustración, empezó a proliferar la teoría opuesta: la libertad (autonomía) sólo puede conseguirse cuando la autoridad (heteronimia) sea la menor posible. Y como en aquella época estaba muy de moda identificar "tradición" con "autoridad", los más prestigiosos intelectuales decidieron que "modernidad" debía ser sinónimo de "libertad". Ahora bien, ¿qué entendemos por libertad? ¿Poder hacer lo que queramos sin que nuestras decisiones y actos perjudiquen a segundas o terceras personas? Luego en ese caso, "libertinaje" no sería más que actuar sin tomar en consideración los derechos de los demás... esto es , un exceso de libertad (!).

En general, da grima escuchar a los intelectuales contemporáneos hablar sobre este asunto de tanta trascendencia, en especial a aquellos que escriben los libros de texto que nuestros hijos -no lo olvidemos- deberán memorizar concienzudamente.

Cuando me percato de que no puedo hacer de ninguna manera lo que me venga en gana, ni conmigo ni con los demás, no sólo no descubro la limitada realidad que es la libertad, sino que tomo conciencia de que no hacer lo que me apetezca es, precisamente, el único camino que me permitirá llegar a ser completamente libre. Ahora bien, sólo cuando logre hacerme cargo de mis particulares problemas y limitaciones, podré tomar en consideración los problemas y limitaciones del prójimo. Por tanto, mi libertad consiste en comprender que no sólo he de responsabilizarme de mi conducta ante los demás, sino por encima de todo ante mí mismo. Allá donde termina mi capacidad de responsabilidad, también acaba mi libertad. Por lo pronto, ésta no posee límite alguno; es la falta de responsabilidad individual la que en la práctica dictamina sus confines.

Pero conviene dejar bien claro que la concepción "moderna" que hoy triunfa en la sociedad, que no es más que un libertinaje al máximo sostenible, choca frontalmente con la percepción que desde la cultura Occidental se ha tenido sobre este controvertido término. Hasta el siglo XVIII se entendió por libertad el actuar conforme con el Destino personal de cada cual: libertad es ser lo que uno debe ser, no falsear su vida. "Llega a ser el que eres", tal es el imperativo goetheano que nos orienta a vivir en armonía con nuestra propia identidad. Nuestra identidad no es nuestra voluntad o nuestra capacidad de raciocinio; al contrario, éstas han de servir a aquélla so pena de caer en las redes de una existencia rota, desdibujada, artificial. Nuestra voluntad puede negar nuestro Destino; a fin de cuentas, también podemos negarnos a nosotros mismos, mas seguiremos siendo quienes éramos. (Ortega y Gasset: "El destino no consiste en aquello que tenemos ganas de hacer; más bien se reconoce y muestra su claro, rigoroso perfil en la conciencia de tener que hacer lo que no tenemos ganas.")

Libertad, por tanto, no es capacidad para elegir, sino capacidad para elegir aquello que, queramos o no, tenemos que ser. Tal era la posición tradicional ante el problema ontológico de la libertad.

Lo mismo acontece con el problema de la "autoridad". ¿Quién tiene que mandar? ¿Tiene que hacerlo quien está naturalmente capacitado para ello, o bien han de ser los que obedecen quienes elijan sus jefes? ¿Quién creen ustedes que elegirá el populacho, a un mandatario que les prometiera más esfuerzo, disciplina , trabajo y sacrificio o aquél que prometiera más ocio, menos ajuste de cuentas, menos obligaciones y más derechos? También hoy se ha impuesto la creencia de que quien ejerce su autoridad sobre alguien que no lo ha aprobado expresamente cae por necesidad en el "autoritarismo". ¿Es autoritario que mande quien está más capacitado para mandar y , por tanto, hace oídos sordos a la demanda de la plebe que exige panem et circenses a todas horas?

Sin embargo, por lo que se desprende de las palabras de los defensores de la idea moderna de libertad, parece que todavía siguen apegados a la creencia ilustrada de que, si les damos a todos los ciudadanos la misma educación y los mismos conocimientos, como todos ellos tienen más o menos la misma inteligencia, entonces podrán ser libres y distinguir por su propia cuenta lo que "les conviene" (expresión harto ambigua cuyo significado depende de quién la pronuncie) y lo que no. Desde luego, todo el mundo está de acuerdo en que lo que quiere es "su bien". El problema es que no hay dos personas que entiendan lo mismo por esta palabra. Todo hijo de vecino cree entenderse sobre esta cuestión, lo cual deja vía libre a que se propaguen los malentendidos de toda clase.

Hay que decirlo de una vez: existen en el mundo dos clases de hombres. Estas dos clases no se dividen en ricos y pobres, ni sabios e ignorantes, ni poderosos y oprimidos. Estas dos clases se dividen entre quienes piensan que la vida es puro esfuerzo, puro afán de superación, puro cumplir con un deber que acaso nunca llegará a realizarse del todo, y los que piensan que la vida es trabajar porque no queda otro remedio, aunque al menos siempre será lícito obligarse lo menos posible. Para los primeros, la expresión "exceso de disciplina" es una contradicción en los términos; para los otros, esta frase se cumple cada vez que una autoridad (ya sea el padre en la familia o el empresario en la fábrica) le ajusta las cuentas exigiéndole mayor entrega. Esta realidad no tiene nada que ver con la enseñanza, ni con los conocimientos que ningún maestro nos hiciese aprender. Esto no se enseña: o se tiene, o no se tiene (y las más de las veces no se tiene).

Es comprensible que la deformación profesional de algunos, que aspiran a vivir cómodamente en la cátedra de alguna Universidad con renombre, puede llevarles a creer en el poder alquímico de la instrucción pública. Pero siglos de experiencia nos han confirmado que la educación puede, en efecto, moldear la arcilla. Lo que no puede es transmutar la arcilla en oro macizo, por más que se crea en la idea aristotélica de que el "buen hábito" conduce a la "virtud".

La educación no ha cambiado al hombre. Éste sigue siendo tan vil, mezquino y plebeyo como lo fue desde un principio. Hemos educado a nuestros hijos persuadiéndoles de que escabullirse del trabajo duro es legítimo, de que se esfuerza uno hoy para ganarle horas de ocio al mañana, de que ser funcionario es más rentable que ser obrero, aun cuando su vocación demuestre lo contrario. Y las consecuencias de todo ello las vamos a pagar ahora, sin tiempo -y sin derecho, añadiría yo- para proponer alternativas cuando todo el daño que se podía causar ya se ha hecho. Esta es la mayor tragedia de nuestro tiempo. Y los estúpidos ideales que aun reclaman las "clases dominantes", ya convertidas en pusilánimes y sin capacidad de reacción, serán engullidos por los hechos que están a punto de precipitarse.