miércoles, 14 de abril de 2010

UNA EMANCIPACIÓN SUICIDA



"La mujer no se emancipa si no arroja lejos de sí su femineidad, su deber para con su marido, para con sus hijos, para con la ley y para todo lo que no sea ella misma."


BERNARD SHAW



"El sentido del matrimonio, la voluntad de perdurar, va perdiéndose. No se vive ya más que para sí mismo, no para el porvenir de las estirpes. La nación como sociedad, primitivamente un tejido orgánico de familias, amenaza disolverse en una suma de átomos particulares, cada uno de los cuales pretende extraer de su vida y de las ajenas la mayor cantidad posible de goce -panem et circenses-. La emancipación femenina (...) no quiere liberarse del hombre, sino del hijo, de la carga de los hijos, y la emancipación masculina de esa misma época rechaza, a su vez, los deberes para con la familia, la nación y el Estado."


OSWALD SPENGLER




Todo hombre de bien tiene la obligación de preguntarse por las razones que han proporcionado que las mujeres de nuestro tiempo- sobre todo las más jóvenes- hayan asumido, en lo que respecta a las relaciones de pareja, una iniciativa e independencia que hace escasas décadas parecían inimaginables. Asimismo, no cabe duda de que este fenómeno se halla estrechamente vinculado a la aparición de la llamada "familia atomística" (Zimmerman), la cual ha evolucionado hasta el presente trayendo al mundo occidental un espectacular aumento de la promiscuidad, así como una alarmante aceptación social ante cuestiones tan controvertidas como el divorcio o el aborto.


Por supuesto que las raíces de esta tendencia tienen, como todas las tendencias históricas, su propia genealogía. Y si buceamos en ella, advertiremos que el factor más a tener en cuenta es la progresiva desnaturalización de la familia, institución sobre la que giraba hasta hace bien poco toda la psicología femenina (por eso no es difícil percibir algo de ese grotesco desarraigo en las mujeres que, ya a edades muy tempranas, afirman "pertenecerse a sí mismas").


En las épocas en las que la familia rige los destinos de la vida sexual, el deseo innato de toda mujer es la maternidad: los amantes contraen matrimonio para tener hijos, y la felicidad se cifra en una existencia al servicio de la prole, y por tanto, repleta de sacrificio y abnegación (actitud ésta que refleja la preocupación por el futuro): en este periodo la familia es definida como comunidad de sangre. En cambio, en las épocas decadentes como la nuestra, el deseo innato de toda mujer es "enamorarse" siendo ella la que decide; los amantes contraen matrimonio para "dar y recibir amor" y para ser "felices" (eso si es que no conciben la unión conyugal como una carga inútil) y la "felicidad" es entendida como puro hedonismo, sin mayor horizonte que el de satisfacer el presente inmediato: la familia, ya claramente individualista, es aquí definida como comunidad de afectos.


Pero lo más inquietante es que este panorama no se ciñe al mundo contemporáneo. También la era la Roma del Imperio un periodo en el que la mujer había conquistado cotas de emancipación insospechadas hasta entonces, por lo que sería interesante indagar en los cambios sociales que se produjeron en aquellos tiempos. El lector juzgará si los tres extractos que a continuación les presentamos, cuyo autor es el psiquiatra y experto en sexualidad López Ibor, guardan alguna similitud con la época presente:

"Ovidio (autor de la conocida Ars Amandi, obra en la que se enseñaban diferentes técnicas de seducción, las cuales estaban destinadas tanto a hombres como a mujeres) no hizo sino reducir a magníficos versos el signo de sus tiempos. La moral sexual se ceñía a lo meramente externo. El amor era un deporte de caza cuya presa, la mujer, era halagada empalogosamente. El hombre estaba dispuesto siempre a renunciar a su dignidad si con ello conseguía sus objetivos sexuales".

Estando así las cosas, no es de extrañar que los vínculos familiares cayesen pronto en el olvido:


"La infidelidad conyugal no fue motivo de dramas aparatosos. Las separaciones matrimoniales abundaban y los jueces eran muy tolerantes y dispuestos a conceder el divorcio con suma facilidad. A partir de la segunda guerra púnica, el número de divorcios creció alarmantemente. La mujer cuyo marido se ausentaba durante largos períodos para cumplir con sus obligaciones bélicas era escuchada cuando pretendía divorciarse".


A tal punto de desprestigio llegó el matrimonio, que López Ibor nos ilustra con estas dos anécdotas de dos de los autores más afamados de aquel tiempo plagado de miseria moral e infamia:

"Séneca lo explica gráficamente:"Hay mujeres que no cuentan sus años por el número de cónsules (que se elegían anualmente), sino por el de sus maridos". Y Juvenal, con su mordacidad característica, describía de un plumazo la moda del divorcio por boca de un liberto que le dice a su mujer:"Vete, vete, que te suenas mucho la nariz y quiero buscarme otra mujer que tenga las narices secas."

Terminaremos esta entrada con una breve reflexión. Decía Chesterton que los pueblos libres (o vivos) son los que continuamente están cultivando y revitalizando sus más honorables tradiciones, mientras que los pueblos esclavos (o muertos) son los que se limitan a importar lacayunamente los peores vicios de las sociedades coetáneas, hábitos que muy pronto se convierten en modas. Así, un pueblo agonizante como el romano se apropió de cierta variante de los ritos dionisíacos que el helenismo había expandido en su área de influencia, las bacanales, orgías nocturnas que se celebraban en los bosquecillos anejos a Roma, donde las libaciones y el desenfreno sexual eran los ingredientes principales. Estas prácticas, pese a ser severamente condenadas por el partido de Catón y por el Senado, se popularizaron entre la plebe hasta alcanzar proporciones monstruosas (Aquí dejo volar la imaginación del lector por si encuentra algún paralelismo entre estas modas -que no costumbres-y las que se pueden apreciar en la actualidad).

Sin duda, todos estos fenómenos sociales son el espejo sobre el que debemos reflejarnos para comprender hacia dónde conduce la "emancipación femenina" y el resto de lacras sociales que infestan la pusilánime sociedad en la que nos encontramos.

viernes, 9 de abril de 2010

UN MUNDO CONTRA NATURA





"Otro rasgo no menos característico de la reluciente decadencia de esta época (los últimos años de la república en la antigua Roma) es la emancipación del mundo femenino. Hacía ya mucho tiempo que la mujer se había independizado económicamente... . Pero la mujer no se veía desembarazada de la tutela económica del padre o del marido. Los amores de todas clases estaban constantemente a la orden del día... Viendo a estas mujeres de estado maniobrar en la escena de un Escipión o de un Catón, y a su lado al joven petrimete con la barbilla bien rasurada, la voz delgada y el andar menudo, cubierta la cabeza y el pecho por pañuelos, con camisa de puños y sandalias de mujer, copiando en todo a las muchachitas desenfadadas, debía de sentirse lástima de aquel mondo contra natura en el que parecían trocarse los papeles de ambos sexos."


THEODOR MOMMSEN




El irreversible cambio orgánico que posibilita el ascenso de la ciudad a metrópoli cosmopolita trae consigo diversos cambios sociales, de claro tinte subversivo. Entre ellos, uno de los más destacados es el anhelo del "pensamiento libre". En efecto, la urbe se emancipa definitivamente del campo que la vio nacer. Este acontecimiento se traduce en la progresiva desvinculación que sufre el individuo de todo aquello que signifique "naturaleza viviente". Su pensamiento, surgido de la petrificación espiritual que se respira entre múltiples calles y edificios artificiales, concibe la vida y el mundo como una sucesión racional, mecánica, de causas y efectos. Entonces aparece por primera vez la mujer segura de sí misma, independiente, libre. Lejos quedan los tiempos en que la maternidad era su única razón de ser; ahora es la hembra un patético monigote que orienta todas sus energías en emular en todo lo posible a los varones, reclamando allá donde va la "razón de su humanidad"


Resulta sugestivo comprobar como en la Roma imperial se compusieron estos versos anónimos, que tanto evocan a la mujer occidental de nuestros días:


"Incluso, por cierto, la hembra paría siguiendo nuestro ejemplo


y en aquel tiempo todas eran madres


Ahora corrompe su vientre aquella que quiere parecer hermosa


Y es rara en esta época la que quiere ser madre"


Desde la Revolución Francesa, corolario de los diferentes movimientos emancipatorios que cimentarán los pilares del pensamiento moderno, la capacidad crítica de la sociedad se ensañará con los ideales de feminidad ensalzados en siglos anteriores. La mujer sumisa, obediente, proclive siempre a una inocente ingenuidad, serán los símbolos elegidos para representar alegóricamente la infamia de una cultura que no se atrevía a superar su retrograda adolescencia.

Pero así como la inteligencia racional lleva aparejada la pérdida de la intuición y el sentido común, junto a la independencia de la mujer aparece la infecundidad y la aberración sexual. El mismo Séneca llegará a escandalizarse de semejante relajación moral: "¿Hay ya vergüenza de cometer adulterio, una vez que se ha llegado al extremo de que ninguna mujer tenga marido sino para excitar al adúltero? La castidad es hoy síntoma de pusilanimidad".


Al respecto, Spengler se muestra en extremo contundente: "¿Qué más da que la infecundidad sea debida a que la dama americana no quiera perder una temporada, o que la parisiense tema la ruptura con su amante, o a que la heroína ibseniana "se pertenezca a sí misma?" Todas se pertenecen a sí mismas porque todas son infecundas"


En un ambiente absolutamente desnaturalizado, el espíritu de la urbe se hunde languideciendo en su propia miseria, mientras que la infecundidad, símbolo del rechazo metafísico hacia la vida, se adueña de los moribundos restos de la cultura.