lunes, 9 de marzo de 2009

LA FUERZA DE LA HISTORIA


"Lo esencial es que defendamos nuestro ser. La vida del hombre se rige por la causa final. Su finalidad se encuentra en sus principios. Los pueblos señalan su porvenir en sus mismos orígenes, apenas se va plasmando en ellos la vocación de su destino."

RAMIRO DE MAEZTU



Aun no es demasiado tarde. Hoy más que nunca debe anidar en nuestras almas la convicción de que todavía un último esfuerzo es posible, de que una postrera reacción, rebosante de enérgico orgullo y heroica responsabilidad, puede y debe tener un sentido.
Mientras el mundo económico, forjado a través de la más obscena especulación materialista, sucumbe en medio de la descomposición interna de toda la sociedad, se hace indispensable comprender que lo que está en juego es infinitamente más importante que la mezquina cuestión sobre la "conservación del bienestar"; es la dignidad y el honor de una minoría que prefiere someter la vida a un infructuoso pero noble ejercicio de disciplinada abnegación antes que entregarse a la agonía sin retorno que propone el nihilismo contemporáneo.
La historia es implacable; el tiempo no concede treguas ni segundas oportunidades. Mas las posibilidades latentes que bajo la forma de fuerzas vitales yacen en las profundidades de la inconsciencia, y que emergen con fatal necesidad en el presente para afianzar el porvenir, casi nunca dependen del arbitrio de los individuos que le dan continuidad, sino a pesar de él.

Nadie es capaz de advertir en toda su dimensión la singular complejidad del mundo en el que forma parte, por lo mismo que resulta imposible para el hombre corriente adivinar la personalidad que animó épocas pretéritas que ya no podrán ser revividas. Tampoco nadie puede albergar la certeza de que sus elecciones encuentren la corriente histórica favorable que las guíen hasta la consumación del fin pretendido, pues la vida humana, como toda vida, es una incesante lucha entre poderes antagónicos que aspiran al predominio. Lo que llamamos Historia es la biografía de esta milenaria contienda, en la que el azar y la total ausencia de finalidad excluyen cualquier explicación teológica o racional. (Goethe: "la vida es garantía de la vida y tan sólo ella es su propio aval.")

Pese a todo ello, los hechos nos muestran que hemos alcanzado un límite histórico que nos obliga a introducir determinadas posibilidades en la esfera de la necesidad, posibilidades que, en conjunto, exigen la reaparición del instinto, de la sangre y de la fuerza como resortes de un acontecer que acaso ya esté gestándose.

Si es posible que una minoría de hombres de raza, cuya rectitud espiritual les haya permitido conservar, por pequeño que sea, un sustrato de vigorosidad moral y conciencia distinguida del deber; si durante estos infames tiempos han acometido la hazaña de no dejarse llevar, sino que han logrado anclar sus pies sobre el firme suelo de la tradición sin verse arrastrados por corriente ideológica alguna; sin han crecido con la fe y la esperanza de cambiar el mundo en lo posible sin quedar cegados por estériles idealismos, podrán reavivar las llamas del futuro, serán ellos el futuro.

Casi con total probabilidad, empero, sus sacrificios serán en vano y los inertes restos de la cultura Occidental no reverdecerán jamás. Pero la venerable honra de quienes desafiaron al destino en una batalla que tenían perdida de antemano, será recordado y juzgado por la Historia como un acto de grandiosa virilidad que infundirá admiración y respeto por sobre incontables generaciones.

jueves, 5 de marzo de 2009

LA ECONOMÍA COMO "CONCEPCIÓN DEL UNIVERSO"


"Esta separación entre las distintas clases (las de la época de Augusto) no era nueva: fue una herencia de los usos y costumbres, ya establecidas, del último período de la República. Los criterios distintivos eran de orden puramente material. Hasta un cierto punto se atendía, desde luego, al origen personal; pero lo principal era el acomodo material, una fortuna mayor o menor, un census definido."


MIJAIL ROSTOVTZEFF



Qué duda cabe que si hay un síntoma que revele con especial claridad la decrepitud moral y social de una cultura, ese es el que otorga una desmedida significación a la actividad económica, sobre todo cuando ésta alcanza unas proporciones que la elevan a la categoría de "concepción del universo".


Hasta entonces, la economía había sido relegada a una mera ciencia auxiliar, por completo subordinada a la voluntad directiva de los hombres de Estado. Sin embargo, tras el advenimiento de la burguesía al primer plano social (s.XVII), la situación cambió tan drásticamente que el tradicional perfil de los principales dirigentes de las potencias europeas, de una laureada experiencia militar y estadista, cedió el puesto a una nueva estirpe de políticos, quienes merced a sus amplios conocimientos económicos y financieros, no tardaron en utilizar el poder gubernamental para robustecer, de forma partidista y no menos demagógica, sus ambiciones privadas.


No es la primera vez, empero, que factores puramente económicos han decidido acciones conflictivas a lo largo de la Historia. Sin ir más lejos, baste mencionar que según han puesto de relieve diversos autores, parece razonable suponer la implicación de este tipo de intereses durante las célebres guerras Púnicas (s.III a.C.), donde las potencias de Roma y Cartago se disputaron la hegemonía comercial sobre el mar Mediterráneo. Tales hechos se corresponderían, en la cultura Occidental, con la Primera y Segunda guerras mundiales, conflictos bélicos que más allá de una pueril retórica, esconden subterráneos intereses de un marcado cariz económico.


Todos estos argumentos nos confirman hasta qué punto es el poder del Dinero quien en determinadas épocas dirige al resto de formas vitales de la cultura, desde las más arriesgadas decisiones diplomáticas hasta el criterio que fija la división de las diferentes clases sociales.


En efecto: antes de la irrupción del liberalismo burgués, el término "clase social" designaba una esencia, una cualidad espiritual que, heredada por lo general de los antepasados, impregnaba hasta los detalles más inadvertidos de la existencia. En cambio, desde finales del siglo XVIII hasta nuestros días se ha consolidado la creencia de que "clase social" no es más que una situación económica, expresión que ya deja translucir el carácter transitorio de ésta. Las diferencias entre ambas concepciones saltan a la vista: la primera resalta la cualidad, centrándose en qué consistía la propiedad y cómo había sido adquirida; la segunda, no obstante, tan sólo se preocupa por cuánto se tiene, delatando la perspectiva cuantitativista que hoy sigue encubriendo, también en el plano social, el nihilismo en el que está sumida la sociedad Occidental.


Pero aún más significativa es la circunstancia de que cuando se habla de "crisis mundial" o de "época crítica", casi nunca se plantea remontar el origen de estas situaciones a una correspondiente crisis de las formas vitales (culturales o morales), sino que se da por sentado que todo se debe al producto material de la economía. Esta es la opinión de Spengler:


"Es evidente que las formas económicas son cultura en el mismo grado que los Estados, las religiones, los pensamientos y las artes. Pero a lo que se apunta no es a las formas de la vida económica (...), sino al producto material de la actividad económica, el cual se equipara hoy, sin más ni más, al sentido de la cultura y de la Historia, y cuya disminución se considera, de un modo plenamente materialista y mecanicista, como "causa" y contenido de la catástrofe mundial".